"Mira nene -me escribió Pepe-, no se dice 'misiólogos' es con dos eses, como 'miss', 'missólogos' y sin la 'i' -para luego espetarme una pregunta bien bitchy- ¿No corriges?”.
“Claro que corrijo. Gracias, insidioso, puntilloso y norma-compu-obsesivo”: contesté.
Corrijo después que vea el error, de saber que hay un error, y en este caso ni me fijé en su ortografía, y después de racionalmente -cuando el intelecto me es suficiente- entender las raíces o razones del error; y como deduje, sin pensarlo, que si en Puerto Rico les decimos misis a las maestras, enfermeras y oficinistas, aunque sean señoras o señoritas, pero no necesariamente vírgenes, escribí misiólogos, y ya.
Debí haberme fijado y poder concluir que al estudiar cómo los escritores formulan sus ideas sobre la ortografía -de acuerdo a Jorge Vaca, Ana Teberosky, y otros investigadores del porqué escribimos como escribimos-, no se puede usar todo el tiempo ni la deducción fonética o silabeos o derivados o lógica, que éstas no funcionan como métodos cartesianos, y mucho menos si están matizada por la cultura. Por lo menos, ya, desde que salí de tercer grado, no escribo “Geraldo”. La Misis Zabaleta me obligó a escribir “Gerardo” un montón de veces en la pizarra, y no recuerdo, pero no dudo, que también nos llevó a través de su excelente manejo de la didáctica deductiva a explicar por qué.
Qué tanto “a través” que le corregí a los chicos y no muy chicos durante mis años de maestro -por ellos escribir “atraves", deducido de atravesar- pudieron servirme de algo. Pero no, es que por un lado mi ceguera y el escribir “a las millas de chaflán” (expresión boricua que quiere decir bien ligero), y por otro, que no soy tan diestro en las normas de las normas y , por último, la dependencia en mis lectores del blog me llevan a plantar (subir o colgar) el texto en la plataforma Bloggers.com, y a esperar que me señalen lo que debo cambiar, corregir.
Y ese patrón interactivo que permite el blog, incluye tener que tolerar a Pepe, que no puede esperar un minuto. ¡Uy!, cómo goza -a nivel etereo, flota, cual levitante Santa Teresa- de su manejo normativo, casi automático con las reglas, a la perfección, de la ortografía para corregirme. Luego, sin perder el hilo conductor, aunque la narrativa fuese otra, me interrogó para saber si tal o cual sabían que los había citado en el escrito sobre las “misis” y los concursos de belleza.
(del libro inédito, circulando por la red: SABER DE LETRAS 2017)
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