Sus largas y bien delineadas piernas la llevaban casi flotando por la avenida Amazonas. Nada intervenía en su paso, ni las miradas de algunos o el insulto de otros. A sus veinte y tanto años, madurados a fuerza de una voluntad de hierro, no temía ni al más guapo ni al más moralista. No la conocí personalmente. Su historia la relató La Luchi, una de sus mejores estudiantes.
A los quince años, La Luchi tenía muy claro qué quería hacer con su vida y su necesidad de transgredir las formalidades de su género; y para lograrlo, necesitaba la mejor y más reconocida maestra de Quito. No podía hacerlo por sí sola, y qué mejor que una reconocida experta, La Isadora de Quito.
Sus primeras palabras las recuerda hoy como si estuviese allí, en Quito, donde aprendió su más preciada carrera, y le sirven a La Luchi en su rol como docente de travestis.
- Una voz masculina tiene que ser modulada. Unas facciones duras deben ser suavizadas con el maquillaje. Un caminar torpe requiere ser reemplazado por un andar seguro y con movimientos suaves pero seductores. El ajuar no es un disfraz, no quieres imitar a nadie, es lo que va a proteger tu cuerpo y proyectar tu sentido de la estética. Tu nueva sensibilidad, al borde de lo femenino, que sirva de velo a lo masculino, lo que nunca debes perder. Es vivir en ese borde lo que nos hace diferente y lo que nos da la razón de ser, lo que te trajo donde mí.
La vida en una ciudad tan conservadora, religiosa y patriarcal no eran las mejores condiciones que se requieren para poder ejercer tan noble e importante carrera. A La Isadora, un trago aliviaba las dificultades, dos de más activaban la ira que tanta represión causaba. Tres tragos la liberaban; y a cantar lentas y tristes rancheras mexicanas.
Los tragos de más le abría las puertas a la ira, y navaja en mano cortaba a quien se atreviese cuestionar su yo o agredir a sus estudiantes. Navaja o no, al otro día estaba siempre listo para ejercer y cumplir con sus dos responsabilidades: peluquera y maestra de travestis.
La Luchi estudiaba letras durante el día, y de noche asistía a los talleres que ofrecía la Isadora de Quito. Sus lecturas en la facultad revertían, pero también explicaban y expandían lo que La Isadora presentaba en sus talleres; a la misma vez, lo alejaban del entorno donde se podía poner en práctica lo aprendido.
Foucault, Barthes, Vallejo lo llevaban a entrar a los cuartos del mundo que la Isadora construía y transgredía en sus conferencias y demostraciones; convertían al obscuro Quito en un mundo más angosto, provinciano. Al ver la lucha interna que estaba sufriendo La Luchi, en el preciso momento cuando este último conoció al magnate que lo invitó al extranjero, La Isadora aprovechó la ocasión para decirle -Va a llegar la hora en que no vamos a caber las dos en Quito, no pierdas esta oportunidad y vete.
Si La Isadora aprendió fuera de su hogar a ser delicada y tratar de trascender los valores del barrio La Floresta, La Luchi había crecido al borde de un ambiente pequeño burgués donde su madre, una empleada doméstica, logró que hiciese de esos valores parte de su diario vivir. El joven estudiante no se había fijado en las contradicciones que las diferencias en la educación formal y el muy extraño mundo del hogar donde vivía le estaban causando, y que los talleres de La Isadora, sin proponérselo, lograrían cuestionar. Aquella lucha interna en algún momento iba a explotar.
El mundo de la peluquería sostenía conversaciones que se repetían a diario, y no iban más allá de lo pedestre, lo doméstico. El mundo de la facultad de letras obligaba a una continua reflexión que llevaron a La Luchi a hacer comentarios que más de una vez, bajo dos tragos de más, acercaron los dedos de la Isadora a su continua compañera, la navaja.
Su rubio-oxigenado pelo, estatura alta, espaldas anchas, tez cobriza cincelada por el tiempo y la crianza en La Floresta contrastaban con los de la Luchi: pálido, delgadito, de semblante delicado. A La Isadora su porte y procedencia de clase le restaban posibilidades de ser conquistada por los hombres que deseaba.
Cuando ambas se encontraban en los bares donde iban a poner en práctica lo aprendido en los talleres, sus deseados proletarios se inclinaban hacia las más joven y delicada Luchi; y en eso momentos, como buena maestra, su orgullo por haber conseguido que su querida estudiante manejara las destrezas de una bien realizada travesti frenaba lo que en otras circunstancias, navaja en mano, hubiese sido motivo de guerra.
- Vete. Y no olvides de vivir en ese borde que separa los dos polos que nos controlan - fueron sus palabras de despedida el día antes de que La Luchi partiera para el extranjero - que por ahí vienen mis nuevas estudiantes y no quiero que me vean con el rimel regado por los cachetes.
Saturday, September 21, 2013
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