La sigilosa voz de Lucho Gatica - “un pecado nuevo que quiero estrenar contigo”- despierta sospechas.
-Perdón, si te falté; si no me atreví recorrer rumbos que me parecían perdidos; si no pude explorar lo que consideraba eran tentaciones, poderosos pecados para los cuales no estaba listo, lista, nuevos retos carnales; si temí disfrutar de una lujuria escondida, reprimida, moralizada, disimulada; no me atreví.
Lo propuesto pudo ser el comienzo de algo que exploraría las fronteras del romance doméstico; trascendiendo el goce sencillo. Buscaban, proponían, quizás, satisfacer algo más que el deseo de amar; querer sin límites.
- No estabas listo para reconocer que antes, mucho antes del viaje, del accidente, fue contigo con quien aprendí a explorar nuestros cuerpos, distintas formas de amar, a “despertar nuevas y mejores emociones”; sí, “contigo aprendí que la semana tiene siete días”, a besar sin miedo, a reconocer las múltiples sensaciones, reacciones; aprendí a encontrar con los labios cada estímulo en la piel, saborear poro por poro, dedo por dedo, lágrima por lágrima, grito por grito; aprendí a entregar cada uno de mis órganos, a disfrutar de placeres sin límites.
Desbocados, ansiosos, deseosos de tener al amante en sus brazos, entregarse por completo, recorrer todas y cada una de sus dormidas emociones, hacer temblar vellos, uñas, recorrer todos los poros, entrar en espacios prohibidos, desconocidos, encontrar placeres que no quisieran haber conocido, a decir que no, o a dejarse llevar por la nave sin rumbo de Sylvia Rexach, escondiendo los motivos que obligan a los amantes a dudar de las implicaciones; reprimir las intenciones, los deseos de estrenar ese pecado nuevo.
-Desconfié, sentí miedo, no entendí, y no pude aceptar que antes del accidente, cuerpo con cuerpo, fuimos alumbrados por la “luz del otro lado de la luna”. No fue Gatica el primero; ya antes, mucho antes, otros boleristas no motivaron a pecar, amarnos a “media luz”, a sentir un “crepúsculo interior”.
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