"Uno siempre empieza tropezando." (Ida Vitale, poeta uruguaya)
Noviembres pasados, uno tras otro, pocos años de diferencia, en el mismo mes murieron Guillermo, Gary y Gunter. Ayudé a cuidar a los tres, hospitales y hogares. Frente aquellos cuadros dantescos, tratamientos experimentales tan tóxicos como el virus, tuve que luchar contra la depresión causada por la inminente mortalidad, el rechazo público, y las aterradoras advertencias y sugerencias de algunos médicos. "Diez años de vida saludable": me dijo uno, si me trataba; casi treinta años atrás. Si no, mucho menos. Me tuve que haber infectado antes, ya que por causa de haber tenido una relación muy intensa con Gūnter, por cerca de diez años, y una separación nada fácil, llevaba sobre cinco años en completo celibato y unos cuantos monógamos. Además, estaba cuidando a mi compañero de apartamento y buen amigo Gary, vivir con su continuo deterioro físico no alentaba ningún tipo de deseo lúdico o erótico. Ya habían fallecido dos de mis amigos, y unos cuantos más estaban enfermos. Hoy todos están muertos. Ver a tus amigos morir -uno dentro de mi casa, y otros muy cerca- derrumba al más fuerte.
Me informé sobre distintos tipos de tratamientos, consulté expertos en el tema, asistí a grupos de apoyo, y para aclarar mi mente y espíritu fui a un monasterio en las montañas al norte de NYC, y allí pasé dos semanas en contemplación y completo silencio; decidí que si me iba a morir, lo haría como siempre viví mi vida: a mi manera. Gūnter estaba muy enfermo y no tenía espacio emocional para los juegos médicos de aquel momento. Rechacé la medicina ortodoxa, y como llevaba más de diez años siguiendo la medicina homeopática, continué con la misma; muchos años más tarde sigo vivo. Hace unos años me dijo un conocido, profesor de genética en la Escuela de Medicina de la UPR, especialista en el vih, que yo había matado el virus.
Recientemente, me contactó el excelente pintor y profesor de arte, John Weber, quien ha usado mis poemas en murales públicos en Chicago y NY, hijo de mi querida compañera, Lillian Weber (acabo de escribir el blog anterior sobre ella), mi mentora en City College, y recordé lo mucho que ella me apreciaba y lo asustada que estaba cuando se enteró sobre mis amigos, mi condición, y decisión de no tratarme con medicinas experimentales. Cuando vives y trabajas rodeado de gente como era esa gran e internacionalmente reconocida educadora, la vida adquiere un significado que trasciende lo material, y sirve para confirmar que quien vive con su conciencia tranquila, puede morir en paz.
Mi cuerpo, en cada momento, a cada hora, en cada acto, en conjunto con los cuerpos de todos ustedes y las instituciones que nos sirven o deben así hacerlo, es un instrumento político.
"Porque él [Michel Foucault] rechazó un análisis centrado en el Estado y observó la diversidad de las prácticas de poder, estudiándolas como parte de la relación de fuerzas del poder. Para él se trataba más de las prácticas y las relaciones por debajo del poder estatal o, dicho de otra manera, de la relación entre médico y paciente, maestro y alumno, así como entre gobernante y gobernado. Para los marxistas, el poder sólo existía en su forma represiva. Foucault no estaba tan obsesionado con el Estado, más bien preguntaba por las formas del devenir-gobernado. Le interesaban las técnicas de control, no las instituciones en sí." (Tania Martini y Enrico Ippolito. "Foucault más íntimo, lejos de la gloria académica", Clarín, 2 de abril de 2016)
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