En una clase que tomamos juntos, sobre nuevas formas de enfocar la filosofía, en el New School for Social Research conoció a quien fue su Teoría de Fermat. En un lado estaba sentado yo y del otro, su perdido deseo. Aquella mala ecuación amorosa comenzó cuando el profesor presentó sus ideas sobre el material a estudiar: no creía en asignar lecturas o trabajos, y que las teorías y planteamientos filosóficos evolucionarían como resultado de revelaciones internas, que luego podían ser comparadas con los trabajos de otros y decidir si confirmaban o no nuestros postulados.
La sonrisa de Hipotenusa, su cejas, mirada evidenciaban un desbalance entre el matemático puro y el puro perderse en el espacio que el profesor planteaba. Me miró, sonrió, movió su cuerpo geométricamente y el ángulo agudo que su cuello y hombro derecho formaron lo llevó a quedar de frente con Fermat: el artista de quien se iría enamorando poco a poco durante el resto del curso.
Cual coordenadas armoniosas, las ideas del artista concordaban con los postulados del profesor. La cara de placer de Fermat y el desbalance de Hipotenusa sirvieron de motor generador para buscarse continuamente, armar tremendas discusiones, desear uno -Hipotenusa-, el cuerpo del otro y el otro -Fermat-, desear aquella cuadriculada cabeza.
Al terminar el semestre, el artista se involucró en distintos proyectos: pintaba grafitis sin son ni ton por las paredes públicas de la ciudad, documentaba los sonidos y el espacio en que éstos se encontraban, creaba categorías, y luego formulaba teorías sobre cada ambiente en específico; teorías a las que llama desorden armonioso. Sin dar explicaciones se alejó de Hipotenusa.
Si alguien de nuestro cerrado círculo preguntaba por el artista, Hipotenusa justificaba su pérdida con la frase que se ha hecho famosa entre nosotros: "Se multiplicó por cero y se eliminó a sí mismo”.
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