Sunday, November 19, 2017

CARTA A UNA MAESTRA DE ESPAÑOL:

Muy señora mía:

Fracasé, sus correcciones evidencian mis errores, o, espere, quizás los suyos.

Los 40 puntos, en una escala de 100, que me quitó por no poder distinguir el como relativo del cómo interrogativo, el uso de una preposición distinta a la que usted usa -dicen que es más común en su país o clase social que en el mío, la mía-, una oración algo desenclausada (es que pensé que el ritmo en un escrito -lo dijo Palés Matos, el gran poeta guayamés y lo reafirmó García Márquez, a ese usted lo conoce- es tan importante como lo es la concordancia sintáctica), y los 20 puntos restados por asunto de una idea que no le gustó; una de tantas. A las otras, ni las miró bien, creo, pues no dijo nada. ¿Sería que no podía hacerlo? 

Gracias, querida maestra. Por causa, a causa y como causa de su calificación, exploré otros escritos, incluyendo sus ensayos, cartas a padres, comunidad en general y compañeros. Perdone si la ofendo, pero qué aburridas son sus letras, qué oraciones tan cortitas, y sin ritmo, pasión, o amor por el escribir.

Es más, seguí con mis estudios por mi cuenta, exploré la literatura sobre la didáctica del lenguaje, y puedo concluir que la culpable no fue usted, ni yo, ni el Estado, ni la academia. Después de todo, José Antonio Pascual, Vicerrector de la Real Academia de la Lengua y autor de No es lo mismo ostentoso que estentóreo, dice: “Yo mismo he cometido errores en mis textos y tengo 10 folios en los que he anotado los fallos cometidos. Ni los filólogos somos perfectos” (El Pais, 23/01/2013)

Nunca se sentó conmigo para averiguar por qué yo no distinguía entre tanto como, porqué, que y de qué. Mucho menos, se interesó en mis ideas, por mis ideas.

Una vez más, maestra, gracias  a usted, decidí seguir escribiendo en vez de convertirme en un autómata que enseña reglas y modelos sin importarle a quién y cómo lo hace, y quién, por carámbola, logra seguir sus pasos: muchos, pero muchos, igual de autómatas e igual de destructivos.

Qué pena maestra, que tanta medalla, cinta y títulos que ha logrado por haber acumulado información y citas no la hayan preparado para amar de verdad el misterio de la escritura y la diversidad de voces que la exploran.

Sabía usted que La mala hora por Gabriel García Márquez se llevó el Premio de Novela Esso en España. Pero fue editada con polémica. El propio autor rechazó la versión final publicada en España, porque a un corrector de estilo le dio por meter mano en el original, y en la edición posterior, que fue lanzada por Era, de México, aparece la siguiente leyenda: "La primera vez que se publicó La mala hora, en 1962, un corrector de pruebas se permitió cambiar ciertos términos y almidonar el estilo en nombre de la pureza del lenguaje. En esta ocasión, a su vez, el autor se ha permitido restituir las incorrecciones idiomáticas y las barbaridades estilísticas, en nombre de su soberana y arbitraria voluntad. Esta es, pues, la primera edición de La mala hora. El autor”. Eso lo escribió su maestro, maestra.

Bueno, maestra, siga marcando, citando sin entender bien, que yo -¿le interesa saber?- ando estudiando graffitis y modos de texteo poéticos.

La quiere,
Escribano Colgado

(Del libro inédito CAMINOS DIDÁCTICOS 2017)

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