Wednesday, November 28, 2018

ALMUERZO CON MI HERMANA

Haber sido el primero de mi familia inmediata en ir a la universidad abrió un camino hacia otras escalas de valores que hoy sigo desenredando. De seis hermanos, dos más terminaron la secundaria; los otros tres estudiaron la primaria y luego a trabajar en las fincas o de costurera o de hijas de crianza (un eufemismo puertorriqueño para nombrar a las criadas sin paga, sobre el cual he escrito en este blog, ya que dos de mis hermanas fueron colocadas como “hijas de crianza”). Un padre picador de caña y una madre vendiendo carbón no tenían los recursos ni contactos sociales para poder enviar a todos sus hijos a la escuela.  

A los dos años de terminar mi grado asociado en pedagogia y con licencia para trabajar como maestro rural, con dieciocho años a mis espaldas (entré a la universidad cuando tenia dieciséis; cómo lo hice, requiere otro ensayo), comenzó mi entrada y la de mis padres a la clase media baja. Mis otros hermanos estaban fuera de la casa, casados y tratando de salir de la pobreza. 

Frente a esa historia de familia,  viendo el orgullo de mis padres, y consciente de que quería que ellos disfrutasen de la nueva vida, que tuviesen una visión de un futuro seguro para ellos y para mí, me aseguraba que mis nuevas amistades conociesen a mi familia. Aquella casucha llena de rotos, sin puertas, de cuatro cuartos con letrina y cocina en el patio fue escenario para demostrar a mis padres que no me avergonzaba de la pobreza y que quería que ellos compartieran de tú a tú con la gente que ellos una vez miraban de lejos: maestros, directores de escuela, orientadores. A mi casa los llevaba a comer la buena cocina de mamá. Décadas más tarde, muchos de aquellos maestros y otros que conocí en la marcha siguieron visitando a mi familia. De todos mis amigos, el más reaccionario, Junior Grafals entendía muy bien lo que yo quería lograr cuando me aseguraba que mis compañeros profesionales conociesen a mi familia, y un día me lo dijo y apoyó con firmeza.  

Quizás, por ese énfasis en llevar a mis colegas a conocer a mi familia fue que no me di cuenta que la pareja de cubanos burgueses profesores universitarios que me pidieron el teléfono de mi hermana, ya que iban de vacaciones a Puerto rico, y querían conocerla, de que sus intenciones eran otras. No, no querían conocerla para crecer o compartir con ella. Iban a verla como hace muchos liberales con los pobres, los negros, los homosexuales, como si fuesen  monos en un zoológico. 

Me explico: mi hermana, una mujer con poca escolaridad, cuyas cenas son familiares y de costumbre no hubiese invitado gente a almorzar como lo hacen las clases medias; no es parte de su “roce soclal”. En nuestra casa sólo invitaban gente para los bautizos y bodas. Dada esa historia, y yo jugando el papel de burguesito, le digo a mi hermana que mis ex colegas iban a llamarla, que los invitara a almorzar (le tuve que contestar un montón de preguntas sobre como poner la mesa, que servir primero). Cuando los profesores llegaron, saludaron, tomaron fotos, y luego dijeron que no podían quedarse a lamorzar porque tenian otro compromiso. Algo que ellos sabían, porque le dije explícitamente a mi hermana que los invitara.

Mi cuñado, más astuto que yo, se dio cuenta del desaire, y consciente del porqué yo invitaba a mis colegas a visitar mi familia, me dijo: “Cuñado, no tiene que traernos gente así a la casa. Nosotros sabemos que usted nos quiere”. Después de esa vergüenza, decidí que mi cuñado tenia razón, y que era mejor que sólo la familia almorzase con mi hermana. 

No comments: