Tuesday, October 16, 2018

                  SEFIELANDIA
SELFIES ENTRE MESAS

Desde los tomados durante los años previos al Stone Wall, hasta los retratos más recientes, cubren la pared detrás de la cara arrugada, esculpida por los recovecos de la identidad: procedencia de clase, étnica, color de piel, acento, nivel educativo, libros leídos, deseos, cumpleaños, graduaciones, bodas, bautizos, fiestas patronales en caseta de fotógrafo ambulante-pre-celulares, antiguas, manchadas junto a selfies impresos en papel de cartas. Recogen cada eslabón, entre vidas; rellenan la memoria.

Los últimos, tomados en el bar El Patio de Lila, dirigen al observados hacia la gente sentada en las dos  mesas que están detrás del sujeto auto-retratado. Un hetero se acerca a una mesa, saluda, se vira y saluda a un grupo de gente que está a menos de tres pies de distancia, no los presenta. Se vira, va y viene entre las dos mesas y dice dos o tres bobadas: un tipo simpático en busca de un "ese tipo es bien chévere", solidario entre mesas.
SELFIES ARREBATADOS

Primer selfie. 1:00 p.m.: El conjunto formado por el encuentro de vientos y agua, en un continuo remolino, extiende sus extremidades por un enorme espacio, a la vez que baña el cristal de la ventana, el que sirve de marco y bordea la cara sudada, sonreída frente al dispositivo.

Segundo selfie. 8:00: Se acerca la hora de la llegada, y la espera obliga a probar hierbas enervantes, degustar vinos, aceitunas, galletas, sardinas, arenques y quesos, junto a los porros y sus atenuantes efectos.

Tercer selfie: 12:00 a.m.: Primera cita, dos caras arrebatadas, una mesa llena de sobras, botellas de vino y copas, papel bambú; triunfantes, los vientos y el flash también sonríen.


SELFIE DEL MOJÓN

Igualito al de las casetas de fotógrafo ambulante -de fiesta patronal en fiesta patronal, copia de los que ponen en las carreteras para indicar kilómetros,  el mojón color anaranjado estaba escrito en mayúsculas y negritas. Los mojones de fotos en cabinas de feria, pre-celulares, podían ser amarillos, azules, rojos, dependiendo el mensaje: TE QUIERO, A MI MADRE, PARA TI, SOY TUYO. Con la mano derecha agarrando el celular, grabó el reflejo (su propia imagen) en el espejo: un hombre cuyos ojos lucen asombrados, con un cuerpo recto, rígido, estirado, una cara seria, atemorizada, el pelo negro azabache planchado con brillantina, viste una camisa blanca almidonada, planchada a nivel de filo de navaja, y un cigarrillo que le cuelga del lado izquierdo de la boca. "NO ME OLVIDES": dice el mojón del selfie sobre el cual el sujeto descansa su mano izquierda.


SELFIE DE LA DESPEDIDA

Cuando se fue sin despedirse, un beso en el lado izquierdo del cuello y una salida apresurada, evitó la foto, el retrato donde en ese momento una vez más hubiese reafirmado su placer, una sonrisa, al estar juntos, de nuevo juntos.

El selfie sella el fin, el inesperado cierre de un ciclo que no tuvo ni grandes dificultades ni batallas y convenios de paz románticas. Una relación muy armoniosa, llena de comprensión y tolerancia; bordeaba en un control psicosocial, en un modelo de comportamiento algo parecido a los tipos conocidos como "pasivos-agresivos", tratando de proteger lo que nunca se solidificó.

El selfie muestra el asombro de una cara ante la partida súbita del otro, de quién se fue sin indicar que no había futuro, que la foto no iba a contar la historia completa, y mucho menos la de un hombre muy seguro con su vida, amante, trabajo, que no se daría cuenta hasta mucho tiempo después, que la foto es el pasado, un recuerdo de una despedida.


SELFIE DEL VELLO PÚBICO

En el arte del antiguo Egipto el vello púbico femenino era representado en forma de triángulos negros. Al David de Miguel Ángel le rasuraron parte de su vello púbico.  Francisco de Goya pinta y protege el vello púbico de su maja; y en El origen del mundo, Gustave Courbet  el vello de una mujer aparece en un primer plano. Ninguno recreó o registró su propio vello púbico.

Con los teléfonos inteligentes todo aquél que así lo desea puede retratar, representar los pendejos en sus distintos tiempos: de negros y voluminosos a -pendejos al fin- ese momento cuando, escasos y descoloridos, se cansan, pierden volumen, y empiezan a desaparecer. O, como en este caso, al ser afeitados para un selfie cuya fecha no puede ser fácilmente identificada logran con su ausencia un cambio de perspectiva: aumenta el tamaño del pene; y destapa el narcisismo del sujeto: si se gusta a sí mismo, le gustará al destinatario una foto sin pelos.


SELFIE DEL CLÓSET

Cada camisa, calzoncillo, pantalón, calcetín, zapato, pañuelo, suéter cuenta una historia, una en particular. Cada momento grabado recuerda, pregunta: "un suéter amarillo porque ibas a marchar, una marcha gay, prefieres no tener que ponerte un traje de etiqueta, y menos antes de caer la noche porque eso es gusto de mestizos arribistas, que te pones calzoncillos de pata desde que los testículos empezaron a caerse todo el tiempo y se salían por los lados de los jockeys, que te causan irritación, que  no importa si te excitas porque ya casi no encuentra oportunidades para que se pare”. El selfie del clóset recoge historias y el perfil de una cara "curada de espanto", madurada, tranquila y feliz, que observa su armario abierto, completamente abierto.


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