Esta noche, después de leer el relato “Espíritu Provinciano” (Manuel A. Alonso, El Gíbaro,1844); en el cual el autor, para describir las características de un "vividor", usa como referente el sistema Gall, y otra crónica por Leila Guerriero sobre las mujeres abusadas que callan porque temen que nadie las creería; y luego de ver las fotos de niños pobres enjaulados por las huestes federales de la gran nación norteamericana y oír a un gay sudamericano, indocumentado, mientras hacía alarde y vanagloriaba de su pedigrí burgués (falso burgués) en su nativo pueblo andino, quejarse de los agentes de inmigración a la par que se burlaba de los negros, pensé en los oportunistas que, sin estar conscientes, le construyen el camino a los fascistas.
Dicen que Hana Arendt escribió sobre la banalidad de la crueldad, y puede que haya explorado la falta de claridad conceptual ligada a la falta de ética personal -esa capacidad tan necesaria para poder juzgar la moral social- de los crueles.
Hoy en un puesto importante en la academia te encuentras, donde promueves la tolerancia, trabajo en comunidad, apoyo a los distintos grupos que conforman esa comunidad, no creo que quieras recordar cuando, por detrás, cobardemente decías que yo te tenia miedo, o cuando te conté que la otra puertorriqueña, compañera miembro del staff (éramos pocos los boricuas en CCNY y por muchos años yo era el único en la facultad de pedagogía), me miró como un pájaro raro en vez de contestar algo tan sencillo como una sonrisa. Tú y ella, dos niuyoricans (who should know better) me convirtieron en el hazmereír de la escuela. No dudo que otros hablaban de mi “miedo” o “defensas a mil” que muchas veces me abrumaban. Es cierto, viví y crecí con más que miedo, terror, y más para aquella época cuando bien sabías las muchas “mierdas y cabrones” que me/nos acosaban. Recuerda que en mi trabajo como docente traté de ser el mejor, y aunque a veces fallara, llevé a los estudiantes a que miraran fuera de los límites de los cursos, de los esquemas académicos rígidos y constreñidos, que extendieran los estudios, que no fuesen controlados por libros de textos ni reglas sin son ni ton. Sé que, a la hora de la hora, podía competir intelectualmente con el mejor de mis compañeros, en aquel entonces, en su mayoría “blancos”. De estos últimos no te burlabas. Confié en ti -y no me arrepiento, porque no tengo que esconder nada, y de nada que haya hecho me avergüenzo-, asuntos de mi vida personal que otros no sabían. Te aprovechaste, le “sacaste millaje’, te trepaste y hoy, pregunto qué querrás lograr en tu gran puesto.
Los niños pobres seguirán migrando, muchos enjaulados, el pseudocientífico sistema Gall seguirá incrustado en los cerebros de los Stephen Miller y otros racistas que crean escalafones para justificar su odio, y en la academia como en el Estado presente, la crueldad seguirá -hace años que camina por los pasillos- siendo usada como recurso para treparse.
Dicen que Hana Arendt escribió sobre la banalidad de la crueldad, y puede que haya explorado la falta de claridad conceptual ligada a la falta de ética personal -esa capacidad tan necesaria para poder juzgar la moral social- de los crueles.
Hoy en un puesto importante en la academia te encuentras, donde promueves la tolerancia, trabajo en comunidad, apoyo a los distintos grupos que conforman esa comunidad, no creo que quieras recordar cuando, por detrás, cobardemente decías que yo te tenia miedo, o cuando te conté que la otra puertorriqueña, compañera miembro del staff (éramos pocos los boricuas en CCNY y por muchos años yo era el único en la facultad de pedagogía), me miró como un pájaro raro en vez de contestar algo tan sencillo como una sonrisa. Tú y ella, dos niuyoricans (who should know better) me convirtieron en el hazmereír de la escuela. No dudo que otros hablaban de mi “miedo” o “defensas a mil” que muchas veces me abrumaban. Es cierto, viví y crecí con más que miedo, terror, y más para aquella época cuando bien sabías las muchas “mierdas y cabrones” que me/nos acosaban. Recuerda que en mi trabajo como docente traté de ser el mejor, y aunque a veces fallara, llevé a los estudiantes a que miraran fuera de los límites de los cursos, de los esquemas académicos rígidos y constreñidos, que extendieran los estudios, que no fuesen controlados por libros de textos ni reglas sin son ni ton. Sé que, a la hora de la hora, podía competir intelectualmente con el mejor de mis compañeros, en aquel entonces, en su mayoría “blancos”. De estos últimos no te burlabas. Confié en ti -y no me arrepiento, porque no tengo que esconder nada, y de nada que haya hecho me avergüenzo-, asuntos de mi vida personal que otros no sabían. Te aprovechaste, le “sacaste millaje’, te trepaste y hoy, pregunto qué querrás lograr en tu gran puesto.
Los niños pobres seguirán migrando, muchos enjaulados, el pseudocientífico sistema Gall seguirá incrustado en los cerebros de los Stephen Miller y otros racistas que crean escalafones para justificar su odio, y en la academia como en el Estado presente, la crueldad seguirá -hace años que camina por los pasillos- siendo usada como recurso para treparse.
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