Wednesday, October 17, 2018

CERREROS: LA PRIMA DE CARITE A PIE

“In the best of cases, it results in fixed, ahistorical categories that conceal the complex, multi layered, and often contradictory character of ethnic and cultural identifications” (Francisco A. Scarano: The Jíbaro Masquerade and the Subaltern Politics of Creole Identity Formation in Puerto Rico, 1745-1823. The American Historical Review, Dec., 1996)

Tan mayor como que podía ser mi madre era mi prima Victoria, y tan simpática, maternal y brusca como pueden ser las primas y primos mayores. Entre los primos, soy de los más chiquitos y los mayores eran primos divertidos que alegraban, cuando nos visitaban o los visitábamos, nuestras vidas. Algunos de ellos tenían mejor poder adquisitivo y propiedades; compartían con los más pobres. La procedencia en común, Jájome y sus formas de ser (de usted y tenga) empataban estrechamente las relaciones. Victoria siempre sobresalió. No abandonó los cerros de Jájome. Y si Jájome era aislado para los años 30s, después de casada se mudó para un sitio más aislado todavía, Carite, que no tuvo carretera hasta finales de los años cincuenta, rodeado de bosques.

Victoria crió sus hijos en Carite. Su marido, natural de por allí, regresó mal de la guerra, un poco desajustado, y pensionado, de agricultor junto a la prima. Siguieron viviendo en Carite hasta que ambos murieron. De los cerros rojizos, puro barro, del campo y bosques que bordean a Jájome, bajaba la prima, vestida con trajes floridos, volantes en las blusas, controlando su pelo negro rizo, casi maranta, con hebillas; una sonrisa y una voz ronca, explayá que anunciaba su llegada y presencia; andar y postura erguida, acostumbrada a montar caballos, recoger café y ñames, subir los cerros resbalosos de los campos de Cayey y el norte de Guayama. 

A pie por un buen trecho; en pisicorre hasta el pueblo, se movía para venir a visitar a su Tía Lile, con un buen surtido de viandas y algún pedazo de cerdo o embutido hecho en casa. Sonrisa que le cubría la cara, franqueza como la que según otros parientes era/es herencia de los León, la familia de la famosa abuela Teresa; quienes, incluyendo a la abuela, Mamá, Tío Cecilio, unas cuantas sobrinas y sobrinos, primos y primas mantenían, siguen manteniendo esa cualidad: cerreros. Nada que ver con la literatura cargada de pesimismo, y jíbaros ñagotados, dóciles que nos han vendido los literatos burgueses y arribistas del hispanismo boricua.

Cerreros. A los jíbaros, los León, Victoria, Mamâ, que eran directos y al grano los llamaban cerreros. Nos veíamos poco, pero yo desde pequeño la observaba, tan distinta a la otras primas y tan parecidas a la vez; disfrutaba de su alegría y carácter espontáneo, y como me encanta comer, del pernil, las viandas. Nunca dejó de asombrarme y elevar el ambiente, y así fue la última vez que la vi, durante un velorio de una pariente, quien murió, a causa de la falta de respiración, problemas pulmonares. El embalsamador dejó torcida la boca del cadáver y Victoria, con cara seria, entre sorprendida y disgusto, con la solemnidad que el velorio requería, persignó, oró en silencio, miró el ataúd y dijo: “Qué mal se ve!”.  

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