Un reloj no marcaba las horas; los detuvo en el camino, en suspenso, hasta "cuando amanezca otra vez”, sin preocupar a cada uno de los boleristas, amantes, autores de que él/ella se “irá para siempre”, con el tiempo en sus manos que los pueden enloquecer; tiemblan un “nomás nos queda esta noche”.
El éxtasis musical, estético, sexual, narrativo se fundieron en múltiples e inigualables orgasmos explosivos, “solamente una vez amé en la vida” Gemidos.
Una noche perpetua, un tierno inicio, lento preludio, eterno e interminable placer sexual, con sus caricias, besos, erecciones y deseos en crescendo, compenetraron a los amantes, al autor, lectores, y a todos “nosotros, que fuimos....”, no podemos separarnos.
Un bolero profundamente meloso, pegadizo, detenido en el tiempo, olvidaba las agujas del reloj, adoraba la “seda de tus manos”, los besos “que se daban”; exploraba cada espacio, piel, extremidad, el "infinito sin estrellas"; convertía al otro, la otra, en “y solamente tú”.
-La sangre en el Porsche, ¿de quién era?
-¿Por qué me acostumbró a todas esas cosas?
-¿Quiénes iban en camino a Punta?
-¿Por qué me acusan de ser la culpable de todas sus angustias? ¿Por qué?, ¿por qué?, si me acostumbró a todas esas cosas.
-¿Quiénes iban en camino a Punta?
-¿Por qué me acusan de ser la culpable de todas sus angustias? ¿Por qué?, ¿por qué?, si me acostumbró a todas esas cosas.
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