Buscar compañía, alguien con quien hablar, satisfacer la necesidad de que otros deseen estar contigo fue puesto contra la realidad cuando te enteraste de que no te invitaron al cumpleaños o a cenar sushi. Ni ir a fiestas de peluqueras o cenas de pescado crudo son tu prioridad; hablar sobre colores de uñas o saborear salsa amarga de soja no eran lo importante. Sólo deseabas sentir que los otros querían que estuvieses con ellos, que apreciaban tu ser. Tuviste que aprender, una vez más, a apreciarte tú mismo, ser tu propia compañía, sin que nadie te ayudara a satisfacer ese deseo.
Un deseo que comenzó muy temprano: padres, alcohólicos, demasiado mayores para tener hijos y darle calor, ofrecerle ternura. Hermanos ya criados, casi adultos, en sus propios mundos, hacen que ese niño aprenda a ser su propia compañía, aunque tome tiempo en poder reconocer ese hueco emocional que nunca se llena por completo. Curado como el buen cuero, resiste y brilla por su cuenta. Ese niño, ese viejo hacen de la soledad su mejor amiga.
Un deseo que comenzó muy temprano: padres, alcohólicos, demasiado mayores para tener hijos y darle calor, ofrecerle ternura. Hermanos ya criados, casi adultos, en sus propios mundos, hacen que ese niño aprenda a ser su propia compañía, aunque tome tiempo en poder reconocer ese hueco emocional que nunca se llena por completo. Curado como el buen cuero, resiste y brilla por su cuenta. Ese niño, ese viejo hacen de la soledad su mejor amiga.
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