Las “puyas boricuas” no son solamente las puntas afiladas de un artefacto, son las frases u oraciones “indirectas” que muchos usan para confrontar o arrinconar a otros. Mi profesora de comunicaciones y educación (mi especialidad en la maestria y estudios doctorales), Miriam Goldberg (autora de un clásico: Education of the Disadvantaged), decía que los “innuendos” eran la forma usada para enviar un mensaje por parte de aquellos que temían hablar de frente; y que ante ellos, era preferible dar una cátedra desligada de la persona que “tiraba la puya”. También aprendí durante esos años en Columbia University, y como profesor por sobre 30 años, que con cierto tipo de gente, especialmente los que no tienen mucha educación formal, es preferible callar y no responder directamente, porque la “falta de cultura e intelecto desarrollado”, de parte del inculto o inmaduro o cobarde, imposibilita tener una comunicación bien pensada y fundamentada.
Como escogí las crónicas y ensayos sobre el diario vivir de la gente, uso algunas experiencias personales para escribir, describir y reflexionar sobre la condición humana, muchas veces en primera persona; incluyendo el estudio de las “puyas” que continuamente oigo por ahí. Entre mis lectores -mantengo contacto con algunos de ellos- se encuentran los que pueden separar el autor de lo contado, y concluir, abstraer los principios que en esas lecturas son expuestos. Para poder hacer eso, hay que “haberse crecido”, madurado como lectores, frente a los textos: que la astucia no es lo mismo que la zorra, sugiere Bruno Bettelheim en su libro, The Ages of Enchantment, en el cual el autor, reconocido psicoanalista, estudia los tipos de lectores, sus psiques, y cómo abordan la literatura infantil.
Otros no distinguen entre el autor y el texto. Marshall Mac Luhan en su libro The Medium is the Message sostiene que las masas de la sociedad han llegado a un punto donde no separan el medio del mensaje. Y una minoría, que sí distingue, deliberadamente, usa lo relatado como arma para cuestionar o criticar al autor. El escritor u oyente que responde a los lectores o hablantes que lo confrontan -sea en forma de “puya” o con un mensaje enfilado hacia la yugular- tiene que decidir si da una cátedra a lo Profesora Goldberg o sigue la sugerencia de Bettelheim, esperar que el lector o hablante maduren, y contrario a lo sostenido por Mac Luhan, ver si pueden separar el mensaje del mensajero.
Otros no distinguen entre el autor y el texto. Marshall Mac Luhan en su libro The Medium is the Message sostiene que las masas de la sociedad han llegado a un punto donde no separan el medio del mensaje. Y una minoría, que sí distingue, deliberadamente, usa lo relatado como arma para cuestionar o criticar al autor. El escritor u oyente que responde a los lectores o hablantes que lo confrontan -sea en forma de “puya” o con un mensaje enfilado hacia la yugular- tiene que decidir si da una cátedra a lo Profesora Goldberg o sigue la sugerencia de Bettelheim, esperar que el lector o hablante maduren, y contrario a lo sostenido por Mac Luhan, ver si pueden separar el mensaje del mensajero.
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