Recuerdas que hacia mediados de los años cincuenta admitieron al primer mulafo en un club muy exclusivo en Guayama. El aludido era un médico que no hacía mucho se había mudado al pueblo, casado con una española, apellido de renombre en su pueblo de origen, una comunidad en el noreste de la isla, pero que, atando cabos, no era tan racista como lo era el pueblo brujo.
Dudas que aquel hombre alto, piel blanca, nariz ancha, delgado, pelo grifo, ensortijado, esperaba ser visto como uno “de color”. O no le importó o lo reprimió o desconocía que en Guayama -un patrón clasificatorio que duró hasta bien entrados los sesenta- un mulato, jabao, era considerado ser parte de la raza negra; y que como resultado de la admisión, algunas de las antiguas familias con apellidos compuestos y caserones históricos renunciaran a la membresía del reconocido y muy exclusivo club.
Sabes que el racismo no estaba circunscrito a los “blanquitos” (clases altas en Puerto Rico), incluía a la vecina que no saludaba al novio de la hermana por ser “trigueño”, y a algunos miembros clases medias de la familia immediata, jíbaros arribistas, apoyados todos por los políticos, medios, diarios, radio, televisión que promovían la estratificación social.
Oyes los cuentos, burlas, estereotipos, rodeado de pobreza extrema y violencia familiar, vives en carne propia cómo las clases, procedencias y colores influyen en el diario vivir.
Observas las gradaciones en tonos y facciones que caracterizan a los parientes (la abuela, la tía, el primo, apellidos con antepasados dudosos -los Cartagena y López de Jájome-, cuñadas, cuñados, suegros) y preguntas lo una vez cuestionado por Fortunato Vizcarrondo -”¿Y tu agüela, dónde está?”-.
Regresas al pueblo, décadas más tarde, caminas por las calles, y revives el palesiano ”caderamen, masa con masa,/ Exprime ritmos, suda que sangra”; te cuentan que en el muy exclusivo club, hasta chinos admiten; que los mulatos dejaron de ser negros y los jíbaros ya no existen.
Miras de lejos y ves con los ojos de Palés al gentil “Duque con la Madama de Cafóle,/ todo afelpado y pulcro en la onda azul de los violines”, bajas hasta el antiguo cementerio y encuentras que el elaborado y clásico panteón que pertenecía a una de las familias con apellido compuesto y linaje colonial ha sido rediseñado para parecer una pagoda.
Miras de lejos y ves con los ojos de Palés al gentil “Duque con la Madama de Cafóle,/ todo afelpado y pulcro en la onda azul de los violines”, bajas hasta el antiguo cementerio y encuentras que el elaborado y clásico panteón que pertenecía a una de las familias con apellido compuesto y linaje colonial ha sido rediseñado para parecer una pagoda.
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