Sunday, October 14, 2018

RAÍCES GÍBARAS: DE TIERRAS DEL REALENGO A GUETOS URBANOS

Antes de la invasión de los EEUU y durante la colonia española, Puerto Rico era un país con una población mayoritariamente pobre, aunque auto suficiente y sustentable, que podía exportar productos agrícolas:  “Es la historia de las haciendas, estancias, la propiedad eclesiástica, de los hatos y el mundo de ‘los comunes; es decir, los montes y pastos de uso común, concesiones reales y tierras del Realengo. La actividad agrícola oscilaba entre la producción para mercados tan distantes como Hamburgo y Bremen, y una agricultura de subsistencia, montaraz, semi-nómada, como han señalado Godreau y Giusti.  Gente que inclusive se internaba en los hatos a sacar maderas, bejucos y la yuca de marunguey para subsistir./// La visión oficial era que estos, con la anuencia de los terratenientes y del Estado, habían promovido el mal uso de la tierra (González Mendoza)”. (Manuel Valdés Pizzini. “El valor del papel donde están inscritas: las áreas protegidas”. 80grados.net, 10/2018)  

La redistribución de tierras y privatización de las mismas, la inmigración de canarios, catalanes y corsos (de trescientos mil a principios de siglo a un millón hacia finales del s.19), impulsada por la Cédula de Gracia, el aumento de plantaciones de caña de azúcar, café y tabaco en las montañas cambió drásticamente a la fiel Provincia de Ultramar. Todo de frente a una potencia que quería poseer a la isla por su valor estratégico, y, luego, como centro comercial o banco o gueto urbano abandonada a su suerte.  

Por dentro, una transformación de la población y sus estructuras (es el siglo cuando empieza a coger forma una nueva puertorriqueñidad y muchas de sus instituciones); por fuera, las luchas geopolíticas tenían a las islas caribeñas en su radar, como parte de fichas de un juego político-militar. Con la llegada de inmigrantes españoles y europeos -por los privilegios que les otorgaba el ser blancos- podían entrar a familias criollas de las clases burguesas: comerciantes, militares, terratenientes y pequeños agricultores con vínculos familiares a las anteriores. Es en esa coyuntura histórica que nace, se conocen y casan mis abuelos don Santiago y doña Teresa. 

Él, un peón asalariado hijo de españoles. Ella, una criolla, hija de hacendados. Su boda fue hacia el 1897, y no tuvieron que probar su “limpieza de sangre”: primera hija, Mayito, nació mientras los estadounidenses invadían a Puerto Rico; la segunda -mi madre Lile- en el 1900, y a esas dos le siguieron Críspulo, Monserrat, Marta, Francisca, Cecilio, Zacarías.  La tierra que los sostuvo y emparentó no daba para todos, y agricultura no era foco ni prioridad en la discusión de los nuevos gobiernos estadounidenses y colonialistas que siguieron a la colonia española. Casi todos esos hijos, desplazados: de Jájome a los guetos de concreto, tanto en la isla como en el norte. La gran mayoría -como decía el refrán: “que el jíbaro es mala malla”- superó los golpes de la historia, convertidos en clases medias, comprobando que sus raíces estaban bien plantadas. 

No comments: