Saturday, June 30, 2018

GUAYAMA 1967 - NUEVA YORK 2018: YA USTED SABE

Mil novescientos sesenta y siete fue al año cuando me mudé de Guayama para Nueva York. Me sentía que podía dejar el infierno que en gran medida fue mi vida en aquel pueblo. Les había construido la casa de concreto a papá y mamá, ya ellos estaban aliviados -triste como sea esa experiencia- al no tener que cuidar a abuelo, quien estuvo postrado en una cama por muchos años, y sabían que podían depender de mí económicamente, aunque mayores, estaban lo suficientemente fuertes para vivir en la casa por su cuenta (algo que no duró mucho porque una vez me mudé para Nueva York, mi hermano homofóbico regresó a Guayama y el relato cambió de rumbo).  

Mis padres sabían cuáles eran mis razones emocionales y biológicas -y no creo que las compartieron con nadie más- para irme del pueblo; padres al fin, tristes por lo que ocurría, me apoyaron cuando les dije que me mudaba para Nueva York. Fueron incondicionales con mis amigos. Durante las visitas que les hice, acompañados por mis amigos gays -algunos bastante "partidos"- los recibían como si fuesen sus hijos. Una anécdota en particular me hace sonreír: Gūnter, alemán acostumbrado a solo dar la mano, decía que nunca había recibido un abrazo tan fuerte como el que le dio mamá cuando llegó a casa. Mis años en Alemania sirvieron para entender por qué: la sobriedad y distancia entre los alemanes asombra e impresiona; y aunque esos jíbaros (sigo identificándome como jíbaro ñpuertorriqueño y no quiero que me confundan con los tontos guaynabitos) eran también sobrios y usaban la expresión "con distancia y categoría", sus abuelas no negaban un buen abrazo. 

Su sobriedad y discresión no permitían el "bochinche" tipo barrio popular.  Ese "entrometimiento" que caracteriza a mucho boricua no era fomentado por mis padres, abuelos, tíos y tías: jíbaros huraños y constreñidos que decían -"eso no es asunto suyo"- y cortaban con seriedad cualquier intromisión o falta de respeto. Escalas y principios muy claros en cuanto a cómo nos relacionamos unos con otros. Nada que ver con los "confianzús" que hoy pulululan por Santurce y áreas limítrofes. 

Ayer, hablando con una sobrina neoyorquina tuve que recordar todo eso porque para poder explicarle el problema familiar al que hoy me enfrento, la historia más amplia salió a flote. No me pude ni puedo dar el lujo de crear una historia fantasiosa sobre mi vida o la vida de mi familia (estoy escribiendo un libro sobre el tema); mi cuerpo no engaña, ni la memoria aguanta mucha falsedad). 

Este verano se cumplen 50 años de esa partida, y miro el pasado; observo con ojo clínico (mi educación superior y graduada en las ciencias sociales y pedagógicas me entrenaron formalmente para poder documentar y explicar cómo "interactúan" las personas, y los esquemas conceptuales/lingūísticos que los informan y guían) cuáles han sido los cambios en los miembros de mi familia, y qué caminos y compañero/as han escogido. Algunos recuerdan a los Torres, Rivera, León, Cartagena por su forma de ser y tratar a los demás. Otros, pues, como dice la exclamación puertorriqueña: "Ya usted sabe". 

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