Crecí oyéndola en casa, no en el pueblo de Guayama. En el pueblo oían o a Rafael Cortijo o Camen Delia Dipíní o Felipe Rodríguez. La música jíbara la tocaban en la radio del pueblo para la época de Navidad solamente. La oíamos en casa porque la familia nunca dejó a Jájome por completo y mi hermano Félix y mi sobrino Juan tocaban guitarras y, a menudo, se dejaban llevar por las décimas o un buen seis. Hasta improvisaban. Los fines de semana subíamos a Cayey. Allí -todavía el pueblo no había sido convertido en un parque de fábricas, casi suburbio de Caguas, y estaba rodeado de cafetales, plantaciones de tabaco, frutos menores-, oían música jíbara todo el tiempo. No era música navideña ni cambiado el nombre a trova o campesina. Era música jíbara.
Pasé por las etapas que pasa todo adolescente de mi generación puertorriqueña, me alejé de la música de mis antepasados, e igual que muchos boricuas, archivé la música jíbara para solo oirla en Navidad. Me mudé a Nueva York, segregué más del mundo de los puertorriqueños, entré al multiculturalismo urbano de la ciudad, y mi diario vivir era el de cualquier joven con aspiraciones a ser “avant garde”, “estar en todas”, ir de discotecas, janguear en los cafés del Village, fumar y beber, estudiar y hacerme un profesional. Faltaba algo, y fue en casa de mi hermano Félix, en Brooklyn, 1967, se dio una catarsis, entendí lo que me pasaba: necesitaba mantener un vínculo con mi historia. Mi hermano nunca desplazó la música jíbara para solo tocarla en las fiestas religiosas.
La música que surgió del genio creador de los jíbaros isleños, descendientes de los colonizadores españoles, mezclados con taínos y africanos, formando un fenotipo mestizo y una música igual de criolla. La décima, melodías, tipo de voz, instrumentos musicales reproducían a sus ancestros de la península ibérica y Canarias con influencias de las otras culturas, desarrollándose la construcción de instrumentos propios como el cuatro, tiple, bordonúas, guitarras y el nativo güiro, idiófono raspador construido con un fruto de la isla. La música jíbara se compone de varios estilos musicales, denominados seises, cadenas, aguinaldos, controversias. Los trovadores hacen sus versos en rima, principalmente en décimas y decimillas fijas o improvisadas, con una característica en el tipo de expresión vocal muy parecida al cante jondo andaluz.
Ir por casa de mi hermano era no sólo visitar a mi familia, comer bien y aprender sobre la música que nunca abandonó mis entrañas. Desde Puerto Rico conocía a algunos interpretes, y empecé a apreciar otros. Por primera vez supe quien era el Maestro Ladí, vivía por allí cerca y socializaba con mi tío Santos y mi hermano, Maso Rivera, la Alondra, Germán Rosario. Eran cátedras informales dadas por quienes aprendieron en los cerros de Jájome sobre la música que entra más allá de la conciencia, y en Brooklyn, en casa de mi hermano Félix, me ayudaron a mantener una continuidad con mi historia. Si me dejan, y me dan un pie forzado, improviso.
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