“Tú eres sólo la grave señora señorona; yo no,
yo soy la vida, la fuerza, la mujer.” (A Julia de Burgos: Julia de Burgos)
yo soy la vida, la fuerza, la mujer.” (A Julia de Burgos: Julia de Burgos)
Su algo desconcertada cara, su apretada sonrisa, “apretujados” los labios, delataban la misma incomodidad que la ex compañera profesora en City College demostró cuando preguntaron de dónde era, y dijo, ahogada en su propia voz:“Pititirican” (Puerto Rican). Un “piti” (puerto) que salía de la colonia. La joven dijo con firmeza: “Soy hondureña”. Para fines estadounidenses, se identificaba como “latina” u hondureña; no así cuando la identidad tenía que ver con los pueblos garífunas.
A la muy incómoda joven, con sus impecables modales, se la puede comparar con otros en completa negación o distorsión o nacionalismos: la prima consanguínea, españolizada, allá en el Jájome de siempre no pudo tolerar el que le señalaran su marca mongólica; el jabao dominicano que jura ser europeo y se rapa la cabeza para que el pelo grifo no revele sus otras herencias.
Quizás porque se encontraba presente otra estudiante que cargaba con orgullo la herencia de tan admirable pueblo, quien dijo que ella era garífuna -descendientes de la mezcla entre cimarrones africanos y caribes, al que nunca los europeos pudieron esclavizar; y para evitar entrar en una guerra con ellos, lo único que pudieron hacer fue moverlos a las costas caribeñas de Centro América -, tuvo que reconocer su herencia; añadió que sí era garífuna hondureña. Los garífunas viven en otros países centroamericanos. Para sorpresa de muchos, pues aunque eran caribeños, deconconocían las historia de los garífunas; otras identidades coloniales y pos coloniales.
Quizás su nacionalismo era más importante que la fascinante historia de un pueblo con un tesón que merece el quitarse el sombrero ante su supervivencia, frente a tanta adversidad.
Quizás el racismo deja marcas que es preferible olvidar, negar.
Que es muy fácil ser soberano, aunque los que manejan y controlan la soberanía te maltraten y destruyan, que ser parte de algo que, a pesar de su condición actual, mantiene la frente en alto sin engañarse o despreciarse a sí mismo.
Quizás alguna realidad es tan poderosa, tan visceral, que no haya poeta que pueda recrearla.
Quizás la poesía no logra impactar o revolver la conciencia frente a una vida que de por sí es metáfora de la vida misma.
La joven - al igual que muchos otros colonizados, escalafonados: la “pitirican”, el mulato dominicano, la mestiza jíbara en Jájome- mostró vergüenza ante la pregunta, metaforizó sus muchas vidas, convirtió un realismo tan crudo en literatura.
Quizás no hay que entrar al espejo para subvertir la realidad y sugerir que la vida está al revés.
El espejo de Julia de Burgos nos mira.
(del libro inédito, circulando por la red: SABER DE LETRA [TEORÍAS, MÉTODOS, EVIDENCIAS] 2017)
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