"Te vi cuando ibas con las dos loquitas": dijo y removió los labios y ojos en forma de burla esperando mi aprobación. No me dio gracia. No le importó, quizás no le pasó por sus conciencia freiriana, que lo sujetos a lo que llamó "loquitas" eran dos hombres cuarentones. Que si estaban vestidos demasiados juveniles no era debatible; tampoco era razón para referirse a ellos con el diminutivo “loquitas”. Partidos son, delgaditos, vestidos con ropas entalladas, "a la moda aunque se jodan", recortes al borde de Ricky Martin, y con tatuajes. Ambos están fuera del clóset y no desean lucir "bien machos", como los que parecen gustarle a la educadora freiriana, alfabetizadora de barrios y pueblos enteros, delatada por su ”te vi cuando ibas con las dos loquitas”; esas que la molestan porque son amanerados, delicados, muy finos, con muy buenos modales, nada agresivos; que perturban a las feministas tipo profesora dogmática de literatura anti-colonialista. Quizás es que no ha entendido bien el enfoque freiriano y no sabe usar el lenguaje para desarrollar el pensamiento crítico. No pudo problematizar la palabra "loquita". Puede que le gusten los hombres “bien machos.
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