Monday, November 27, 2017

GÉNOVA TRANSFORMÓ A GUAYAMA

- ¿Y qué lo trajo por aquí?
- Ando buscando a Cristobal Colón.

La señora que me atendió cuando fui a la pequeñita casa-museo donde alegan nació o vivió el genovés que comenzó la europeización de las Américas sonrió ante mi respuesta. Me dio, no recuerdo, qué información. Caminé un poco por la pequeña casa, salí y seguí paseando por Génova.

(El cinismo, mal que aqueja/caracteriza a los colonizados/neo-colonizados/oprimidos/proto-colonizados/pseudo-colonizados, se me sale por los poros. Cuentan las leyendas que Esopo, el más conocido de todos los cínicos, era un esclavo egipcio que creaba, de haberlas creado, las fábulas porque si hablaba literalmente de los faraones, podía ser ejecutado. ¿A cuántos no siguen ejecutando o tratando de ejecutar los modernos faraones? Véase en este blog diversas crónicas sobre este tema)

“En un pueblito de Italia nació Cristóbal Colón… y la gente se burlaba… al palacio del rey…” son fragmentos de la letra de aquella canción infantil que teníamos que memorizar en la elegante escuela elemental Genaro Cautiño al final de la cuesta en la Calle Ashford, en aquel pueblo caluroso, seco, de frente al quieto mar Caribe. Todos los doce de octubre cantábamos aquella canción, teatralizábamos la “gesta descubridora” y nos alegrábamos de haber sido parte de la colonización de las Antillas.

(En un pueblo donde la mayoría de la población era de ascendencia africana, nunca aprendíamos canciones ni leyendas sobre las gestas de los esclavos. De los pataquíes se hablaba en las casas, en secreto. Mirábamos hacia España y Europa, y un poco hacia los Estados Unidos; pero era España nuestro norte.)

El hombre cuarentón, flaco, me miró directamente y siguió estudiando la pieza en el museo que luego visité. Yo lo miré y seguí caminando por otras galerías. No recuerdo su cara. Recuerdo el pasarnos, mirarnos, desearnos, y no hacer nada más. Recuerdo su pasión por la obra que el allí observaba. No recuerdo la pieza.

(Génova era parte de la memoria colectiva de mi generación en el Puerto Rico de los cincuenta. Hasta esa época, si tenías recursos, era a Europa donde iban a estudiar los jóvenes económicamente pudientes de la isla de los encantos. Con la colonización y control de la educación privada en manos de curas y monjas estadounidenses el “status symbol” cambió: las generaciones que nos siguieron desean poder asistir a las universidades norteamericanas. Ya ni hablan de Génova, ni cantan “en un pueblito de Italia..."; todavía no leen sobre los pataquíes.)

Siempre me ha atraído la gente de mi edad, ni mucho más jóvenes ni mucho más viejos, y en Génova pude haber parado, conocido al flaco cuarentón, hablar con alguien; decidí que prefería la imagen, la memoria, el deseo sin las complicaciones de lo concreto. Escribí unas notas sobre ese momento y seguí caminando por el puerto, tomé un café, esperé la tarde; las que siempre me angustiaban antes de mi viaje al pueblo donde nació Colón.

(Nos dice Lacan que el deseo erótico en los humanos está tan ligado a las fantasías, que al fin de cuentas es un acto narcisista, es a nuestro ego enamorado al que amamos. Si para los animales la copulación es el foco de la sexualidad, para nosotros es la fantasía la que nos guía el acto sexual. De encontrar fallas en nuestra pareja, perdemos el deseo. El flaco genovés me recordaba al flaco de Ponce.)

Las tardes del pueblo caluroso, caribeño, rodeado de cañaverales, despertaban una especie de melancolía la cual no podía comprender; aprendí a vivir con ella, disfrutarla. El pueblo se acostaba y no había salida ni espacio para satisfacer los deseos de un adolescente que curioseaba otros nortes. Pensaba que al dejar el pueblo el saudade, aquel estado de ánimo que me arropaba una vez la luz tenue, algo amarillenta, barruntaba la llegada de la noche, iba a ser amortiguado. Llegaban las tardes y llegaba la melancolía. En Génova ocurrió el milagro. El flaco del museo sirvió de catarsis. En el café, aquella tarde de verano, después de visitar a Colón, la melancolía no hizo su aparición.

(Quizás la melancolía vivida en aquel pueblo era causada por la falta de una experienciaa que hubiese permitido canalizar mis deseos de ser europeo, encontrar mi descubridor. Nos dice Lacan que nuestros deseos se fundamentan en una ausencia, ya que la fantasía no responde a nada real. Quizás, la casa de Colón, Génova rellenaron la ausencia. La fantasía se concretizó en una pequeña y humilde casita en la ciudad italiana, perdió su magia; y al descartar al flaco del museo, neutralicé mis fantasías. Ya no deseaba al flaco de Ponce. La melancolía sin substancia no podía volver a arroparme.)

En la entrada al cementerio del ya mencionado pueblo caribeño se encontraban los muy elegantes panteones de las antigua familias europeas, fundadoras del pueblo. Aquellos blancos panteones servían para reafirmar quienes eran los que definían la historia y la colonización. Hoy, de vuelta al pueblo, uno de los panteones fue comprado por unos nuevos ricos chinos; transformaron el panteón en una petite pagoda color rojo subido.

(Una vez descubierta la fuente de la melancolía, desaparece el placer que la acompaña.)

(del libro inédito, circulando por la red:
DESDE JÁJOME HASTA ÍTAKA 2017)

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