EL AULA DE LOS LOCOS Y EL MAESTRO CIBERNÉTICO
Las horas en el aula que antiguamente había sido la sala donde administraban electro-shocks a los locos de Montevideo no parecían tener fin. Para el maestro; no para los estudiantes.
En el espacioso, frío y árido ambiente sin pizarras o cuadros, las paredes color crema pálido-añejo retumbaban con el cliqueo de los sonidos de las computadoras y los gritos de sus usuarios, estudiantes de secundaria. Los chicos estaban inmunes al efecto que tenía la historia siquiátrica de aquel salón de informática. A su edad, las hormonas eran más poderosas que los flujos espirituales que pudiesen haber quedado vagando por las antiguas salas de lo que una vez fue un manicomio; tantos locos electrocutados no eran rivales para la etapa en que se encontraban los pupilos. Sus gritos eran ante el descubrimiento o solución a un problema cibernético.
No era así con el maestro. Aunque era más maduro, era más blandengue que los adolescentes, controlado por otro tipo de hormonas, y muy propenso a recoger las fuerzas energéticas que las muy trágicas muertes plantaron en las paredes del aula cuando en ella se administraban las curas eléctricas. Durante las horas de clases, el profesor de informática mostraba síntomas como dificultad con la respiración, cutis demacrado y sudor en pleno otoño; también oía voces y sentía miedo, escalofríos. Miedo que perdía todas las noches cuando llegaba su casa, entraba en las redes sociales, se comunicaba con sus supervisores y éstos lo consolaban.
No era así con el maestro. Aunque era más maduro, era más blandengue que los adolescentes, controlado por otro tipo de hormonas, y muy propenso a recoger las fuerzas energéticas que las muy trágicas muertes plantaron en las paredes del aula cuando en ella se administraban las curas eléctricas. Durante las horas de clases, el profesor de informática mostraba síntomas como dificultad con la respiración, cutis demacrado y sudor en pleno otoño; también oía voces y sentía miedo, escalofríos. Miedo que perdía todas las noches cuando llegaba su casa, entraba en las redes sociales, se comunicaba con sus supervisores y éstos lo consolaban.
(Este relato fue copiado del libro Caminos Didácticos 2017)
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