"Si tú me domesticas, entonces tendremos necesidad uno del otro. Para mí, tú serás único en el mundo. Para tí, yo seré único en el mundo" fue una de las citas con la que encabezaba sus correos El Principito Uruguayo; establecía control sobre quién jugaba qué papel en las falsas relaciones románticas, morbosas y crueles.
El Don Juan uruguayo arma, trama juegos románticos llenos de trucos muy calculados, friamente diseñados para hacer creer a las victimas de que son deseados y que están en camino a convertise en parejas con el deshonesto galán. Una vez son conquistados, el romance se transforma en burla, y sin pizca de vergúenza, el joven contador -quien de día trabaja en una aburrida y ortodoxa oficina del Gobierno, donde pasa sus días rellenando hojas cuadriculadas, en medio del conservador Montevideo, - les miente, y sigue sus juegos con otros viejos incautos.
-"Papacito": fue el saludo que siguió a una cita tomada de El Principito; otra trampa, una de muchas.
-"Me la paras si me llamas papacito": respondió un sesentón.
Después de haber terminado el intercambio de mensajes electrónicos -donde uno sugería los papeles a jugar, una entrega total, y el otro esperaba con brazos abiertos y saludaba con un "querido nene", lleno de romance, falto de raciocinio-, el sesentón buscó una copia de El Principito, lo leyó, gozó de su pureza, sin fijarse en que, "En el libro se afirmaba: 'La serpiente boa se traga su presa entera, sin masticarla. Luego ya no puede moverse y duerme durante los seis meses que dura su digestión'.": otra cita premonitoria que describía muy bien a El Principito Uruguayo.
"Sobreviviendo a este mundo, uno ve la luz en aquellos que supieron cautivarnos": escribió El Principito Uruguayo, parafraseando al principito de Saint-Exupéry, cuando le dice a una de sus víctimas, un señor hondureño, porqué le gustaba su tipo de hombre -excesivamente grueso y mayor-, para luego despedirse con un beso bien grande para "mi centruca"
"Centruca, no podés vivir acá, te confunden con un bolita, pero yo me puedo mudar allá, a tu república, y vivimos más tranquilos": escribió una vez.
El uso del racismo como recurso romántico y desequilibrador para conquistar y engañar incluia el apodo "Centruca"; no era amor, desarmaba emocionalmente poco a poco al conquistado, con tono despectivo, al hondureño, a quien conoció en una página de contactos gays latinoamericanos, y con quien se comunicó por un tiempo.
El señor hondureño respondió al apodo con una explicación, aunque de apariencia académica, decía mucho sobre su mundo, la negación de una historia colonial, su visión de sí mismo. Dijo que él era centroamericano, por asuntos geográficos, y que era culturalmente hispánico, pues descendía de españoles y no era descendiente de indígenas, que creía en cada grupo tenía una cultura distinta. En cada correo, El Principito Uruguayo repitió el uso del apodo Centruca.
"Nosotros descendemos de barcos": respondió El Principito Uruguayo, completando su mensaje con una cita tomada del otro principito.
"-Si alguien ama a una flor de la que sólo existe un ejemplar en millones y millones de estrellas, basta que las mire para ser dichoso. Puede decir satisfecho: 'Mi flor está allí, en alguna parte'.", y vos sos mi flor, "mi Centruca".
El heavy metal como canción de cuna para un sesentón preparó el camino, el primer paso para crear un desequilibrio que esa música de adolescente estancado le puede causar a un viejo nada rockero, hasta enviar, otra noche, dos o tres más tarde, un enlace deYoutube, con músicos serbios y sus dos cellos tocando un azucarado pop clásico. Otraxartimaña: la música escogida era parte del plan que el contador sadista, encerrado en sí mismo, en sus páginas cuadriculadas, usaba para conquistar, para engatusar. El viejo compensaba con sus boleros: embeleso, puro embeleso, embadurnado de amor.
La crianza que tuvo el segundo suicida no lo preparó para detectar con claridad las estrategias que pueden ser usadas para disfrazar de amor a la crueldad. Hijo de alcohólicos, no sabía cómo responder a los continuos cambios de los temperamentos de sus padres: una risa, un chiste, un elogio, un regalo; y cinco minutos después, una paliza sin saber por qué, una burla, un desprecio, un rechazo. Esa incertidumbre no ayudó a que el segundo suicida aprendiese a recibir amor sin estar en vilo, esperando que se lo quitaran, y luego lo volvieran a querer; y de esa incapacidad se aprovechó El Principito Uruguayo.
El Principito Uruguayo era una copia exacta de lo vivido antes en familia, de adictos a amor y la maldad en relación simbiótica: desmoronaba con la música al conquistado, súbitos cambios de tonadas, de letras, y una vez lo tenía a sus pies, un adiós frio, y a buscar otra víctima, otro anciano gay perdido en su red. ¿A cuántos más indujo el hombre que vivía con páginas cuadriculadas por dentro y por fuera, en sus cuartos obscuros, calculando números y vidas, al suicidio?
El contador truqueaba, calculaba, ejecutaba su plan, conquistaba; el otro creía, caía, reaccionaba. Y así viejo tras viejo, hasta que el segundo suicidio despertó sospechas en un tercer viejo y éste optó por no callar, por no morir en silencio. Calculó, jugó el juego, y una vez documentado, con sus correos como evidencia, ejecutó el outing de El Principito Uruguayo.
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