El diccionario de la Real Academia Española de la Lengua define el vocablo guachafita como alguien falto de seriedad, orden o eficiencia. Este vocablo hasta hace poco era parte del lenguaje popular por casi toda Latinoamérica, a veces es deletreado con hache en vez de ge, pero el significado es más o menos el mismo. Su etimología lo liga a las lenguas indígenas. Su uso ha ido desapareciendo; los guachafitas, no. Los textos literarios, los comportamientos de la gente y los planteamientos de políticos, filósofos, sacerdotes, científicos, reverendos y curanderos proveen múltiples ejemplos que sirven para comprobar que los guachafitas andan por ahi, por allá y por acá. La tarea que le asignó a la clase: identificar la huachafería y sus derivados en los textos asignados anteriormente tenía algo de búsqueda personal.
-Es una obra innovadora, de un valor académico extraordinario- me dijo el editor-mercader de libros. Quien me lo presentó, mi compañera en la facultad, la Profesora Toledo, no lo creyó. Y no lo creyó por dos razones: primera, la doctora desconfiaba de todo aquel que se distinguiese por el uso de verbo rápido y halagador, y este buen amigo de su marido seducía con la palabra y con sus actos; segunda razón, ella estaba estudiando la huachafería en la literatura como signo histórico, desde las fábulas de Esopo hasta los cuentos de Borges. Su desconfianza no le restó importancia a su plan de apoyarme con la publicación del libro sobre la relación causal entre la docilidad de los puertorriqueños y el estatus colonial de la isla.
-Cubre los gastos de imprenta; nosotros lo publicamos.
Toledo estaba tan agradecida con el hecho de que me iban a publicar un libro que pocos leerían, que hasta un fuerte abrazo de despedida le colgó al editor, y luego un apretón de ambas manos, acompañados por un profundo suspiro, una enorme sonrisa y un: “Nos vemos a la noche en casa, cenemos juntos’. Yo no estaba invitado.
La necesidad de crear falsas expectativas no se limita a los mercaderes de libros ni a los políticos de turno. Se encuentra en el diario vivir de todos en todos sitios: los médicos que te dan cita a una hora para luego encontrarse uno con un montón más de pacientes con cita a la misma hora; la señora de clase media que estaciona su todo terreno frente la entrada del garaje de tu casa y dice sin mucha preocupación -Yo vuelvo rápido-; la amiga que no se plantea el que puedas tener otros compromisos -Paso por allá entre jueves y domingo, tienes que venir por casa -; la empleada de oficina que se pone a hablar con sus compañeros mientras el cliente espera pacientemente; el chofer de taxis que se niega poner el metro y quiere cobrarte un suma exorbitante para un viaje de cinco minutos.
Crear falsas expectativas está basado en el engaño, en el deseo de hacer creer que algo va a ocurrir; y mientras esperas, el guachafita logra las metas concretas que le motivan a formular la ilusión de que algo va a pasar. El editor busca dinero y mientras lo consigue te otorga el premio de la letras, el médico en algún momento te dedicará diez minutos para hacerte creer que le preocupa tu salud, la amiga espera convencerte que eres bien importante, y mientras esperas, ella algo encuentra, la empleada espera lograr estar de buenas con sus compañeros, el chofer de taxi espera explotar a todo el que pague sin protestar. Los guachafitas están todos por ahí, mercaderes de deseos.
El encontrar evidencia que compruebe la existencia de huachaferías en los textos les permitirá conocer los motivos que llevan a personas, que en otras ocasiones se distinguen por su honradez y rectitud, a jugar juegos basados en el engaño. La huachafería no es necesariamente un acto consciente. Resulta de las relaciones que se establecen entre individuos o grupos. En el carácter de algunas personas se encuentra un motivo ulterior que los lleva a tratar de ganarle terreno a aquel con quien le es dócil. Fanón y Freire argumentan el proceso colonizador como causa de esta patología. Los psicoanalistas lo enmarcan dentro de un modelo de relaciones opresivas entre los individuos. La clase tenía que referirse a los argumentos teóricos y a la evidencia que aparece en la literatura para poder sostener sus planteamientos. Nada que ver con la profesora Toledo.
La escritura del libro me había resultado muy fácil: una vez recogidos los datos, “Si los datos no te apoyan tu tesis, los botas y continúas con la investigación hasta que logres resultados satisfactorios”: me había dicho su esposo, especialista en estadísticas y lenguaje. Una vez recogí la evidencia, la añadí a los capítulos que ya había escrito antes de llevar a cabo el estudio. Ambos se habían convertido en mis guías; yo en su confidente. Fui uno de sus más fieles y mejores estudiantes. Ambos mostraban una generosidad que pocas veces se encuentra en el mundo académico. Ella era auténtica. Él esperaba algo más. Yo pretendía aprecio sin dar un paso en falso.
El esposo de Toledo era su mejor y más confiado asesor; le proveía el sostén que no encontraba entre muchos de sus otros compañeros en la universidad. Sus relaciones amorosas sexuales eran otra cosa, nunca fueron muy frecuentes ni apasionadas; cesaron por completo una vez él le confesó que sentía inclinaciones homosexuales. Ella no quiso divorciarse por temor a que el divorcio les afectara su carrera académica o por razones parecidas: las familias, los vecinos, la vida en comunidad, el celibato y Foucault. Se ayudaban mutuamente en sus investigaciones. Él le analizaba los números y ella le explicaba conceptos vinculados al estructuralismo, y la filosofía epistemológica que servían de base para sus investigaciones de textos literarios.
El seguir viviendo juntos sin preocuparse por sus otros amantes, asistir a eventos universitarios como pareja, y no tener estar vigilando a algún fundamentalista religioso que pudiese usar su divorcio como motivo para negarle permanencia o ascenso era el plan perfecto. El dormía en la antigua habitación matrimonial y ella en lo que fue la biblioteca, rodeada de su más preciado tesoro: los libros. Después de todo ella siempre mantuvo su postura que ante un problema concreto se requiere un análisis y solución concreta.
“Recuerden que vivimos en una sociedad profundamente religiosa”: decía la Doctora Toledo a sus estudiantes cuando tenía que justificar explicaciones a las que le faltaban fundamentos empíricos o carecían de cualquier tipo de lógica, - y la iglesia se sostiene sobre la creencia de que hay un ser supremo que lo puede todo sobre nosotros, y ante esa fuerza perdemos todo sentido de poder, de juicio. La iglesia presenta la verdad a la que todos debemos sucumbir; y esa verdad exige que sus feligreses se entreguen sin preguntas ante ese ser supremo.
-Tienes que descartar aquellas vertientes o variables que carecen de importancia estadística, diferencia significativa o que rompen con los esquemas tradicionales sobre lo que es ser puertorriqueño. El libro tiene que venderse. Los capítulos cuatro y cinco discuten temas importantes en la relaciones entre los grupos estudiados, no así para los posibles lectores de tu libro. No tiene significado estadístico. Fuera de dos o tres etno-académicos, nadie quiere saber si los descendientes de africanos o taínos son más dóciles que los descendientes de europeos. Para propósitos del libro se está hablando de puertorriqueños y no de detalles que no tienen importancia para los lectores en general o que puedan causar desvíos en lo lectura de tu tesis.
Una monja había inculcado en la joven inmigrante el apostolado dedicado a los pobres, a los más necesitados. Y estos pobres, necesitados, marginados con quien ella podía comunicarse durante aquellos primeros años eran los puertorriqueños en el sur del Bronx. Cuando apenas era una adolescente, la familia de la Doctora Toledo tuvo que abandonar una de las dictaduras latinoamericanas de turno y refugiarse en los Estados Unidos, país que había ayudado a instalar el gobierno de su país de origen y que hoy, por sabrá Dios qué razones, el coloso del norte trataba de derrocar. Su vida de pequeña burguesa latinoamericana se transformó en la ciudad de Nueva York. De niña privilegiada a convertirse en miembro de una minoría amorfa llevaron a la doctora a tener que hacer ajustes en su visión del mundo; ajustes que a otros les hubiese tomado dos o tres vidas en realizar. Esta sinopsis de su biografía la repetía, a modo de empatía, en sus clases sobre la evolución de la conciencia y los valores en la literatura.
Se necesitan instituciones que respondan y adapten a las necesidades de los pueblos, y el que el New York Times le llame colegio tercermundista en medio de la primera potencia del mundo no aflojan los deseos de la Doctora Toledo de continuar fomentando el intelecto de sus jóvenes estudiantes. Durante cenas y veladas que pasaba junto al marido y el editor, la doctora planteaba como fundamento pedagógico de su trabajo en la universidad, el placer que sentía al poder compartir con sus estudiantes esas herramientas intelectuales que logran que los sujetos tomen conciencia y control sobre su realidad histórica.
Las veladas duraban hasta las tantas y obligaban al editor-mercader de libros a pasar la noche en la casa de los Toledo; para luego dormir en la antigua cama matrimonial. La doctora regresaba sola a su biblioteca, acompañada por sus adorados libros; y los gemidos que salían del dormitorio matrimonial y entraban por la puerta abierta de la biblioteca.
(del libro inédito, circulando por la red: Saber de Letra 2017)