El coche partió tarde en la noche de luna menguante, de rondas y desvelos; circuló por otros caminos, tan tristes como los que Agustín Lara vio cruzar por su balcón, acompañado por las luces fragmentadas de una quebrantada luna, en espera de la Félix, y una continua tonada, un repetir del "cómo fue, no sé explicarme que pasó", antes del accidente en la carretera de Punta.
Mucho antes del Porsche terminar destruido, un bolero, otra canción, comenzó el final del relato en la tableta.
"Noche de ronda" por la Elvira Ríos, sus pausas extensas, silencios entre fraseo y fraseo, ayudaron a aguantar la eterna espera al lado de ¿un pino? o de un palmar, cerca de la orilla del mar, mientras que, a lo lejos, en la playa, se veían dos siluetas, dos cuerpos, celebrando una cita,”embestidos por las olas”, dos amantes completamente desnudos, en erótica armonía con los susurros de la Ríos - "Qué triste pasas.... Qué triste cruzas.....Por mi balcón"-, sirenas, ambulancia; el Porsche destruido, quejidos.
-¿Dónde estoy?
-¿Qué hago aquí?
-El Porsche, ¿de quién era?
-¿Qué hago aquí?
-El Porsche, ¿de quién era?
"¿De quién hablan, qué esperan, si todo fue y no sabrían decir lo qué pasó?" fue el mensaje que anunció el timbre del correo electrónico, sonoro y agudo, capaz de despertar con facilidad a quien es ligero de sueños. Sin esperarlo, a las ocho de la mañana montevideana, cinco de la madrugada en Nueva York, se acercaron las voces y textos del relato tellediano: los dos amantes en camino de Punta.
El grito de dolor, entretejido con la voz de la Collado, se pierde en la frontera que lo separa del placer invernal; del bolero que se oye a lo lejos, "pero muy lejos", desde el sur, en la carretera Inter- balnearia, bañado por otras aguas y vientos australes, sin poder decir "cómo fue" ni explicar, ni "decirte qué pasó"
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