Subir a Harlem. La Prohibición, los 30s. Speakeasy: jazz y bourbon en un entorno obscuro, un sótano en un barrio pobre, población negra, saxofones que lloran la noche, embrujan a los jóvenes blancos clases medias de downtown, atraídos por el misterio, el deseo estimulado por la sensación del peligro o de vivir una realidad paralela. Después de todo, el lunes hay que regresar al trabajo.
Los hipsters de hoy reemplazan a las flappers y los dandies que en otras épocas ayudaron a cambiar la fisonomía del Chelsea londinense y el Village-Chelsea niuyorkino, Montmartre y luego Montparnasse, Soho y Loisaida, El Old San Juan, y Williamsburg, puesto en las palabras de una cliente de un restaurante común con decoración kitsch americana en el barrio de las Cortes en NYC, que ha sido secuestrado por los hipsters, cuya capital es Brooklyn, y su gusto por transgredir se aplica a todos estos movimientos anteriores de artistas, seguidores, aspirantes y arribistas: “Supongo que lo entiendo. Forlini’s es tan poco sofisticado que ahora se ha vuelto sofisticado para ellos”. Lo pobre en estructura y estética, grotesco en imagen se hace motivo, deseo.
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