Thursday, August 4, 2016

CCNY, PUERTO RICO, ÍTAKA Y OTRAS ISLAS EN EL CAMINO

Cuando empecé a trabajar en el City College, CUNY, en el otoño del 1973, ya estaba fuera del clóset. Estaba tan desarmariado, que mi madre -una católica práctica de novenas y misas, con muy poca escolaridad-, al enterarse que había decido irme de Guayama, en parte, porque no toleraba más otra burla, otro acoso, me dijo, mientras tocaba mi mano, que Dios sabía lo qué hacía. Una vez llegué a Nueva York fui testigo de muchas luchas políticas, incluyendo el motín en el Stone Wall; asistí a las primeras marchas de los LBGTT, antes de que se convirtieran en un desfile carnavalesco.

En el campus proletario, en Harlem, la facultad es mayoritariamente blanca suburbana, y así piensan y se comportan, con un poco de izquierdosos de salón, y en una reunión, el único profesor que también estaba fuera del clóset, nos contó a a mí y a tres de mis compañeros en el programa donde comencé a trabajar (mis compañeros eran "niuyoricans" -todos abandonaron el programa por diversas razones-, y conocían muy bien lo que era la discriminación, muy solidarios conmigo) sobre algunos  miembros en su departamentos que habían dejado de saludarlo. Cometió el grave error de celebrar una fiesta en su casa, en Brooklyn Heights, para los compañeros de la facultad, donde presentó a su pareja, pues se había cansado de hablar de él como su compañero de apartamento. "No more roommate's bullshit." Luego moriría como resultado del SIDA, y ni un anuncio en las reuniones de facultad.

Yo entré fuera del clóset y no es hasta años más tarde que reconozco el porqué algunos me trataban cómo me trataban. Después de todo, un puertorro con acento, fuera del clóset no es lo que los profesores, con unos perfiles culturales y étnicos bastante definidos por la vida en los suburbios, consideraban "acceptable standards". Mi carácter algo hostil me protegió contra el racismo disfrazado de buenos liberales que caracterizaba a esa manada de intelectualoides.

Lo que esos profesores y otros más tolerantes que vinieron luego, pero igual de elitistas, no entendían es que, en los cincuenta, Puerto Rico estaba ardiendo con los independentistas, nacionalistas haciéndole la vida imposible a los gringos colonizadores y a sus alcahuetes, y que en la López Landrón de Guayama, leíamos a Doña Barbara, capítulos de El Quijote, Poe, y que las Señoras Olazagasti, maestra de Español 11, Ortiz, Español 10, Suárez, Español 12, debatían públicamente, en el pasillo, sus posturas sobre los recursos literarios, política e historia. Eran famosas por sus discursos en el pasillo y por ser miembros activos del Centro Cultural del Pueblo. Si en los EEUU todo pueblo tiene un parque de futbol, en PR todo pueblo tenía un centro cultural.

Las tres maestras tenían que haber conocido al gran poeta Luis Palés Matos. En la Superior de Guayama, en los cincuenta del siglo pasado, aprendí a apreciar las ideas y los debates. Una de las tareas escolares era debatir frente a nuestros compañeros. Yo nunca fui muy bueno debatiendo, pero aprendí a apreciar las ideas y sus medios.

A principio de los sesentas, los periódicos de las islas de los encantos informaban sobre las universidades, y el enfoque humanista era presentado como el modelo que seguían, empujado desde el Siglo XIX por la Sociedad Amigos del Pais y muy bien representado en el XX por los intelectuales de aquellos entonces. Y por aquella época, todavía, en menor grado, los líderes intelectuales del país y de los pueblos eran comentados en las plazas. Frente a la hermosa plaza de Guayama, en un hermoso caserón  se encontraba una muy reconocida biblioteca privada, y en San Germán, los juegos florales eran un tema cotidiano. Un oaseo por el Museo de Arte de Ponce no viene mal, mucho menos una caminata por San Germán.

Al venir de ese mundo (no lo idealizo, pues he escrito sobre sus fallas en otros ensayos), la Superior de Guayama, las guerras ideológicas entre los esculapios y una orden estadounidense en la Pontificia Universidad Santa Maria Reina en Ponce, Puerto Rico - el muy especializado y pequeñito y bastante provinciano entorno del CCNY, resultaba fácil de entender; mentes tan especializadas pero estrechas en su conocimiento.

En otras palabras, mis compañeros no sabían por qué estudiaron lo que estudiaron o por qué enseñaban cómo enseñaban.  En la Pontificia de Ponce leíamos en Pedagogía a Summerhill. En CCNY leían revistas especializadas. Cada vez que me llegaban estudiantes graduados de ciertas universidades en PR, suspiraba de alegría, sabía lo estimulante que iba a ser el proceso de enseñanza-aprendizaje.

Para la década de los noventa todo cambió, entre algunos, y la tolerancia comenzó a salir del clóset. Elvira (mi nombre para el VIH que anda dormido en mis entrañas) era/es demasiado poderosa para ignorarla, y las conversaciones eran menos estreñidas entre los que genuinamente querían/quieren aprender sobre los que viven al margen de los valores oficiales.

Como he escrito en otros ensayos, el cuento no termina con un final feliz a lo Hermanos Grimm. Cada isla nos lleva a la Ítaka de Cavafis.

Llegaron otros que supieron camuflar sus prejuicios y "jodieron/jodían" a los que se le oponían. Por años fui el único  puertorriqueño en la facultad, el acento seguía, el desarmariado seguía, y eso no lo perdonan muchos, incluyendo algunos latinos que no perdían tiempo para "joder y discriminar" por otros lados; y como hemos aprendido muchos, a los poderosos "blancos liberales" y sus alcahuetes, le es mas conveniente contratar latinos no boricuas, pues así el asunto de la colonia y sus consecuencias lo pueden mirar de lejitos.

Si es un gay que no separa las intersecciones, tal tipo de colonización de este otro tipo de colonización, ¡ay bendito!, pues prepárese, que el camino no es fácil, aunque la educación siempre satisface, incluso cuando incluye los prejuicios y chanchullos políticos. CCNY no fue la Ítaka de Cavafis, fue una de sus islas.

No comments: