Monerías, caricias lentas, homogeneizadas y pasterizadas, dulces palabras, azucaradas, sencillas, claras; angustiosas, a veces; tiernas, otras, adjetivos y verbos románticos rapidamente corrían por el teclado de la tableta; frente al ventanal, la vista: el tejido blanco lo revuelve el viento, la tormenta invernal se integra al bolero que cantaba la Tellado en camino a Punta del Este. El Porsche, destruido.
La vista, lo visto, el norte de Manhattan en ánimo integral se confunde con el sur de Punta; un todo transmitido y conjugado en una tableta.
Un mensaje, un ding destapa el absorto Zen; un golpe a la respiración, la acelera, prende una chispa, una inyección de éxtasis a la sofocante espera, una vuelta al primer enlace: las fotos y vídeos del apartamento. Espera. La laptop no acelera. Espera. En camino a Punta el choque ocurre después del primer viaje.
Tarde, luego, sigue esperando por una nueva inquietud - no puede contar cuántas ha vivido en diez años - que enfoque la conversación sin motivo. la centre en sí misma, en ellos, en él y ella: "mujer de ojos color turquesa, rostro de nácar, sentada al lado del hombre de pelo gris, apuesto galán, hacia quien ella extiende lentamente sus angulares y finas manos, uñas rojo encendido, en camino a Montevideo". ¿O era en dirección opuesta? ¿Punta?
Más tarde, no, fue antes, el timbre no lo contestaron. El Porsche destruido. El celular, las sirenas de las ambulancias acompañaban al teclado, la Tellado "que estaba tan tranquila, disfrutando de esa calma, de un amor que ya pasó".
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