Sunday, June 17, 2018

EN CAMINO AL COLEGIO PRIVADO DE GUAYAMA, PR, DESDE LA CUESTA DE BORINQUEN

Vivía en una casa, casi al final de la cuesta donde comenzaba el barrio más notorio de Guayama: Borinquen Rojo. Lo de rojo no era por ser violento -podia serlo-, sino porque durante las primeras elecciones que la gran democracia, que supuestamente son los Estados Unidos, permitió en las islas de Puerto Rico, el barrio completo votó por un partido independentista, ligado a los socialistas. Ella -contemporánea de muchos de los muchachos que corríamos, saltábamos, jugábamos con bolitas de “corote”, trepábamos los palos de mangó, quenepas, brincábamos la cuica y la peregrina, y soñábamos con ser superhéroes-, por aquella calle subía y bajaba sola desde y hasta el colegio privado del pueblo. Nos miraba. No compartía. Sus padres eran iguales de distantes. Una familia de burócratas, empleados -mal pagados- del gobierno, como muchas en el barrio donde también vivían gente bien pobre. “Orgullosos” era como algunos los describían. Los menos corteses usaban la expresión preferida por tantos puertorriqueños: “comemierdas”. Fue a la universidad, estudió pedagogía, regresó, y cuando empezó a trabajar como maestra -seguía igual de estirada y excluyente- dejó de hablarle a los padres, mucho menos acercarse a la cuesta de Borinquen. Se enteró, cual cuento por García Márquez o radio novela a lo El Derecho de Nacer, que no era "hija natural"; había sido adoptada. 

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