En aquel momento, después de descubrir que el mulato era una de esas maricas que usaban a las mujeres como mercancía para aparentar lo que ellos no eran, y distinguirlo de los hombres a quienes le gustan los hombres y que no tienen que vivir de las apariencias, deseó que no fuese muy tarde. Cuando le hicieron el cuento, empezó a sentir escalofríos.
A la marica disfrazada de heterosexual lo delataron, sacaron del armario. Asustado, el camaleón se acomodó su máscara. Aterrorizado, se repitió, una vez más, corrió despavorido.
-"¡Me voy!"-: fue todo lo que dijo, indignado, con voz ahogada y pose de machoide, jabao blanqueado por fuera, pero por dentro, sus colores confundidos, entrañas viscosas, el camaleón resbaladizo desapareció.. No pudo aceptar que el satisfacer sus demonios internos es más importante que ser leal a sus amigos.
Perseguido por su consciencia, la neutraliza, adormece, engaña con alcohol y fármacos: antidepresivos, pastillas para dormir. Miente. Se miente. Su identidad sacrificada, hombría decorada por poses y voces, y la moral matizada por el morbo que la guia; lo guía, fomenta la violencia a costa de satisfacer su insaciable necesidad de vivir para ser guiado por su obscuro psique, cual personajes de Genet, y sus podridas almas.
Tantas veces que ha recibido un buen y merecido tortazo; y ha confesado sus culpas, tratando de expiarlas, como los "nenes buenos" pero maliciosos, que saben pedir perdón para complacer a mami y papi, aunque por detràs siguen haciendo maldades, no cambia, sigue destruyendo su espiritu. No crece.
Pretende ser bisexual, con una mujer como escudo, mas igual que los reptiles en el cuento de Capote, se desliza a escondidas, se mueve por los arrabales de San Juan en busca de chulos, de hombres straights, y cuando con los chulos no basta, trata de conquistar gays que sean amantes de otros, de aquellos a quienes él pretende ser su amigo. Busca satisfacer su más obscuro deseo de conquistar lo que es no es suyo, lo prohibido. Es tan conocida su historia, que su careta ya no lo esconde, pero él no puede parar.
Los reptiles respondían instintivamente a la música de la pianista mulata en Martinica, entraban a la sala, se escondían; y el mulato guiado por sus instintos, en su búsqueda de satisfacer sus obscuros y ansiosos deseos, sin importar limites ni lealtades, entra, saluda, arrastra, esconde, se mueve como los camaleones en el clásico cuento de Capote y atrapa a su presa.
A la marica disfrazada de heterosexual lo delataron, sacaron del armario. Asustado, el camaleón se acomodó su máscara. Aterrorizado, se repitió, una vez más, corrió despavorido.
-"¡Me voy!"-: fue todo lo que dijo, indignado, con voz ahogada y pose de machoide, jabao blanqueado por fuera, pero por dentro, sus colores confundidos, entrañas viscosas, el camaleón resbaladizo desapareció.. No pudo aceptar que el satisfacer sus demonios internos es más importante que ser leal a sus amigos.
Perseguido por su consciencia, la neutraliza, adormece, engaña con alcohol y fármacos: antidepresivos, pastillas para dormir. Miente. Se miente. Su identidad sacrificada, hombría decorada por poses y voces, y la moral matizada por el morbo que la guia; lo guía, fomenta la violencia a costa de satisfacer su insaciable necesidad de vivir para ser guiado por su obscuro psique, cual personajes de Genet, y sus podridas almas.
Tantas veces que ha recibido un buen y merecido tortazo; y ha confesado sus culpas, tratando de expiarlas, como los "nenes buenos" pero maliciosos, que saben pedir perdón para complacer a mami y papi, aunque por detràs siguen haciendo maldades, no cambia, sigue destruyendo su espiritu. No crece.
Pretende ser bisexual, con una mujer como escudo, mas igual que los reptiles en el cuento de Capote, se desliza a escondidas, se mueve por los arrabales de San Juan en busca de chulos, de hombres straights, y cuando con los chulos no basta, trata de conquistar gays que sean amantes de otros, de aquellos a quienes él pretende ser su amigo. Busca satisfacer su más obscuro deseo de conquistar lo que es no es suyo, lo prohibido. Es tan conocida su historia, que su careta ya no lo esconde, pero él no puede parar.
Los reptiles respondían instintivamente a la música de la pianista mulata en Martinica, entraban a la sala, se escondían; y el mulato guiado por sus instintos, en su búsqueda de satisfacer sus obscuros y ansiosos deseos, sin importar limites ni lealtades, entra, saluda, arrastra, esconde, se mueve como los camaleones en el clásico cuento de Capote y atrapa a su presa.
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