El cuento desapareció de los estantes como una vez desapareció (no de mi vida o estantes; murió a causa de las complicaciones que el Sida arma dentro de algunos cuerpos) su autor Manuel Ramos Otero. Aquella gran casa de burgués de pueblo de provincia en colonia de ultramar era tan distinta a la casucha en la que yo me crié, que cuando leí el cuento -tan poético y proustiano- sólo disfruté del estilo. Las preocupaciones del autor eran tan ajenas a mí como lo fueron las reflexiones de su modelo, Proust, y de la anécdota que una poeta, también burguesa de pueblo de provincia de colonia de ultramar, y muy amiga de Ramos Otero, cual personaje en Los Soles Truncos (René Marqués) contaba como si fuese un chiste: su papá le tenía prohibido que hablase frente a su casa, con un nene pobre que estudiaba en la escuela pública. El nene se paraba frente al balcón y hablaban. Las casas sólo son templos para los que siempre las han tenido que proteger o porque ofrecen suficientes comodidades e historias románticas o góticas, llenas de cuartos, para convertirlas en personajes de un relato. Otros no crecen en ambientes donde las casas son su historia; son eso: un sitio donde uno -unos cuantos durmiendo en una misma cama- vive nada distinto de otro espacio, fuera de las comodidades que otra casa pueda ofrecer. Quizás con la educación y presiones de grupo, empiece uno a apreciar los soles truncos en las puertas, llenar las paredes de espiritus, recuerdos de tías "jamonas" tejiendo por gusto (mamá tejía para vender) o de platos de porcelana cayendo sobre las losetas hechas a mano por los obreros, padres de los nenes con quien algunas poetas no pueden hablar, que luego cuentan como si fuese un chiste.
Thursday, January 24, 2019
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