En sus luchas anti-colonizadoras, los grupos que viven al margen de los que ejercen el poder económico, lingüístico, al borde de aquellos que controlan las "narrativas oficiales", ejercen, de acuerdo a Gabriel Giorgi: [una] "fuerza de reinventar el espacio de las propias posibilidades. Esa fuerza siempre fue para algunos, o muchos, una amenaza para nuevos y viejos privilegios. El deseo [de los conservadores y reaccionarios] restaurador necesita jerarquías: no puede convivir con las posibilidades de las palabras, sobre todo cuando quienes las apropian son los “nadies”, los inmigrantes, los negros, lxs rarxs.... Quiere hacer del lenguaje una constante llamada al orden, para que quede en claro quién es quién y dónde están las distintas jerarquías. [...] Hasta acá llegaron; éste es el techo, parecen decir, al unísono, voces distintas. [....] Trabajar la lengua en la inmediatez de los cuerpos: de la subjetividad, de las identidades. Las palabras son reversibles, se pueden usar en direcciones opuestas: ése es su poder, y ésa es, a veces, su trampa."*
En ese juego con el lenguaje, que como buen juego requiere descubrir y revelar sus trampas, está el nuevo y retador uso de palabras cuya función fue la de negarle la humanidad al "pato, la cachapera, loca, bull dyke"; palabras que hoy son usadas con nuevas intenciones, y sirven para la reestructuración de los discursos oficiales, por quienes una vez fueron relegados a ciudadanos de tercera clase. La participación de los que sólo podían hablar y comportarse de acuerdo a los que desean mantener el viejo orden de las cosas, desde la izquierda hasta la derecha, en el espacio público, sus foros, obliga a la redefinición de lo que una vez fueron insultos, acusaciones, motivos de burla y persecusión; también requiere el responder a las sentencias, eslóganes, que los guardianes del viejo orden crean para mantener el control, la opresión.
*http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/soy/1-4285-2015-12-02.htm
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