Rodeado de arte, porcelanas y muebles antiguos, de medallón, para ser más específico, tápices de las mil y una noche, vestido con ropas de diseñador, reproduzco la vida en clubes de campo inglés en mi apartamento en Miramar, floto, glorioso, mientras leo en bibliotecas con estantes de caoba y libros encuardenados en cuero, que ayudan a entender asuntos como los derechos civiles otorgados de acuerdo a la clase a la que se pertenece, no hablo con todo el mundo, y a algunos me dirijo desde el tope de mi torre, levitando sobre la misma cual virginidad de María, en la que existo solo con mi cultura superior y merecido estatus.
(Les cuento: el otro día un amigo gay, fino, bien fino, culto, bien culto, comprometido con las ideas, no se pierde las marchas pro defensa de los derechos civiles, antirracista, no quiso ir a comer conmigo a una fonda porque la gente que iba a la misma era chusma, bien chusma -lo que no es cierto-; es que son obreros en busca de un buen plato de arroz con habichuelas y no andan preocupados por ser la pureza de la virgen ni tampoco, el estatus.)
(Les cuento: el otro día un amigo gay, fino, bien fino, culto, bien culto, comprometido con las ideas, no se pierde las marchas pro defensa de los derechos civiles, antirracista, no quiso ir a comer conmigo a una fonda porque la gente que iba a la misma era chusma, bien chusma -lo que no es cierto-; es que son obreros en busca de un buen plato de arroz con habichuelas y no andan preocupados por ser la pureza de la virgen ni tampoco, el estatus.)
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