A las cinco de la mañana el café con leche protegía contra el invierno. La taza se movía al compás del -jugaba, quizás- ruido del viento y del sonido estridente, metálico que venia de la calle. Ayudó a restarle atención al timbre de la portátil y a su pantalla alumbrada por el invierno y un mensaje del servicio de correo electrónico, enfocando la vista en el continuo cambio del reflejo de la luz matutina; acompañando al baile de los copitos de nieve que daban sobre el cristal de la ventana, la tormenta invernal que arropaba a Manhattan; y a los chillidos que venían desde la calle, causados por el poste de la luz. Vientos, sonidos, café no prepararon al receptor del mensaje para lo imprevisto: una escena, un romance como parte de un capítulo más en la novela-bolero, fundamentado en una película inglesa o serie televisiva: Pennies from heaven.
Otro café, boleros. La Tellado canta "La noche de anoche", las últimas semanas, los últimos años "disfrutando de esa calma de un amor que ya pasó", en esa etapa, a la edad cuando quedan solas, quietas las palabras, y hacen comprender, que se ha vivido "esperando por un amor", un amor que sigue siendo narrado, cantado, acompañado por la voz de la Tellado y el recuerdo de los delirios de la mujer de ojos color turquesa y largas acicaladas uñas color rojo subido, tendida en el Porsche
-Estoy aturdida, por dios, por dios, por doios, yo que estaba tan tranquila. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?
-¿Quién cantaba cuando salieron de Montevideo?
Un bolero pone en perspectiva lo vivido, lo esperado, provee compañía, sirve de espejo, reconstruye el andamio de los sentimientos, sensaciones, las desmantela, y permite recorrer el camino de quienes ocupan múltiples espacios, el suyo y el de los otros, amores y boleristas, aguardando por una resolución, un desenlace, una idea sobre el amor, cómo expresarlo, o simplemente vivir el amar, el romance, en su estado más puro, con nadie más: uno y bolero.
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