Escuela “Progresista” en el Barrio Latino de Manhattan: visité un salón designado por la directora como uno donde los estudiantes de pedagogía bilingüe podían hacer su práctica docente. La joven maestra de ascendecnia puertorriqueña, graduada de Bank Street, hablaba español mas no había estudiado bilingüismo, mucho menos la didáctica relacionada con la enseñanza del idioma español. Como todo salón en aquella escuela, rico en materiales y diversidad de actividades que no proyectaban caos o “muchachos al garete”.
Un estudiante de unos 6 o 7 años leyó en voz alta la palabra perro, pronunciando la /rr/ como lo hacen muchos puertorriqueños del centro de la isla, otro jíbaro como yo. “La erre arrastrá” es como la llaman algunos boricuas en lenguaje de “a pie”. La maestra le pidió que parara de leer y corrigió la pronunciación. El nene no lucía cómodo -y luego con un señor extraño a su lado-, volvió a leer y cuando terminó le pregunté, pronunciando la /rr/ velar bien “cerrrrera”, algo sobre el animal en el cuento. Contestó con claridad y certero. Cualquier maestro en la isla de los encantos sabe que los muchachos no dejan de comprender lo que leen simplemente porque “se comen las eses”, reemplazan “eles” por “eres”, no escupen ni silban las “zetas”. Le traje el asunto a colación a la maestra y ella ni se quiso enterar. No coloqué estudiantes allí, y la muy presumida, orgullosa, infundada sobre la colonización sutil de las masas boricuas y maternalista directora puso el grito en el cielo.
Busco entre las libretas que he acumulado por más de cincuenta años, y encuentro una que contiene los apuntes de una clase tomada durante el otoño del 1970: Teachers College, Columbia University. El profesor: Dwayne Huebner. Tema: teorías y prácticas curriculares. Fue mi primera asignatura en los EEUU, en una sala donde se encontraban más de 100 estudiantes (en la Pontificia de Ponce, nunca hubo más de 25 alumnos en las clases).
La lista de lecturas incluía muchos autores que ya conocia desde mis años en Ponce, y las que estaban de moda para esa época: desde los críticos de los sistemas educativos y sus teorías subyacentes, hasta los que postulaban las ideas fundamentadas en los cognitivistas y la educación “compensatoria”, medible y detalladamente estandarizada. Disfruté de las cátefras que Huebner impartía, dadas por quien también era un teólogo con estilo de predicador evangélico. Tomé otra clase con él, y a menudo lo veía individualmente en su oficina, en busca de explicaciones y ayuda con las monografías. Le agradezco que me ayudó a conseguir una buena beca para continuar con mi fallido doctorado
Carlos III desterró y persiguió a los Jesuitas: asuntos de métodos y contenidos que los sacerdotes usaban e impartían en sus cátedras. Cuando el rey o el jefe de turno le coge miedo a los currículos, es de esperar que los docentes “cojan la juyilanga”. Simón Rodríguez también fue desterrado.
Entre las notas que escribí en la libreta, aparece una lista de los temas que debía estudiar para cumplir con uno de los requisitos del curso, escribir una monografía/propuesta de currículo: ”conocimientos guiados por leyes y procedimientos bastante rígidos; los que surgen de asociaciones entre ideas y postulados; los revelados cual poema ‘cortavenas’; formas de aprender, las ideas de cómo aprendemos y la relación de estos distintos estilos de aprendizaje con ciertos estadios vivenciales, culturas, espacios, recursos, estrategias, métodos tradicionales; aplicación de todas las anteriores a la lectoescritura inicial en español”. Añadí apuntes, fuentes.
Como resultado del requisito y la clase con Huebner escogí continuar explorando el mundo de la lectoescritura inicial en español y su aplicación en los salones bilingües. Regresé donde la pedagogía del español y Antonia Saez; los occidentalistas: Rodó, Sarmiento, Gallegos; educación, identidad e independencia política tan bien planteados por Martí, Hostos, Rodríguez de Tio, revolcados por asuntos de “razas cósmicas; los costumbristas y María por Jorge Isaacs. Ya conocía los métodos tradicionales, integral/global y silábico, tipos de comprensión de textos siguiendo modelos taxonómicos, los sugeridos por los especialistas en distintas disciplinas, fundamentales para estudiar distintas materias en las escuelas primarias, y bastante sobre la literatura infantil, series básicas y obras originales.
Diego Mardones y otros académicos latinoamericanos están creando formas de transmisión de conocimiento y evaluaciones de aprendizaje a distancia, En una de las clases virtuales ofrecida por Mardones, Introducción a la física, los alumnos se adentran en los secretos de la ciencia como en un simulador de vuelo; diseñada para que cada estudiante siga su propio ritmo, deteniéndose en lo que no comprenden. Presumo que debe ser un tipo de educación multifacética, no dudo que programada como si fuese una telaraña interactiva y no un embudo con una sola salida.
Fui muy bien entrenado en Puerto Rico, en el uso del diseño de currículo siguiendo el modelo cognitivista, objetivos de conducta observable y métodos completamente guiados por el maestro; inluso, tuve que dar micro lecciones frente a los compañeros en Pedagogía, poniendo en práctica ciertos métodos y modelos -que si inductivo, deductivo, experimental-. Dichos métodos no cubren ni proveen mucho espacio para investigar los procesos culturales e intelectuales que informan y forman el cómo los estudiantes abordan y comprenden la lectoescritura, ya fuese al margen de sus experiencias ambientales o producto, influenciados por las experiencias letradas en sus entornos. Para mi sorpresa, en América Latina este asunto y sus implicaciones para la enseñanza de la lectoescritura inicial estaba en flor, siendo estudiado y explicado; y entre los investigadores se encontraba quien resultó ser la líder en dicho campo de estudio; transformó las teorías que explican los procesos interiores que guian el aprendizaje de la lectura/escritura.
“Bien poquitita”, casi avergonzada parecía estar la “leading constructivist” en City College, cuando le pregunté si conocía el trabajo de los educadores latinoamericanos que estaban investigando y transformando el campo del aprendizaje y enseñanza de la lectoescritura. Dijo que había visto sus nombres. No era la única. Una latina freiriana, salvadora de mujeres puertorriqueñas en Nueva York tampoco conocía para qué servían esas investigaciones. No todo lo resuelve la “concienciación”; el sujeto también usa el cerebro cuando lee y escribe.
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