Thursday, November 9, 2017

FRAGMENTOS DEL LIBRO DOWNTOWN (TESTIMONIOS Y FICCIONES)

                       DESDE EL STONEWALL HASTA EL SIDA

Ayer, pasado efímero, me sentía como lo que puedo ser: una marica diviiina.

Dialogar con las pinturas, pasear por una galería con un cóctel en la mano, disfrute total, parar frente a un grupo, “hola, qué tal”, saludar a los conocidos, gozo completo, conversar sobre el arte, decir adiosito de lejos con los dedos de mi mano derecha, vivir al borde del ahogo de la felicidad.

Sé que mi sensibilidad y estilo les molesta a las liberales ortodoxas, en particular a las feministas que no soportan los hombres amanerados; y yo lo soy. No puedo con ellas. Qué se fastidien las nenas. Saludar, moverme, sonreír con plasticidad flamenca. Flamenca de Flandes, no de Andalucía. Aunque, a veces, cante jondo.

Como siempre, todo puede marchar muy bien, hasta que un cóctel de más desmantela mis posturas. Me explico.

No hace mucho, en uno de los locales de moda en la Avenida A, del siempre y eternamente bohemio downtown, trago en mano, le respondí a una señora preocupada por lo llano como tema, que me preguntó si era tímido: "No sé socializar". Arqueé mi ceja derecha, pensé un segundo, la miré atentamente, sonreí sin enseñar los dientes y continué: "solamente puedo construir jerarquías intelectuales, ser sarcástico, morir de pie". La señora, a través de una sonrisa rectangularmente perfecta, gimió un casi ladrido gutural de simpatía programada. 

Formé una curva con mis sutilmente apretados labios, me excusé y seguí tomando; amanecí con una resaca de madre.

El mal estado, los dolorcitos de cabeza se están convirtiendo en algo muy rutinario, y, para empeorar la cosa, me paso el día después de los cócteles, avergonzado por mis cambios de conducta: de poseedor de modales propios y agradables a uno donde la rabia era la que hablaba.

El comentario y el tono con que lo emití, productos de un ambiente donde el razonamiento diplomático no era usado en reuniones familiares, son un no no en actos seudo literarios. Me recuerdo a Pascual Duarte cuando pasea por primera vez por El Retiro. El acuchilló a alguien. Yo, insulto.

¡Ah! Pero después del insulto, gracias a San Agustín, reflexiono; gracias a los silogismos, aprendo; gracias a los instintos, ya que por culpa de ellos, a menudo, meto la pata, y luego aprendo.

Hoy el tacto es una idea convertida en práctica.

El tacto controla la verdad y, peor todavía, mi ingenio y su motor existencial. (continúa)
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                        AULAS DE TRAVESTIS RENACENTISTAS

Eso es lo que eres, una travesti, y al no aceptarlo, eres una descarada. Si crees que con tu sonrisita y tu boquita apretujada me vas a engañar, te equivocas. Si crees que al vestirte de gris con una ropa tan sobria me vas a seducir, ni lo pienses. Te he leído hace mucho tiempo. Conocí quién eres y de dónde vienes. Me informé muy bien sobre tus juegos con tu gran maestro. Travesti. Eso es lo que eres una vulgar y vividora que traviste para esconder su verdadero yo, y no para expresarlo plenamente. El travesti auténtico no se esconde. ¡Y qué ayudante! ¡Y qué aprendiz! ¡Ja! Lacra, parásito. La historia te ha delatado. ¡Esos colores! Ese efecto vaporoso, esa superposición de varias capas de pintura extremadamente delicadas, esos contornos imprecisos, esa vaguedad y lejanía no esconden quien eres. Basura.  ¿Profundidad? ¿Tú? Profundidad tenía quien te hizo. Eras un don nadie, y tu maestro fue el que te dio poder, permanencia, historia, eternidad. Tu yo quedó detrás de los oleos, los contornos imprecisos, y el maestro a propósito te envolvió en esa especie de niebla para difumar tu perfil y darle más importancia a la atmósfera y a la recreación de tu yo que a tu yo mismo. Si no fuera por el cuadro, hoy no estarías aquí. Mira como te miran mis estudiantes, perplejos, no están acostumbrados a que nadie te hable así, a que te las cante sin predicamentos, a mostrar tu verdadera cara. Tan buenos, tan obedientes, tan embelesados ante tanta belleza, cultura, tan impresionados por ti y lo que representas. Tan en busca del lenguaje fosilizado, de las interpretaciones en la academia. No eres la única vividora. Ellos también lo son. Aquí están en espera de hacerse miembros de los escogidos, los que residen en las torres de marfil. Los que flotan sobre las masas son tan vividores como tú. ¿Por qué se van? ¿A qué le tienen miedo? ¿A otra versión del mundo?  Mira a quien tienes al lado. A esta, tan doméstica ama de casa, siempre esperando frente a esa ventana, aburrida. Vete a trabajar, vaga, deja de estar dependiendo de tu marido. Vestida para jugar el papel que te corresponde. Por lo menos el otro se vistió de mujer y transgredió. Tú no te atreviste. Cumpliste con lo que te decían que fueses. Te ves llena de tranquilidad, feliz y agradecida por lo que Dios te ha dado. ¿Es que no sabes que es el dinero que sus banqueros prestaron a los españoles es lo que los hizo a ustedes ricos? ¿Es que no reconoces que los españoles explotaron a los esclavos, a los indígenas para pagarles a ustedes? Usureros. Tan rígidos y flemáticos. ¡Lutero! Con ese modelito de tejidos flamenco, con ese sombrerito de muy fino lino. Tan lindo, blanquito. ¿Se van? Flamenca de mierda, contigo y con Vermeer hablo más tarde. ¿A qué le huyen? ¿A la verdad?  Y tú mi querida Mona Lisa, sigues ahí sonreída, riéndote con tu maestro, y ustedes, de todos ellos y de todos nosotros.

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