Doce de la noche y no llega, "me hará lo mismo que ayer/ espera...", otro bolero, otra espera por un amante, una idea sobre lo qué podría pasar, lo que estaba ocurriendo, lo que se puede contar, lo que se desea, lo dicho antes: "Cariño mío, no sufras tanto, ya estoy aquí". Se repetía.Un bolero nunca acaba.
Sirenas de ambulancias en camino a Punta, un grito de dolor o de placer, una sonrisa, una lágrima se entretejen mientras el autor, los boleristas y sus protagonistas junto a la Tellado reconstruyen lo vivido o la espera, lo esperado, sus pasados o lo que puede ser, reflejados en un caledeiscopio que proyecta estados de puro éxtasis o desasosiego: -"Ya no lo quiero ni ver"-.
En el bolero "Ya Son las Doce" el compositor, autor, cantante y el amante ausente bailan en conjunto, y a la misma vez cada uno baila por su lado. Desde las primeras dos estrofas, "Ya son las doce y no llega/ Me hará lo mismo que ayer", la espera por el ser amado, la historia de la relación entre todos los personajes, particularmente la desesperación del que espera es relatada; y a su vez, le otorga presencia al objeto del deseo, por quién se espera, lo personifica.
Es la conjugación de voces lo que convierte al autor, el cantante, los amantes en arquitectos de un todo, un aleph amoroso; y una vez completado el bolero, éste permite volver cual tango con la "frente marchita" sobre el pasado, fragmentar lo vivido, entenderlo, trascender el dolor o el placer.
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