Monday, June 4, 2018

EL LIBRO DESDE JÁJOME HASTA ÍTAKA

El libro Desde Jájome hasta Ítaka ha sido completado, copiado en formato pdf, y está circulando por el internet, distribuido por quienes lo hayan recibido. De ser publicado en forma de libro impreso, serán informados por este medio. 

DESDE JÁJOME HASTA ÍTAKA
           

TABLA DE CONTENIDOS

I. ENTRE JÁJOME Y LOS PUEBLOS 

II. JUEGOS Y JUGUETES

III. LECTURAS 

iV. SANTURCE

V. ESTEREOTIPOS EN EL NORTE DEL NORTE

VI. ACADEMIAS  

VII. ROMANCES

VIII. SUICIDIOS

IX. ENTIERROS

X. ÍTAKA

“Y si pobre la encuentras, Itaca no te ha engañado. Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia, comprenderás ya qué significan las Itacas.” (Constantin Cavafis: Ítaka) 

I. ENTRE JÁJOME Y LOS PUEBLOS 

 JÁJOME NO FUE COLLORES

Cuando salí de Jájome no fue un viaje como el de Lloréns Torres: "en una jaquita baya por un sendero entre mayas". Salí en una pisicorre por una carretera llena de curvas, flamboyanes, "arropás de cundiamores". Idílicos los llamó un reconocido escritor, “urbano de guasas”, a los hermosos campos que comprenden esta zona de Cayey. Para aquellos que tuvimos que abandonar esos campos, lo idílico es la reacción menos sentida. Las fincas son hoy el “playground of the rich, the beautiful and the well connected.”

Salí de niño junto a mis padres y hermanos como resultado de los nuevos vaivenes económicos que trasformaban la isla durante los años cuarenta. Ya no quedaban fincas donde vivir como agregados y menos suficiente tierra para heredar. El fenómeno económico de aquella época no incluía a los dueños de pequeñas fincas ni a sus peones. O vendías o te hundías más en la miseria. Las ideas social demócratas del gobierno de turno nos echó a la suerte: unos para el norte, otros para los cañaverales o los arrabales de San Juan.

Mi padre escogió los cañaverales cerca de Guayama, y a trabajar “to’ el mundo”. Los más chiquitos a la escuela y los más grandes a ayudar con el sustento. Si la familia era grande, los más pequeños podíamos aspirar a una mejor educación. Los mayores trabajaban para ayudar a sostener la familia. Allí no terminó la odisea. Ese patrón de desplazamiento se había convertido en variable constante del nuevo modelo económico.

La caña no era futuro para todos, ni de capataz ni de picador. Las fábricas que reemplazaban la caña no podían emplear a todos los parados y muchos menos si no tenías diploma de escuela superior; y los hijos de muchos de aquellos jíbaros a duras penas podían terminarla. Una vez más, a moverse hacia nuevos nortes: el ejército, Nueva York.

Cada desplazamiento sigue una muy trillada y repetida sentencia: toda acción tiene una reacción. Y dicha reacción no sólo la experimenta un nuevo modelo económico. La vivimos en carne propia los desplazados. Los que por alguna razón tienen un tesón de acero y una red de apoyo la superan y hasta triunfan. Otros, los que además del desplazamiento tienen que enfrentarse a cuáles y qué tipos de problemas familiares o sociales sufren el aceleramiento de sus torbellinos: deterioro colectivo e individual. Este fenómeno ha sido extensamente discutido y recreado. Incluso, también ha sido motivo de burla y desprecio por parte de literatos, sociólogos y otros que desde lejos lo observan.

"Recordar es vivir" decía el locutor de un programa de radio dedicado a la música jíbara. Recordar es no olvidar dicen otros. ¿Recordar qué? ¿Lo idílico de Jájome y el bohío de Lloréns Torres o el desplazamiento de cientos de miles de personas sin ningún tipo de consideración por las consecuencias que tan frías decisiones generan? Muchos superaron las consecuencias de las migraciones de los años cuarenta. Muchos, no. Generación tras generación de vidas perdidas y patologías reproducidas en los guetos de ciudades en los EEUU, caseríos y barriadas de Puerto Rico sirven de evidencia de que todo no ha sido color de rosa.

Recordar puede ser matizado y distorsionado por nuestros deseos o por nuestros miedos advierte Milan Kundera en La ignorancia. Recordar puede ser recurso para evitar el que se vuelvan a cometer abusos por fríos gobiernos completamente desligados de su gente y sin ningún ápice de deseo de incluirlos en sus nuevos proyectos. Lloréns soñaba con su Collores, la memoria filtrada cual personaje de Kundera; mas no perdió de vista lo que lo llevó a ver la gloria como "sueño vano. Y el placer, tan sólo viento. Y la riqueza, tormento. Y el poder, hosco gusano.”
DIVERTIMENTOS JÍBAROS
En marzo del 1887 nació mi padre en un campo de la región montañosa de Cidra, Puerto Rico. Se mudaron a Jájome, otro campo, otros cerros. Estudió su primaria durante el régimen español, y luego hasta un grado que pocos para aquella época lograban: el octavo. Pudo haber sido uno de los miles de maestros que formaron parte de la activa y masiva escolarización de principios del siglo XX. Decidió  caminar otros senderos.

Iba a pie o en carreta hasta el pueblo de Cayey y, además de estudiar, vendía huevos para poder pagarse su almuerzo. No sé si también pagaba por la transportación en carreta de bueyes. Gustaba de cantar las cadenas; las que cantaban los carreteros.  

Se fue muy joven para la costa a conocer el mundo. Del cerro a las costas, los cañaverales, otro jíbaro que se movía y aspiraba a subir de clase. Se fue de dependiente en un colmado enorme que se encontraba en la antigua carretera Guayama-Salinas, la número tres, a la entrada de la antigua central Aguirre; en un histórico edificio de dos pisos, mampostería, arcos y galería para proteger del sol, cuatro anchas y algo ovaladas puertas. Muchas décadas más tarde, el edificio seguía allí, abandonado, testigo de otras historias.  

El viejo dejó Aguirre para seguir caminos, dar más vueltas por el mundo; el mundo más allá de Jájome. 

Las tierras comprendidas entre Cayey, Salinas y Guayama fueron su Ítaca, y en una época donde el pie o o el caballo o las carretas eran los medios de transportación por excelencia, la tierra que exploraba era una geografía bien amplia y diversa, vista a través de su curiosa mirada, ojos llenos de chispa y su gusto por el buen vivir..

Sus cuentos sobre cómo llegó y lo que encontró en el Puerto de Jobos tenían el mismo tono y sentir de cualquier relato de viajero contemporáneo. No contó historias sobre lo que los soldados encontraron en el puerto de Hamburgo o en Marsella. Otros personajes e historias de puerto sedujeron al joven dependiente en un almacén de Aguirre. A los diecisiete se topó con las hijas de Tembandumba, culipandeando por la calle antillana.

A los diecisiete, de Jájome al Puerto de Jobos, lo despidieron a puertas abiertas, y el saludo con la mano, aquel saludo de antes -la palma hacia adentro- le dijo al viajero adiós y buen ir.

De Jájome a Jobos hay un largo trecho, a veces, a pie; otras, a caballo.

Regresó del Puerto de Jobos, se “llevó” a mi mamá; trabajó de agregado en una finca; y otra vez,  abandonaron a Jájome.

Para la época que Palés Matos comenzó a escribir, mi viejo leía poesía, la palabra saeta se usaba comúnmente, y  los jíbaros hasta cantaban saetas a la virgen, durante los rosarios cantados.

Volvíamos a Jájome, al Alto, a la casa de una tía. Subíamos, años más tarde, en "pisicorre" o en la línea de guaguas que transportaban los pasajeros por la carretera Guayama-Cayey, la número quince, la de las muchas curvas, sin ningún trecho recto. 

Ningún trecho es recto, y mucho menos para los jíbaros.

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