En la escuela elemental Genaro Cautiño, Guayama, Puerto Rico (1955) primero leíamos y luego cantábamos la canción alusiva a la llegada del otoño en pleno y permanente verano caribeño:
“Cuando llega el mes de octubre
Corro al huerto de mi casa
Y busco con alegría
Tres o cuatro calabazas
Las preparo, las arreglo
Saco todas las semillas
Les hago unos ojos bien grandes
Y una boca chiquitita.”
Esa y otras canciones que no representaban nuestro entorno o historia cantábamos. Lo que no sabíamos era que aquella cancioncita junto a libros y otras narrativas eran parte de un proceso colonizador que nos desasociaba de nuestra historia. Lo que sí sabíamos era que los muchachos pobres que asistíamos a aquella escuela pública no podíamos darnos el lujo de desperdiciar calabazas. La idea de usar la comida como juguetes o decoración era/es asunto de los clases medias y los de más arriba de las clases medias. Los pobres no se pueden ser tan extravagantes. Las calabazas se usaban para preparar las habichuelas, tortitas, postres como flanes y cazuelas con canela, jengibre, clavo y azúcar negra.
Dijo un estudioso de la sociedad y política que sería equivocado creer que las clases comprometidas con la transformación de una sociedad tienen siempre fuerza suficiente para hacer una revolución una vez esta ha madurado en virtud de las condiciones del desarrollo económico y social; puesto que esta transformación pudiese no ocurrir ya que la sociedad humana no está estructurada de una manera tan racional y cómoda; que la revolución puede haber madurado sin que las fuerzas necesarias llamadas a cumplirla sean suficientes. Ante ese conflicto hay que seguir leyendo, reflexionando sobre lo leído, cómo leemos, y a ver qué pasa.
Esa y otras canciones que no representaban nuestro entorno o historia cantábamos. Lo que no sabíamos era que aquella cancioncita junto a libros y otras narrativas eran parte de un proceso colonizador que nos desasociaba de nuestra historia. Lo que sí sabíamos era que los muchachos pobres que asistíamos a aquella escuela pública no podíamos darnos el lujo de desperdiciar calabazas. La idea de usar la comida como juguetes o decoración era/es asunto de los clases medias y los de más arriba de las clases medias. Los pobres no se pueden ser tan extravagantes. Las calabazas se usaban para preparar las habichuelas, tortitas, postres como flanes y cazuelas con canela, jengibre, clavo y azúcar negra.
Dijo un estudioso de la sociedad y política que sería equivocado creer que las clases comprometidas con la transformación de una sociedad tienen siempre fuerza suficiente para hacer una revolución una vez esta ha madurado en virtud de las condiciones del desarrollo económico y social; puesto que esta transformación pudiese no ocurrir ya que la sociedad humana no está estructurada de una manera tan racional y cómoda; que la revolución puede haber madurado sin que las fuerzas necesarias llamadas a cumplirla sean suficientes. Ante ese conflicto hay que seguir leyendo, reflexionando sobre lo leído, cómo leemos, y a ver qué pasa.
(del libro inédito cuyo manuscrito está circulando por la red: Saber de Letras 2017
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