La edad para haber comenzado a “coger vergüenza” (esa frase tan común entre los adultos puertorriqueños de las generaciones anteriores a los “gansos” que remplazaron los “jaibas”) era como a los ocho o nueve años; el comienzo del estadio cuando las nalgadas desaparecían y empezaban otras reglas de juego. Es lugar común que a esa edad le ha llegado el fin al bebé, y comenzado el reto de muchacho crítico, la señorita que cuestiona autoridad, y que sus cuerpos también cambian; entrado a la etapa formal del desarrollo intelectual propuesta por Jean Piaget; al estadio afectivo caracterizado por la búsqueda de un “yo”, tratando de establecer una autonomía en el mundo, proyectado en la preferencia por ciertas narrativas, sugiere Bruno Bettelheim, Enzo Perini, Herminio Almendros, Luis Iglesias; la etapa cuando entrelaza su capacidad meta lingüística con su habilidad como lector y escritor para darle o buscar coherencia en el “cuento/historia”, conocer cómo se organizan y funcionan los sistemas simbólicos, como bien muestran los estudios de Howard Gardner, Emilia Ferreiro, Ana Teberosky. Todos esas estructuras y comunicaciones internas, explicados por los autores y en los organigramas anteriormente citados, influyen y, a su vez, son transformados o estancados, dependiendo, en gran medida, de “si se coge -o no- vergüenza”.
“Coger vergüenza” no es asunto que sólo le aplica a los miembros de grupo que están en esa edad cuando se deja de ser bebé. John Dewey lo explora cuando advierte contra programas educativos, que el reconocido educador norteamenricano consideraba, que solo servían/sirven para estancar y, en algunos casos, retrasar el desarrollo de los estudiantes. Si “coger vergüenza” está ligado y en relación simbiótica con todas esas áreas de desarrollo antes enumeradas, esos programas criticados por Dewey no ayudan al estudiante a poner en práctica su “cogido de vergüenza” frente a lo estudiado.
Hacia principios de los años setenta, los estudiantes puertorriqueños, en conjunto con miembros de facultad solidaria, criticaron abiertamente los departamentos de estudios hispánicos en CUNY por ignorar la literatura e historia puertorriqueña; y en mucho casos, promover una vision racista y colonialista de la sociedad, cultura e historia de la isla y sus gentes. Al hispanismo excluyente le pusieron demandas, exigiendo que “cogieran vergüenza”.
Hostos nos insta a “coger vergüenza” cuando en su Moral Social dice “Mataréis al Dios del miedo, y solo entonces seréis libres”. Para Hostos “coger vergüenza” no significaba ser un ñagotado, ni un pequeño burgués citando las biblias sin conocer sus origenes, mucho menos, levantar turbas a lo politico populista de izquierda o de derecha, sucumbir ante el “dios del miedo”. Obvio, lo propuesto por Hostos debe ir en concordancia con lo que dicen los otros autores citados: sujeto al estadio, momento y entorno; comprensión y uso de narrativas y sistemas para, primero, poder entender el principio fundamental: “coger vergüenza”.
En cuanto a cómo aprender a "coger vergüenza"
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