Monday, July 23, 2012

Teorías de blogueros and the Inner Bitch from New Jersey

- Sweetie - fue el saludo con el que comenzó su muy sutil descarga sobre la disciplina, lo aplicado, el carácter editorial del autor, las editoriales y mi responsabilidad ante el texto. Todo muy bien presentado, reflejo de su formación en los mejores departamentos de humanidades, graduado de los “very iv league colleges” de los USA, y nada que ver con el “ usa te usa” de Parra, el chileno.

- Sweetie, que si uno no se fija con detenimiento, a ellos no les importa guardar las copias y dejarte en el limbo. Y eres tú el responsable de todo, de todo.

Ciego por un ojo, con cataratas en el otro, descuidado y torpe por naturaleza no son las mejores cualidades para ser disciplinado, aplicado y diligente. Que para eso les pagué a los editores miles de dólares, y no para terminar deprimido, colgado, embrolla’o hasta donde se dice “made in Japan” y con la ilusión por el piso.

The  inner bitch  es lo que le sale para afuera, dentro de su modelo de agresividad controlada, diplomática, metódica y disciplinada, nada de inner child a lo sicóloga de California. She is a bitch; y si uno no la conoce, uno diría, she is a sweetheart. A sweetheart she is not. Es como dicen por ahí, en lingo pseudo psicológica gringa del Upper West Side, una pasivo-agresiva.

Vive en New Jersey, the bastion and refuge of the bridge and tunnel crowd, porque, y que Manhattan la sofoca. Es ella la que sofoca a Manhattan. Cuando cruza el túnel porque nunca lo hace por el puente, - jamas va a pasar por Washington Heights, y me espera en cualquier esquina de la Universidad de Columbia hacia abajo. De ahí hacia arriba no sube. Donde me espere, mira con un no se qué a la ciudad, que quien, vuelvo y repito, no la conoce, pensaría que es un aburrido existencialista. Pues no, que cuando me espera, anda tasando a los niuyorkinos como si fuesen reses en el matadero.

- Sweetie – me dice – la próxima vez me los envías y ya sabes que no te fallo, te reviso y señalo lo que tienes que arreglar.

Ni loca al cuadrado le doy mis manuscritos. Con lo puntillosa, antiséptico y atomista que es me llevaría al manicomio donde se encuentran desde Artaud hasta la Cuqui Pérez. No, que no quiero que me obligue a pasar cien años mas de soledad junto a textos que terminarían siendo arcaísmo literarios.

- ¡Allá tú!-  me dijo una vez le expliqué que no pensaba pasar más trabajo de la cuenta, que las comas no me importaban, que los guiones me tenían sin cuidado, que los puntos se acabaron y que sí, que fuésemos a un bistró.

The inner bitch from New Jersey, aunque es una jíbara gay puertorra, no come comida criolla. Frente al pate de foie gras y un albariño, - no muy frio, por favor – pasamos una tarde de mucho amor en Manhattan.    






Errres

Los ojos saltones radiaban soberbia. Sus labios apretados controlaban la burla. El “ay chus” que tantas veces repetían los malandrines del pueblo, salió sin pestañear, sin decirlo, de sus labios. Automática, su respuesta. Con la cara todo lo decía. Su preparación como profesora de literatura no incluía sentir compasión, y mucho menos, aceptar que no se escogía ser homosexual. Su respuesta la cogió desprevenida. No pidió perdón Cambió de tema.

 La pregunta sobre la relación de la vida de Lorca con su poesía no estaba dentro de los contenidos del programa del curso, ni se cubría en la lista de lecturas. No pidió perdón y siguió con una explicación sobre el estudio del canon más allá de la historia personal de cada autor.  Sin proponérselo, los textos iban a ser estudiados partiendo de una concepción moral marcada por el cristianismo.

Era imposible dejarle saber que ya a la temprana edad de diez años se podía sentir una extraña atención hacia los varones. Que esa sensación informaba y formaba una sensibilidad. Que las mujeres de Lorca estaban definidas por sus experiencias, Que sus obras, sus mujeres incluían su homoerotismo. Sí, el homoerotismo de Lorca lo informaba; y lo reprimido de Borges, sus personajes sin vida, calcados, diagramados, puras generalidades filosóficas, científicas,  evitaban, evadían conocerse. Sí, Borges no se conocía. Por eso quería olvidarse. Recordar lo obligaba a mirar el mundo, a la gente más allá de los diagramas.

Tampoco podía entender, ella no podía entender como su odio y el odio colectivo se basaban en un canon, una serie de relatos conocidos como la biblia, y que su auto nominarse cristiana no servían de nada cuando el asunto tenía que ver con la sexualidad, pues la cegaban ante otros textos, otras versiones del ser. Parábolas como la que habla sobre la samaritana y la compasión de Jesús eran convenientemente citadas, muy parecidas a los políticos que citan fuera de contexto. Su biblia era un texto donde no existían las contradicciones ni función histórica. La posibilidad de que, de ella haber nacido en los tiempos del antiguo testamento, hubiese sido esclava, apedreada, y justificado por su biblia, no le pasaban por su mente. Su soberbia era más extensa que su capacidad para conocer y crecer.

Una vez más abandoné otra versión del circo romano: asignaturas, trabajos, familia. Esta vez no era la isla del encanto. Esta vez era una clase en el muy progre Nueva York. No tuve que debatir ideas para confrontar al otro. Bastó con decir una palabra, perro o barro. No recuerdo. Tenía una errre, Me corrigió. Le pregunté por qué su sho porteño  era aceptado y mi errre no. La sonrisa del sho fue su despedida.




Sunday, July 22, 2012

Chelsea

- Cotuuure!- me gritó desde la esquina de la Octava Avenida y la Calle Veintitrés.

 En la Habana, de quien les hablo, era parte de los grupos más atrevidos. Profesor de literatura, de día, en una escuela secundaria. De noche, jinete de caballos extranjeros.

-Too much o back o de rigueur - le hubiesen contestado, mientras chasqueaban las yemas de los dedos, hacían un círculo con el brazo derecho,  los chicos que asistían a las inmensas discotecas neoyorquinas en los años setenta, época de bailes, drogas y Gloria Gaynor.

Chicos Too much.

El llegó en los ochenta, en bote, se certificó como maestro bilingüe, mudó al barrio gay de Nueva York: Chelsea, y dejó de trabajar como jinetero. En Nueva York, también encontró un “fast, fast, fast crowd” entre los muscu-locas de Chelsea.

En la Habana participó en actividades literario subversivas, junto a los grupos dedicados a transformar el contenido del discurso político-cultural.

En Nueva York sus esfuerzos los canalizó hacia los grupos que transforman la forma; el contenido de los discursos subversivos ya no le interesan.

En la Habana, la forma que atacaba era la literaria; siempre supeditada al contenido.

En Nueva York, la físico-personal. Su cuerpo es delineado por los mejores pinceles del Gimnasio Chelsea, y las revistas de modas: pantalones estilizados, recorte de pelo, casi rapado, con patillas.

De la Habana tuvo que salir por haber dicho cosas desestabilizadoras. Lo sacaron a pedradas, los preocupados por la comunidad…..

En Nueva York sólo hace comentarios cínicos y se convierte en otro gay “fast, fast, fast”, un maniquí ambulante.

De la Habana tuvo que salir por leer a Genet.

En Nueva York sus estudiantes solo leen el Siglo de Oro, - y ni eso entienden.

Nuestras conversaciones se convirtieron en monólogos que giraban sobre sí mismos. Yo, en busca de comprobarle sus contradicciones. Él buscaba temporizar mis gustos. Un día, hasta llegamos a gritarnos. Ambos tratábamos de ser los más diestros con el lenguaje, cierto tipo de lenguaje.

La última vez que lo vi, al ver mis enrollados pantalones de hilo, me gritó con voz sumamente estilizada - coutuuuure.

- No, nene, se me rompió el ruedo.

Saturday, July 21, 2012

vividores

Oíd, oíd, oíd: Por considerar que los estudiantes de CUNY y de toda institución de educación pública o semi pública viven del Estado, y por lo tanto, se les considera un montón de vividores, igualitos a los pobres puertorriqueños, negros americanos, banqueros de Wall Street, gitanos, madres solteras, y otras sub especies, que también viven del Estado en eterna vagancia, deben estos estudiantes empezar a pagar la matrícula acorde a los gastos que su educación incurra. Y si algún profesor vividor del Estado se opone, pues que se rebajen los muy cómodos y burgueses salarios que los mismos devengan o que den clases gratis..... que como dijo un personaje en la película Memorias del Subdesarrollo, que es bien fácil ser comunista, como Picasso, y vivir en la Riviera Francesa...... . Just kidding......

A la recherche du tricks perdu

El pene, rojo de tanta fricción, con la erección en espera de completar su misión, apuntaba el camino. No le hice caso, lo guardé y me llegué hasta la mesa, el mantel, a terminar de sacar las manchas dejadas por el vino tinto, muy buen año.

Cada cama es una escuela; cada amante, un maestro.

Me quite los manchados calzoncillos. Busqué ropa limpia. Me cambié. El pene seguía medio erecto. Se me salió por los lados de los malgastados jockeys. Lo acomodé con mucho cuidado. Me puse unos pantalones largos. Un vaso de agua. Me cambié de camisa. Peinarme con cepillo. Me quité la camisa. Peinar de nuevo. Encendí unos de los ilegales. Música de jazz latino acompaña muy bien la reflexión sobre lo aprendido en la cama.

Hacer de activo requiere firmeza y dirección clara. Deseaba música lenta y de amor, me dije a mí mismo. Siempre, Gato Barbieri. Un agosto caluroso, la ciudad, llena de turistas y negocios cerrados, recuerda romance en plenilunio. El timbre del teléfono.

- Hola, ¿qué haces?

- Soñando bajo los efectos de un pitillo.

- ¿En qué o quién?

- En él. ¿Qué quieres que haga?

- ¿En cuál?

- El de Mikonos. El de anoche fue una lección para aprender a acostumbrarme

- Si no tienes más nada que hacer…..

- Ese tipo me dejo mal y bien.

- Mikonos se quedará grabado y Manhattan no lo rellena.

- C’est la vie

- Dos años más tarde sigo "a la recherche du tricks perdu".

- Sigues con el monotema. Bloomingdales está ofreciendo una venta especial de zapatos.

- Vamos.






Estela Raval y otros latinos


Estela Raval o Mona Bell o Lucecita o Johnny Mathis acompañaban el amor clandestino; el amor prohibido, el que mezcla los placeres con los miedos, los deseos. Amores que conducen a la rebeldía o al suicidio, a doblegarte o liberarte, a claudicar o a luchar.

Caminaba mientras soñaba, deseaba, me armaba, contaba historias a lo Corín Tellado con  música de fondo: Los Ángeles Negros o Mona Bell o Leonardo Favio o Chucho Avellanet quienes nos acompañaban por los calurosos, aburridos, estreñidos pueblos que siempre miran hacia el Caribe. Los caminábamos arriba y abajo, un helado aquí o una dona allá. El primero tendría quince, mi misma edad cuando estábamos en la high de Guayama. El segundo, diecisiete; yo, dieciséis, en la Pontifica de Ponce.

Los recuerdos engañan; y lo que queda es la sensación de placer o dolor. Los detalles no se graban tan fácilmente. Él jugaba beisbol. Yo pretendía que jugaba volibol. Él estudiada contabilidad. Yo, en la escuela normal. Él, un chico burgués, graduado de exclusivo colegio privado con su futuro muy bien designado. Yo, un pobre egresado de una anónima escuela pública con un incierto futuro.

¿Era él o era el otro con quien caminaba solo, con quien levitaba por las calles de esos áridos y sofocantes pueblos del sur de la isla de los mucho encantos?

Los primeros amores durante la adolescencia marcan la memoria, las sensaciones; no se olvidan. Quizás por lo ridículo, quizás por lo sublime, quizás por lo complicado de las fuerzas que lo moldean. El de la universidad fue por lo sublime, por lo revelador, por obligarme a aceptar que era homosexual, por enfrentarme a una vida donde ese amor no se presta para la armonía social y mucho menos religiosa. El de la high, por haber despertado el deseo. En el Puerto Rico de finales de los cincuenta y principio de los sesenta las fuerzas religiosas, culturales eran más poderosas que el amor mismo.

“Dímelo tú, sé lo que sientes….”. Recuerdos vagos, alumbrados por el deseo de volver al pasado y recrear mis experiencias junto a uno de ellos, los primeros amores, a lo adivino. Recuerdos que enriquecen el haber vivido junto a… aquí la memoria pierdo. Sin penurias ni vergüenzas, recuerdos de grandes amores; filtrados por la nostalgia, el deseo de volver a sentir el amor de un adolescente; a saber por qué.

Primer año de universidad. Por ser el menor del hospedaje, Menor era mi apodo. Y cuando el Flaco, su apodo, me llamaba Menor, no era el apodo a lo que respondía, era al cariño de solidaria adolescencia que había en ese llamado, en ese nombre que por primera vez oía; nombre que no era ni para regañar ni para hacer mandados, como era usado el de pila en aquella otra casa, mi casa familiar de tantos haberes y limitaciones. Reconocía mi existencia, me integraba a un grupo con quien iba a las mismas fiestas, pasadías en la posa de Juana Díaz; pasarratos en el bar donde me emborraché por primera vez, y donde por primera vez conocí un trago con nombre en inglés: Tom Collins. A Mayagüez fuimos a comer flan en el negocio de Bebo o, en la playa de Ponce, mariscos con tostones, en un restaurante junto a la brisa del mar.

¿Por qué sigues en mi memoria y en mis deseos? A veces, latentes; a veces activos. Quisiera poder haber bailado contigo; caminar como en un anuncio de perfumes franceses, de la mano por una paradisíaca playa; hablar sobre nuestras interioridades o burlarnos de las cursilerías de otros (nunca de las nuestras); sufrir y gozar la vejez juntos, con los males y achaques. ¿Dónde estás? No puedo buscarte. Quizás es preferible el deseo sublimado a la realidad chocante. Quizás es preferible mostrar una vez más este diario retrospectivo de lo que fueron mis primeros grandes amores.

Fue en la universidad cuando por primera vez reconocí que estaba enamorado, como un sentimiento real; acepté con dolor y trabajo lo que era una verdad absoluta, y me di el permiso para soñar con aquel de quien me había enamorado. A lo adivino, pero de verdad enamorado. Callar y soñar eran mis únicos caminos. Vivimos juntos en el mismo hospedaje durante todo un año académico, nuestro primer año universitario. El tenia diecisiete años; yo, dieciséis. El nunca se enteró de cómo me sentía. Yo, cincuenta años más tarde sigo pensando en él. Allí en Ponce, en el hospedaje de Doña Esther, la libido se despertó como nunca antes.

No era la primera vez que me fijaba en otros muchachos; muchos años antes, la sensación ya había hecho su entrada, faltaba la claridad necesaria para poder identificar aquello como el maravilloso y dulce amor de un adolescente. No me atrevía ni reconocerlo y mucho menos cuando este amor era un amor homosexual. El terror y soledad que se siente frente a los primeros momentos cuando reconoces la homosexualidad llevan a muchos al suicidio, a las drogas, a la completa enajenación. Las sensaciones arropan y confunden; la realización y aceptación consciente sobre tan difícil y particular estado de la compleja sexualidad tardan en cuajarse.

 La fuerte y compleja sensación fue respondida con la separación. Abandoné el hospedaje y no volví a saber de mi primer amor. Estudie, encontré otros amores, y a compas del tango que veinte años no es nada, ni cincuenta tampoco, el flaco de mi juventud sigue en la memoria de los buenos recuerdos. Hoy, a la temprana edad de un sesentón, hacer público estas experiencias es una obligación; no dudo que ayudan a otros en situaciones parecidas a que ni claudiquen; mucho menos, se suiciden.

“Dímelo tú, no me atormentes” cantaban Estela Raval y los Cinco Latinos y nosotros, él (¿cuál? y yo, acabaditos de salir de la pavera, la edad de las tonteras, nos reíamos de nada y de nada hablábamos. No, era Mona Bell y su tómbola la que nos abría el espacio mas allá de los boleros corta venas de épocas y generaciones anteriores. Quizás, el yeyé de…. ¿Qué sé yo? Dímelo tú…




Friday, July 20, 2012

Lenguas


Ciudad de México, 1980, en el Museo de Antropología nos conocimos. A primera vista me atrajo su porte de poeta tipo beat, su ropa estrujada, sin peinar, su cigarrillo listo para caerse, en el borde de los labios; y su descarado atrevimiento: me dio un beso a las doce del mediodía en el patio del Museo de Antropología. Yo tan recatado, le dije, - aquí no -. De testigo tengo a las lenguas de las esculturas mesoamericanas; no dudo que fue en ese momento cuando adquirieron su verdadero significado, y cuando juraron que nunca más las guardarían.

Después de aquel día, cada uno tenía planes distintos: él pensaba viajar hacia los Estados Unidos para regresar Alemania y yo iba en camino a Yucatán. Ni él, después de llevar unos cuantos meses deambulando por México, regresó a Alemania – regresó mucho después (un ir y venir que duró diez años) – ni yo continué hacia Yucatán. Nos fuimos en bus hacia Veracruz, a quedarnos en un hotel que le debía estrellas a cualquier guía de turistas, con puertas que no llegaban al piso; por donde entraban y salían ruidos, aullidos y gemidos que acompañaban a las servidoras sexuales que por allí venían con sus clientes, y a nuestra lujuria; nuestra insaciable lujuria.

Nuestras ideas concordaban; nuestros gustos por la literatura concordaban; nuestro deseo el uno por el otro concordaba. Lo que no concordaba era nuestra capacidad para ser amados con armonía. Diez años de relación intensa, y diez años de luchas irresolutas. Luchas que no eran producto de las ideas sobre el arte, la política, las relaciones humanas fuera de la nuestra; eran producto de nuestra incapacidad de amar sin condiciones. Él, un ser muy libre. Yo, un controlador sin límites.

Hijo de la guerra (su padre fue soldado en la misma), al igual que otros alemanes de su generación, le tocó enfrentarse a los demonios que le dieron pie al genocidio, racismo, nacionalismo que fomentaron la invasión de otros países y el exterminio de judíos, gitanos, homosexuales. Una generación representada por algunos cuyas voces no negaban lo que ocurrió y que usaron esa funesta gesta para plantearse quiénes eran, cómo, y a criticar sin miramientos todo tipo de postura ideológica y exigir una sociedad más justa y equitativa. Conocer a Günter me llevó a conocerlos y aprender de ellos. Más de una vez, mi cómoda vida de pequeño-burgués-socialista de salón fue transformada por esa experiencia y por esos jóvenes.

No más llegar por primera vez a Alemania, a principios de los ochenta, fuimos a visitar una comuna de hombres gay que vivían en una finca, en una aldea a dos horas al norte de Frankfurt. Allí verdaderamente aprendí lo que era compartir. Nadie era dueño de nada y quien primero agarrara el suéter, cepillo de dientes, cama se apoderaba del mismo, lo usaba, lo soltaba, y así seguían sus usos y deslindes. La comida era de todos y para todos; incluyendo a las visitas que continuamente entraban y salían de la antigua casa. Por las puertas también entraban algunos animales de la finca: cabros, ovejas, gatos y perros. Los platos sucios eran dejados en el fregadero, pasaban los días y los platos se acumulaban hasta que alguien sin protestar los fregaba. Visité otras comunas y unas más anárquicas que otras pero todas dentro de un marco de libertad y respeto mutuo. Claro, no negaban decir la verdad como la sentían, y en esos grupos, esas verdades eran analizadas hasta más no poder.

Si la generación de Günter en Alemania se vio obligada a enfrentar los demonios del nazismo, la nuestra en Nueva York tuvo que mirar de frente a la epidemia del siglo: el Sida. Aquellas experiencias en Alemania me servían para entender y enfrentarme a lo que acá estaba forjándose. Marchar, asistir a reuniones de grupos de apoyo, visitar amigos en los hospitales, ayudar a otros a cuidar a sus amantes, darle cara a los homofóbicos en el trabajo, en círculos de amigos de ideologías progresistas - de la cintura para arriba - se convirtieron en tareas muy comunes entre muchos de nosotros; y a unos cuantos tuve que tolerar, oír y contrarrestar sus prejuicios.

De Alemania a Nueva York y de Nueva York a Alemania, el post modernismo, acompañado por el post mortem afianzó unos esquemas que han servido de base para seguir apreciando la vida y el papel de la muerte. Nos tocó vivir la peor década del Sida, y ser testigos de lo que estaban padeciendo algunos de nuestros mejores amigos, morir lenta y cruelmente: la medicina no sabía qué hacer, ni sabe todavía pero hoy está mejor preparada.

Fuimos testigos del lento deterioro y sufrimiento que Frank, Joachim, Paul, Gary, Guillermo, Michael, Albert (por nombrar los más cercanos) enfrentaron durante ese terrible periodo. Cuando en el mil novecientos noventa y tres me llamó Bárbara para decirme que Günter también había muerto, el vacío y dolor que sentí en aquel momento todavía no se ha apagado. Cuando se quiere a alguien de veras no se olvida el dolor, se aminora y se armoniza, pero el espacio que llenaba esa persona no puede ser rellenado. Quedan las alegrías y las penas, y el agradecimiento de haberle conocido. El dolor de no poder envejecer juntos reaparece y enfurece. Mientras tanto las lenguas de las esculturas siguen por fuera.







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Siginifados y Significantes de los Guachafitas

El diccionario de la Real Academia Española de la Lengua define el vocablo guachafita como alguien falto de seriedad, orden o eficiencia. Este vocablo hasta hace poco era parte del lenguaje popular por casi toda Latinoamérica, a veces es deletreado con hache en vez de ge, pero el significado es más o menos el mismo. Su etimología lo liga a las lenguas indígenas. Su uso ha ido desapareciendo; los guachafitas, no. Los textos literarios, los comportamientos de la gente y los planteamientos de políticos, filósofos, sacerdotes, científicos, reverendos y curanderos proveen múltiples ejemplos que sirven para comprobar que los guachafitas andan por ahi, por allá y por acá. La tarea que le asigno a la clase: identificar la huachafería y sus derivados en los textos asignados anteriormente.

- Es una obra innovadora, de un valor académico extraordinario-, me dijo el editor-mercader de libros. Quien me lo presentó, mi compañera en la facultad, la Profesora Toledo, no le creyó. Y no le creyó por dos razones: primera, la doctora desconfiaba de todo aquel que se distinguiese por el uso de verbo rápido y halagador, y este buen amigo de su marido seducía con la palabra y con sus actos; segunda razón, ella estaba estudiando la huachafería en la literatura como signo histórico, desde las fábulas de Esopo hasta los cuentos de Borges. Su desconfianza no le restó importancia a su plan de apoyarme con la publicación del libro sobre la relación causal entre la docilidad de los puertorriqueños y el estatus colonial de la isla.

- Cubre los gastos de imprenta; nosotros lo publicamos.

Toledo estaba tan agradecida con el hecho de que me iban a publicar un libro que pocos leerían, que hasta un fuerte abrazo de despedida le colgó al editor, y luego un apretón de ambas manos, acompañados por un profundo suspiro, una enorme sonrisa y un, - nos vemos a la noche en casa, cenemos juntos-. Yo no estaba invitado.

La necesidad de crear falsas expectativas no se limita a los mercaderes de libros ni a los políticos de turno. Se encuentra en el diario vivir de todos en todos sitios: los médicos que te dan cita a una hora para luego encontrarse uno con un montón más de pacientes con cita a la misma hora; la señora de clase media que estaciona su todo terreno frente la entrada del garaje de tu casa y dice sin mucha preocupación, - yo vuelvo rápido -; la amiga que no se plantea el que puedas tener otros compromisos, - paso por allá entre jueves y domingo, tienes que venir por casa -; la empleada de oficina que se pone a hablar con sus compañeros mientras el cliente espera pacientemente; el chofer de taxis que se niega poner el metro y quiere cobrarte un suma exorbitante para un viaje de cinco minutos.

Crear falsas expectativas está basado en el engaño, en el deseo de hacer creer que algo va a ocurrir; y mientras esperas, el guachafita logra las metas concretas que le motivan a formular la ilusión de que algo va a pasar. El editor-mercader busca dinero y mientras lo consigue te otorga el premio de la letras, el médico en algún momento te dedicará diez minutos para hacerte creer que le preocupa tu salud, la amiga espera convencerte que eres bien importante, y mientras esperas, ella algo encuentra, la empleada espera lograr estar de buenas con sus compañeros, el chofer de taxi espera explotar a todo el que pague sin protestar. Los guachafitas están todos por ahí, mercaderes de deseos.

El encontrar evidencia que compruebe la existencia de huachaferías en los textos les permitirá conocer los motivos que llevan a personas, que en otras ocasiones se distinguen por su honradez y rectitud, a jugar juegos basados en el engaño. La huachafería no es necesariamente un acto consciente. Resulta de las relaciones que se establecen entre individuos o grupos. En el carácter de algunas personas se encuentra un motivo ulterior que los lleva a tratar de ganarle terreno a aquel con quien le es dócil. Fanón y Freire argumentan el proceso colonizador como causa de esta patología. Los sicoanalistas lo enmarcan dentro de un modelo de relaciones opresivas entre los individuos. La clase tenía que referirse a los argumentos teóricos y a la evidencia que aparece en la literatura para poder sostener sus planteamientos.

La escritura del libro me había resultado muy fácil: una vez recogidos los datos, - si los datos no te apoyan tu tesis, los botas y continúas con la investigación hasta que logres resultados satisfactorios -, me había dicho su esposo, especialista en estadísticas y lenguaje. Una vez recogí la evidencia, la añadí a los capítulos que ya había escrito antes de llevar a cabo el estudio. Ambos se habían convertido en mis guías; yo en su confidente. Fui uno de sus más fieles y mejores estudiantes. Ambos mostraban una generosidad que pocas veces se encuentra en el mundo académico. Ella era genuina. Él esperaba algo más. Yo pretendía aprecio sin dar un paso en falso.

El esposo de Toledo era su mejor y más confiado asesor; le proveía el sostén que no encontraba entre muchos de sus otros compañeros en la universidad. Sus relaciones amorosas sexuales eran otra cosa, nunca fueron muy frecuentes ni apasionadas; cesaron por completo una vez él le confesó que sentía inclinaciones homosexuales. Ella no quiso divorciarse por temor a que el divorcio les afectara su carrera académica o por razones parecidas: las familias, los vecinos, la vida en comunidad, el celibato y Foucault. Se ayudaban mutuamente en sus investigaciones. Él le analizaba los números y ella le explicaba conceptos vinculados al estructuralismo, y la filosofía epistemológica que servían de base para sus investigaciones de textos literarios.

 El seguir viviendo juntos sin preocuparse por sus otros amantes, asistir a eventos universitarios como pareja, y no tener estar vigilando a algún fundamentalista religioso que pudiese usar su divorcio como motivo para negarle permanencia o ascenso era el plan perfecto. El dormía en la antigua habitación matrimonial y ella en lo que fue la biblioteca, rodeada de su más preciado tesoro: los libros. Después de todo ella siempre mantuvo su postura que ante un problema concreto se requiere un análisis y solución concreta.

- Recuerden que vivimos en una sociedad profundamente religiosa -, les decía la Doctora Toledo a sus estudiantes cuando tenía que justificar explicaciones a las que le faltaban fundamentos empíricos o carecían de cualquier tipo de lógica, - y la iglesia se sostiene sobre la creencia de que hay un ser supremo que lo puede todo sobre nosotros, y ante esa fuerza perdemos todo sentido de poder, de juicio. La iglesia presenta la verdad a la que todos debemos sucumbir; y esa verdad exige que sus feligreses se entreguen sin preguntas ante ese ser supremo.

- Tienes que descartar aquellas vertientes o variables que carecen de importancia estadística, diferencia significativa o que rompen con los esquemas tradicionales sobre lo que es ser puertorriqueño. El libro tiene que venderse. Los capítulos cuatro y cinco discuten temas importantes en la relaciones entre los grupos estudiados, no así para los posibles lectores de tu libro. No tiene significado estadístico. Fuera de dos o tres etno-académicos, nadie quiere saber si los descendientes de africanos o tainos son más dóciles que los descendientes de europeos. Para propósitos del libro se está hablando de puertorriqueños y no de detalles que no tienen importancia para los lectores en general o que puedan causar desvíos en lo lectura de tu tesis."

Sor Ingenua había inculcado en la joven inmigrante el apostolado dedicado a los pobres, a los más necesitados. Y estos pobres, necesitados, marginados con quien ella podía comunicarse durante aquellos primeros años eran los puertorriqueños en el sur del Bronx. Cuando apenas era una adolescente, la familia de la Doctora Toledo tuvo que abandonar una de las dictaduras latinoamericanas de turno y refugiarse en los Estados Unidos, país que había ayudado a instalar el gobierno de su país de origen y que hoy, por sabrá Dios que razones, el coloso del norte trataba de derrocar. Su vida de pequeña burguesa latinoamericana se transformó en la ciudad de Nueva York. De niña privilegiada a convertirse en miembro de una minoría amorfa llevaron a la doctora a tener que hacer ajustes en su visión del mundo; ajustes que a otros les hubiese tomado dos o tres vidas en realizar. Esta sinopsis de su biografía la repetía, a modo de empatía, en sus clases sobre la evolución de la conciencia y los valores en la literatura.

Se necesitan instituciones que respondan y adapten a las necesidades de los pueblos, y el que el New York Times le llame colegio tercermundista en medio de la primera potencia del mundo no aflojan los deseos de la Doctora Toledo de continuar fomentando el intelecto de sus jóvenes estudiantes. Durante cenas y veladas que pasaba junto al marido y el editor, la doctora planteaba como fundamento pedagógico de su trabajo en la universidad, el placer que sentía al poder compartir con sus estudiantes esas herramientas intelectuales que logran que los sujetos tomen conciencia y control sobre su realidad histórica.

Las veladas duraban hasta las tantas y obligaban al editor-mercader de libros a pasar la noche en la casa de los Toledo; para luego dormir en la antigua cama matrimonial. La doctora regresaba sola a su biblioteca, acompañada por sus adorados libros; y los gemidos que salían del dormitorio matrimonial y entraban por la puerta abierta de la biblioteca.






Thursday, July 19, 2012

La Selena de Mayra Santos Febres y el Cigala de Eduardo Mendicutti


La ropa no hace al travesti; su sentido del papel que juega es lo que lo consagra. Quien se atreve vivir y sentir ese borde que define lo que la cultura define como rol tradicional y  transgredirlo sin sentirse con culpa, remordimientos o vergüenza no necesita, todo el tiempo, vestirse con las ropas que se exigen para definir el quien eres.

El travestismo supone dejar ambos roles tradicionales, transcenderlos y vivir en el medio, sostener el balance entre ambos polos. Quienes se atreven a ponerse las ropas de la otredad buscan proyectar ese borde más allá de lo que se siente; y vivir una experiencia que es tan completa como lo es para quien no se las pone. Con las ropas reafirman su balance. Quienes no necesitan de vestuarios consiguen el balance con el sentir mismo. A veces puede que recurran a lo que en algunos países hispánicos llaman partirse. Partirse, visto por los no entendidos como una expresión de la loca histérica, es algo más que histeria, es un voto por el derecho a vivir en el borde. Quien se parte, transgrede, “traviste”, y reafirma su más intima identidad.

El travestir puede darse en las relaciones sociales como en las íntimas, en la cama: el hombre que se entrega por completo a la mujer y permite que esta tome control sobre la sexualidad o el hombre que hace lo mismo con otro hombre son tan travestis como el que se viste de mujer o la mujer que se viste de hombre. Ese trascender y dejarte ser en la cama como en la fiesta requiere un fuerte sentido del balance anímico; de lo que los compañeros progresistas de los años sesenta llamaban, “estar claros”.

Tanto dijeron los correligionarios, “hay que estar claro”, que esa claridad ha llegado a alumbrar fuera de sus categorías originales; para aquel entonces, el estar claro se refería a las relaciones de clase o postulados políticos, nunca a la claridad sobre las identidades. Tirarte en la cama y dejar que el significado otro te ame es entregarte en cuerpo y alma, sin penas ni miedos a perder la supuesta fuerza que te otorga el papel tradicional; es travestir sin vestirte. El acto político libera los cuerpos.

Hay quienes hoy fundamentan esa claridad en polos o triadas: femenino, masculino, homo-erótico, en negación de lo fluida que puede ser la identidad y sus bordes. Sentir el cuerpo del otro y guiarlo, sentir el cuerpo que te guía, no está condicionado por los códigos tradicionales, incluyendo los que eran usados por los homo-eróticos: butch, fem, activo, pasivo, mujer, hombre, hembra, macho.

Esta claridad o falta de la misma lleva a la Selena de Mayra Santos Febres a jugar un rol sexual con el militar; y al no entender ella o la autora ese borde, se convierte en una figura trágica. En oposición a la Selena, el manicura Cigala de Eduardo Mendicutti se refiere al Síndrome de Estocolmo para explicar su juego con sus identidades, sin penas ni glorias las trasciende y enfrenta a su muy tradicional entorno.

La Cigala evoca a la Patria, una lesbiana con quien compartí por muchos años, muy dura y de modales rudos, quien gozaba su rol de sumisa frente a su muy femenina compañera. Se reía a carcajada limpia cuando nos invitaba a comer a su casa en Hunts Point, Sur del Bronx, y era ella la que estaba cocinando, limpiando la casa y llevando a cabo el papel que supuestamente le tocaba a la fem.

- Mira como me tiene esta-, nos decía y disfrutaba de su propio “gender fucking”. De la cama no nos hablaba. Ese “gender fucking” es una expresión en inglés que nomina el vivir al borde; travestir sin tener que vestirse; y si hay que vestirse, hay que estar bien claros.


Maestras de Travestis

La Marica Pérez de Inwood

Su corte de pelo y manerismos hubiesen dificultado la identificación, no apuntaban a género sexual específico; el metal de voz era suave pero de hombre joven; los dos tatuajes en el brazo izquierdo y pierna derecha le identificaban como uno más de la nueva fauna tatuada que anda por el mundo. Un hipster, en la jerga de Manhattan. Cuando llegó donde la Luchi no tenía interés en usar pelucas y lo dejó dicho sin miramientos, ni andaba buscando un nombre de actriz fabulosa o ser icono de lo femenino. Si la Luchi había copiado a la Lucha Reyes y la Isadora de Quito a la Duncan, ella, la Marica Pérez de Inwood, tenía como modelo a las nuevas representantes del travestismo en Manhattan.

Este nuevo transgredir el travestismo, lo que de inicio es una transgresión, no tomó de sorpresa a la Luchi; ya estaba al tanto de lo que estaba ocurriendo downtown. Los cambios que se habían generado en el Lower East Side, el notorio barrio-capital de la subversión, aparecían en los periódicos y revistas progresistas y alternativas; documentados en los nombres que habían escogido la nueva generación de travestis y en su uso de vestuarios que no eran ni femeninos ni masculinos. Las luchas por los derechos de los homosexuales y otras identidades sexuales, las no muy tradicionales, no se limitaban a los derechos civiles, se extendieron e influyeron otros aspectos de las sub-culturas gais, incluyendo el travestir.

Miss Miramira, una latina que cantaba con voz desgarrada sin matizar su metal, comenzó esa nueva tendencia, que luego se convertiría en estándar del nuevo travestismo. Su nombre lo tomó de la muy común frase que se oye en los barrios latinos de Nueva York, “miira, ven”. Le siguieron Miss Gracie Mansion en honor a la casa donde vive el alcalde; Miss Alice Tully Hall, el nombre de una sala de conciertos; la Rue Paul, una calle de Nueva Orleans; Miss Step, una que cantaba en silla de ruedas; Miss Placed (no encuentro información que indique de dónde salió su nombre); y la famosa alemana que salía vestida de valkiria: Miss Wurst, Miss Pam Ann, Miss Queta Pando. Todas y todos, los nuevos representantes de la subversión del género, re-conceptualizaron y transformaron el vivir y vestir en el borde.

La Luchi no se sorprendió con la actitud irreverente del joven que en su taller y boutique se presentó a buscar información; quedó desconcertada con el nombre que había escogido, Marica, el muy ofensivo epíteto que tantas veces oyó y odió en su natal Quito. Juzgar ni rechazar eran principios que guiaban el trabajo de la Luchi como maestra de travestis, y se limitó a preguntar por qué había escogido esos nombres. Una famosa muñeca española sirvió de fuente para el nombre y primer apellido, Mariquita Pérez, y el segundo apellido, de Inwood, en honor al barrio latino donde terminó viviendo en el norte de Manhattan.

De la Mariquita Pérez, la muñeca - producto artesanal que fue inicialmente creado por una muy noble señora madrileña, doña Leonor Coello de Portugal, quedaba un ejemplar en la tienda de antigüedades donde trabajaba la madre de la Marica Pérez de Inwood. Por razones comerciales y valores machistas, a la Marica se le tenía prohibido jugar con la muñeca; de lejos, la observaba el muy andrógeno niño. Ni los revólveres ni las pelotas de futbol hacían mella en los deseos de Marica. Era aquella muñeca de porcelana, con cara de querubín, enormes ojos, pelo rizado, vestida con coloridos lazos y volantes, el objeto de sus más íntimos sueños. Deseos que nunca consumió. La venta de la muñeca a un vetusto, rígido y estreñido anticuario quiteño, don Ferdinando de Burbi, la llevó a sentirse como si le hubiesen robado un pedazo de su cuerpo.

Recuperar aquella muñeca era su norte. Su obsesión no le permitía ver más allá de lo que quería poseer, y una vez se enteró que el anticuario subastó la Mariquita en una casa de remates en la ciudad de Nueva York, la Marica decidió viajar y ver como conseguía comprarla o lo que tuviese que hacer, para hacerse de la muñeca. Su viaje por tierra - dirigido por guerrilleros, narcos y coyotes, requiere otra crónica, y esta no es sobre las vicisitudes que sufren las inmigrantes. La Luchi, madurada y paciente maestra, apeló a sus destrezas en el manejo de la dialéctica e indagación estructuralista lacaniana para llevar a la Mariquita a que expandiese sus horizontes, usara sus talentos para crecer como persona, y que aprovechara la habilidad que había demostrado, al tan fácilmente haber podido integrar en su identidad el nuevo travestismo, en la creación de unas estructuras que le permitiese aprovechar aquellas capacidades e intereses.

El lenguaje rebuscado y barroco de la Luchi iba en camino a perder a la Marica, y la Luchi, al ver que sus palabras no surtían el efecto esperado, cambió de estrategia: citó a la mítica Isadora de Quito,

"-...vivir en ese borde es lo que nos hace diferentes y lo que nos da la razón de ser', me dijo nuestra gran madre y maestra; y en mi caso lo conseguí con la integración de mi carácter histriónico y mi formación lacaniana, coordenadas que me llevan a fundar la escuela para travestis. En el tuyo es la muñeca la que te sirve de frontera entre tu yo y tu papel en el mundo. No puedes seguir buscando un objeto con el único propósito de satisfacer tus deseos de poder jugar o poseer. Tienes que integrarla a tu nuevo mundo. Tu borde se encuentra entre el juego con muñecas y tu existencia total. Deja de jugar.-

Isadora de Quito

Sus largas y bien delineadas piernas la llevaban casi flotando por la Avenida Amazonas. Nada intervenía en su paso, ni las miradas de algunos o el insulto de otros. A sus veinte y tanto años, madurados a fuerza de una voluntad de hierro, no temía ni al más guapo ni al más moralista. No la conocí personalmente. Su historia la relató una de sus mejores estudiantes: La Luchi.

A los quince años, La Luchi tenía muy claro lo qué quería hacer con su vida; y su necesidad de transgredir las formalidades de su género. Para lograrlo, necesitaba la mejor y más reconocida maestra de Quito. No podía hacerlo por sí sola, y qué mejor que una reconocida experta: La Isadora de Quito.

Sus primeras palabras las recuerda hoy como si estuviese allí en Quito, donde aprendió su más preciada carrera, y le sirven a La Luchi en su rol como docente de travestis.

- Una voz masculina tiene que ser modulada; unas facciones duras deben ser suavizadas con el maquillaje; un caminar torpe requiere ser reemplazado por un andar seguro y con movimientos suaves pero seductores; y el ajuar no es un disfraz, no quieres imitar a nadie, es lo que va a proteger tu cuerpo y proyectar tu sentido de la estética: tu nueva sensibilidad al borde de lo femenino, y que sirva de velo a lo masculino, lo que nunca debes perder. Es vivir en ese borde lo que nos hace diferente y lo que nos da la razón de ser, lo que te trajo donde mi.

La vida en una ciudad tan conservadora, religiosa y patriarcal no eran las mejores condiciones que se requieren para ejercer tan noble e importante carrera. Un trago aliviaba las dificultades, dos de más sacaban para afuera la ira que tanta represión causaba. Un trago liberaba a uno de sus más preciado deseos, cantar lentas y tristes rancheras mexicanas; y si el público lo permitía, rancheras cantaba. Dos tragos de más le abría las puertas a la ira, y navaja en mano cortaba a quien se atreviese cuestionar su yo o agredir a sus estudiantes. Navaja o no, al otro día estaba siempre listo para ejercer y cumplir con sus dos responsabilidades: peluquera y maestra de travestis.

La Luchi estudiaba letras durante el día, y de noche asistía a los talleres que ofrecía la Isadora de Quito. Sus lecturas en la facultad explicaban y expandían lo que la Isadora presentaba en sus talleres, en la sala de su pequeño apartamento en la Mariscal. Foucault, Barthes le abrían las puertas que separaban los cuartos del mundo que la Isadora construía en sus conferencias y demostraciones; convertían a Quito en un mundo más angosto, provinciano. Al ver la lucha interna que estaba sufriendo la Luchi, en el preciso momento cuando este último conoció al magnate que lo invitó a que se mudara al extranjero, la Isadora aprovechó la ocasión para decirle,

- Va a llegar la hora en que no vamos a caber las dos en Quito, no pierdas esta oportunidad.  Vete.

La Luchi no se había fijado en las lagunas creadas por las diferencias de clase que las separaban. Si la Isadora aprendió fuera de su hogar a ser delicada y tratar de trascender los valores del barrio popular donde se crió, la Luchi había crecido en un ambiente pequeño burgués que hacía de esos valores parte de su diario vivir.

El mundo de la peluquería sostenía conversaciones que se repetían a diario, y no iban más allá de lo pedestre, lo doméstico. El mundo de la facultad de letras obligaba a una continua reflexión que llevaron a la Luchi a hacer comentarios que más de una vez, y bajo dos tragos de más, acercaron los dedos de la Isadora a su continua compañera, la navaja.

Su rubio-oxigenado pelo, estatura alta, espaldas anchas y tez cincelada por el tiempo y la crianza contrastaban con los de la Luchi: pálido, delgadito, y de semblante delicado. Lo pronunciado de la Isadora le restaba posibilidades de ser conquistada por los hombres que deseaba. Cuando ambas se encontraban en los bares donde iban a poner en práctica lo aprendido en los talleres, sus deseados proletarios se inclinaban hacia las más joven y delicada Luchi, y en eso momentos, como buena maestra al fin, nunca pasaba de acariciar su apreciada navaja. Su orgullo por haber conseguido que su querida estudiante manejara las destrezas de una bien realizada travesti frenaba lo que en otras circunstancias hubiese sido motivo de guerra.

- Vete. Y no olvides de vivir en ese borde que separa los dos polos que nos controlan-, fueron sus palabras de despedida el día antes de que la Luchi partiera para el extranjero, - que por ahí vienen mis nuevas estudiantes y no quiero que me vean con la sombra regada por los cachetes.




Trompos en Bruselas, 1971


De niño, disfrutaba del jugar con los carritos de metal, en particular los camiones, tráileres, coloridos y brillantes; correr bicicleta, terecinas: todos juegos y objetos asociados con los juegos de varones. A escondidas jugaba con jacks,  me escondía detrás de la casa o en el baño, tiraba la bolita y en el rebote trataba de coger la estrellita de metal; practicaba una muy importante destreza manual. Fui feliz con mis jacks hasta que el vecinito me delató. Menor que yo y más ingenuo, le pidió a la mama que le comprara un set de jacks; y ella, sorprendida, le dijo que no, que esos eran juegos de niñas.

Por encima de la verja, al oír aquella conversación, me sentí desnudo, avergonzado, Nunca fui tan diestro como mis sobrinas, cuya rapidez en la recogida era tan rápida como las de un amigo, quien jura que era más diestro que cualquier nena de su barrio. Mi amigo es un consumado pianista, y no es de dudar que los jacks sirvieran de algo en el desarrollo de sus destrezas manuales. De los jacks me moví a la cuica, brincar la cuerda, y tampoco fui muy buen saltador. Más de una no podía saltar; si aumentaban las cuerdas, mis pies se enredaban y tenía que abandonar los saltos.

Saltos continuos y juegos de mesa que fueron continuados en los bares, las salas, las plazas. Las fichas ya no las muevo con las manos. Las muevo con los ojos, o me muevo como ficha en la Gran Plaza de Bruselas donde el frío me llegaba hasta los huesos. Antes de volver a la universidad, esperaba pasar un verano de “grand tour” europeo, a lo chica ingenua americana, Audrey Herpburn, here I come, y no aquel otoño en junio: gris, completamente gris.

Mi amiga, la pintora de trompos y muñecas incompletas, quería una terecina como regalo de reyes. Le regalaron una muñeca. La odió y nunca jugó con ella. Su mamá se apoderó de la misma. A su manera, adulta, la madre jugaba con la muñeca: la vestía como si fuese su hija para luego sentarla en una esquina del sofá. Allí permanecía hasta que le cosiesen nuevos trajes, sin poder distinguir su papel: objeto decorativo o reemplazo de la hija nada femenina en sus gestos y con supuestos gustos de varón. La pintora compensa sus reprimidos deseos a través de símbolos que usa en sus pinturas y dibujos.

Una vez en la plaza, mi cabeza empezó a dar vueltas, a reconocerme en aquel, enfoco en uno, otro, vueltas, miradas, cambio la vista a las luces, giran las miradas, de las paredes alumbradas por los juegos de luces a otros espectadores y otros, y otros, y otros; reciprocaban, se reconocían, tasaban. Del norte de la plaza al sur de la plaza, al oeste de la plaza, al este de la plaza: un ballet en cuatro por cuatro, al cuadrado.

Mi amigo colecciona muñecos de todo tipo, y se encuentran lo mismo sobre sus mesitas en la sala como en su ordenador o libreta de teléfonos. Es que, como bien él dice, hay muñecos y hay muñecos. Que le rompa uno de sus copas o platos le es indiferente. Que me le acerque a uno de sus muñecos puede ser guerra declarada. Sus muñecos en las mesitas, su bien ordenada y decorada casa refleja aquellas casitas de muñecas que ayudaban - ayudan a entender y manejar el mundo doméstico de los adultos. No en balde hay tanto decorador y arquitecto gay: nos gusta jugar a las casas, de mamá y papá.

De vuelta en el hotel sin estrellas y sin haber encontrado con quien jugar a mamá y papá, el espejo del cuarto contorneada mi imagen y la de la telaraña en la esquina de la habitación: foto de feria, un juego de azar abandonado a la suerte.

Wednesday, July 18, 2012

Y entonces...

Y entonces no es la frase más poética que se puede encontrar en el canon, en la lirica. Esa insoportable muletilla, entonces, consistentemente odiada por los maestros de secundaria, siempre, bajo continuo ataque, es reivindicada por Sylvia Rexach. La muy pedestre palabra se torna en pregunta existencial, en bolero, en reto a quien se atreve abandonar tu espacio sin dejar de desearte.  Pregunta una sola vez, ¿y entonces?, y obliga al amante, al bolerista, al poeta a escarbar en censurados glosarios.  

“Recuerda que tan sólo de verme tú temblabas….”

Y entonces es  quien te acompaña durante la tercera edad, junto a la salud,  ritmos vitales, las manías de viejo, los consejos de los más jóvenes, los amores filmados en la memoria.

“Y aunque un aparente olvido a ti te asombre,
dime que harás cuando alguien
sin querer me nombre,”


Dormir como un bebé no se aplica a los sesentones. Me quedé dormido a las ocho de la noche. Las noticias se repiten y las catástrofes colectivas no comparan con las personales. No peques de malagradecido, me digo. Desperté a las 11:00, el televisor seguía mostrando el fin del mundo – eso me dijo un pentecostal; y cuando le pregunté, cuándo comenzó ese fin, me miró muy mal. Apagué el televisor, la tecnología me arregla los huesos y me despierta todas las noches, me dormí de nuevo para ser despertado por la próstata, activada por una buena cerveza alemana a los compas de un bolero: y entonces.  

"Y entonces", nos dice el hermoso bolero de Sylvia Rexach, donde la sentencia es a la misma vez pregunta e imperativa, conjunción o adverbio, o simplemente pausa estilística; decidí seguir el día.

 “¡ay! pobre de tus noches si las usas
para olvidarte de mí.”


No salga de noche, don Gerardo, me aconsejan mis amigos más jóvenes. Les hago caso y me quedo dormido a las ocho. Y entonces……

(las citas que aparecen entre comillas ueron tomadas del bolero, Y entonces, Sylvia Rexach)  


Tuesday, July 17, 2012

Blogging Times - a reflection on the blogger and the readers/participants

The encyclopedic but hardly creative Spanish literature professor returned the very early draft of a curriculum proposal. It was sent without corrections, asking for a set of suggestions before the final proposal would be written and corrected at a later date by members of the committee. The encyclopedic professor returned the proposal with corrections on some run on sentences. She re-wrote every sentence in what one of my colleagues, a linguist, called well written high school English as a second language. The Professor did not suggest anything on the ideas themselves being proposed. Repeat: nothing on the ideas. Quite often in those departments, ideas were the least important matter

A few weeks later a patronizing Spanish as a second language professor, speaker of very academic, pristine Spanish as a second language also returned a propsal written by a native speaker of Spanish, a colleague, She corrected some missing accents. When returning the very early draft, using a direct tone, she scolded the colleague. "The proposal is full of mistakes", she said.. The arrogant, “presumida”, attitude of the dogmatic, feminist reflected what colonial relationships can do to liberating souls. Just like the previous case, this professor did not make any suggestions on the ideas proposed. 

There they were, without self awareness, projecting more than knowledge on mastery of forms  The subject-predicate syntax. of the first professor or the attitude towards the colonials of the feminist esdrújula, white mama reflected their own limitations. They both knew very little on how knowledge is acquired and transmitted. Well, had they read the big ones, from les Greeks to Illich or Freire, Iglesias, and Ferreiro,  they would have understood other ways of going about documenting and evaluating the place, the purpose, its possibilities: Socratic or Ferreiro’s Piagetian methods (pardon the poles) or Skinnerian or Gardnerian….... .     

As part of my documentation of selected practices on the teaching of reading and writing, I recorded the previous and similar cases on how orthography or narrative styles or syntax were discussed and taught. And among the findings, the disconnection between postures and practices among selected professors at CCNY were among the most common. .

Academic research  focuses on the positions towards Socrates ideas but rarely on the professor's ability to use the method. Progressive teachers of literature are more concerned with mastery of linguistic forms than with the genius of the writer and his/her view on a given author.

If form would not be so intrusive, perhaps the nascent story teller can write an original interpretation thru his/her version of,  whatever!

(Siempre se puede escribir al margen: vela los acentos, las comitas, etc. etc. sin ser invasivo y dejar que el proceso del escritor fluya….)

Monday, July 16, 2012

Exactas


- Bajemos de dos en dos – no era la sugerencia que se esperaba dos décadas después del Stone Wall. Eso mismito le dijo el anfitrión al grupo de por lo menos diez hombres gais que nos encontrábamos en una soirée en su apartamento en el San Juan de finales de los años ochenta. La razones para dicha directriz estaban fundamentadas en el miedo a que nos leyesen (leerte en la jerga de la sub-cultura de los gais criados antes de la luchas por los derechos civiles significada que los demás se daban cuenta de que uno era homosexual).

Miedo a que nos leyesen en el ascensor o en el recibidor del edificio. El grupo estaba compuesto por hombres de la generación pre-Stonewall, y con la excepción de uno que otro, la mayoría seguía viviendo como si esta revuelta no hubiese ocurrido. El miedo seguía guiando sus actos. Así lo hicimos, bajamos de dos en dos y evitábamos hablar en el ascensor.

La discusión pública que se estaba llevando a cabo en algunas ciudades de los EEUU y en Europa no se había extendido hasta la generación puertorriqueña, madurada antes de los sesenta. El anfitrión y algunos de sus invitados vivían con los temores y criterios de épocas anteriores.

Desde los grupos más radicales (Act-up) hasta los religiosos (Dignity), desde revistas que exploraban la sexualidad en su contexto político, histórico, científico (la excelente Body Politique) hasta las de corte popular (Gay Times), junto a los nuevos departamentos universitarios y cursos académicos, planteaban que la homosexualidad no es el infierno o un estado estático (se transforma en el grupo, la cultura y en cada uno de nosotros), que los homosexuales no escogen serlo y son ciudadanos responsables que aportan al bienestar de sus comunidades, etc. etc. etc. El clandestinaje de aquel grupo, en la fiesta antes mencionada, era contrario a la discusión seria de la homosexualidad y al respeto hacia los hombres y mujeres gais; atentaba contra la dignidad de cualquier ser.

Que nadie se entere, no salgas con él que es muy partido  pasaron de ser comentarios normalizados a valores, expectativas, tipos y estereotipos de homosexuales estancados en la protección de sus cuerpos, reflejos del miedo a los controles que ejercían los heterosexuales.  Aquellas fijaciones, calabozos mentales y culturales fueron revertidos para convertirse en caminos a explorar, a enriquecer el conocer la condición humana y todas sus manifestaciones.

- ¿Cómo me veo? -, me preguntó uno de los querido amigos que asistía a la fiesta y que ya había comenzado a explorar su sexualidad mas allá del miedo, el clandestinaje.

- Exacta-, le respondí, en femenino, con el humor y transgresión que caracteriza esa brillante e ingeniosa sub cultura. Ni miedo ni vergüenza acompañaron la respuesta; una aceptación del ser distinto sin ser nocivo. Mi amigo sonrió; sabia que a esa edad sesentona no se es tan exacta como cuando se tenía veinte años. Nos reímos porque caminábamos la vereda de la libertad, y es esa la que nos permite estar “exactas”.

Lo gay no es absolutamente un estado sexual, es también un estado de ánimo, un derivado y variación de las otras culturas. Espejo de la otredad dirían los nuevos contenidos estructuralistas, post modernistas. Y por aquello de no asustar al anfitrión, bajamos de dos en dos.

Divinas en SoHo

Ayer, pasado efímero, me sentía como lo que puedo ser: una loca diviiina. Dialogué con las pinturas en un paseo por una galería con un cóctel en la mano, disfrute total, paré frente a un grupo de conocidos, - hola, que tal-, conocidos que se repiten de coctel gratis en coctel gratis, gozo completo, conversé sobre el arte, simpatía plena, dije adiosito de lejos con los dedos de mi mano derecha, vida al borde de la felicidad.

Sé que mi sensibilidad les molesta a las liberales ortodoxas, en particular a las feministas que no soportan los hombres amanerados; y yo lo soy. No puedo con ellas. ¡Qué se fastidien las nenas! Saludo, me muevo y sonrío con plasticidad flamenca. Flamenca de Flandes, no de Andalucía. Aunque, a veces, cante jondo. Como siempre, todo puede marchar muy bien, hasta que un cóctel de más desmantela mis posturas. Me explico.

No hace mucho, en uno de los locales de moda, en el siempre y eternamente bohemio downtown, trago en mano, le respondí a una señora que me preguntó si era tímido, -no sé socializar-. Arqueé mi ceja derecha, pensé un segundo, la miré atentamente, sonreí sin enseñar los dientes y continué, -solamente puedo construir jerarquías intelectuales, ser sarcástico, morir de pie-. La señora, a través de una sonrisa rectangularmente perfecta, gimió un casi ladrido gutural de simpatía programada. Formé una curva con mis sutilmente apretados labios, me excusé y seguí tomando; amanecí con una resaca de madre.

El mal estado, los dolorcitos de cabeza se están convirtiendo en algo muy rutinario, y, para empeorar la cosa, me paso el día después de los cócteles, avergonzado por mis cambios de conducta: de poseedor de modales propios y agradables a uno donde la rabia es la que habla.

El comentario y el tono con que lo emití, productos de un ambiente donde el razonamiento diplomático no era usado en reuniones familiares, son un no no en actos pseudo-literarios. Me recuerdo a Pascual Duarte cuando pasea por primera vez por El Retiro. El acuchilló a alguien; yo insulto.

Tacto fue lo que lo que tuve que tener ante una teatrera-miembro de una de estas escuelas de artes latinoamericanas que apoyan, defienden todo lo que sugiera que el sur también existe. La nena no distinguía entre experimentar, luchas sociales y etnicismo. Frente a aquello, no pude controlarme. Cuando detecté una de sus muchas contradicciones, le disparé mi trillado discurso sobre este asunto. Sin pestañear le dije:

- Mira nena, yo sé que estar al margen está de moda. Ahora, ¿me oyes, al margen de qué? Eso es lo que hay que aclarar. Incluso, entre ciertos sectores de las artes y la crítica…..,

Ella continuaba pacientemente esperando por el momento oportuno para contraatacar. Yo, ni loca loca, le iba a dar espacio. Seguí con mi discurso, --…uno, lo que necesita en estos momentos, el uno pronombre, es darse un paseo por los pasillos de las academias...

- Mira nena, no seas tan proto-tipo-, le dije y ella ante aquella retahíla de borbotones sin son ni ton me miró como si hubiese dicho, - pasé, este señor está pasé-. Aprovechó el momento en que me servía cualquier trago que pudiese encontrar para desaparecerse de mi lado, seguí con quien me encontrara de por medio.

Durante de resaca y después de los insultos, gracias a San Agustín, reflexiono; y gracias a los instintos, ya que por culpa de ellos a menudo meto la pata, aprendo. De hoy en adelante el tacto será una idea convertida en práctica. Me lo prometo. Ante mi espejo, me miro y digo, - divina, soy una loca divina-.


Sunday, July 15, 2012

La modelo y su coro


La típica aspirante a mujer súper fabulosa había triunfado en el extranjero. Los diskettes, sus fotos, documentada en cuanto artefacto habido y por haber, eran su testigo. Se sentía "malette". Es de rigor explicar este término: malette es un vocablo que usaban los miembros de cierta sub-cultura dentro de otra subcultura (if you know what I mean) cuando desean caracterizar un estado de ánimo. Dicho estado, aparentemente, está limitado a los miembros de susodicho grupo; un estado sublime, etéreo. Esta niña, de quien les hablo, y algunos de los asistentes a la fiesta pertenecían a la sub-especie antes mencionada.

La aspirante a fabulosa asombró a todo el mundo en el extranjero, según ella. Les llenó de envidia, no en el extranjero, sino a los que la oían en la fiesta antes mencionada: sus formas, su cuerpo, su cara, su pelo. Comentó, que en una escalera, cuando andaba de modelo en el extranjero, le dieron paso; la retrataron en una comida, y allí, "no la creían", simplemente, "no la creían". Explico el “no la creían”: no es que los oyentes de esta fiesta pensaran que ella mentía, es que en el extranjero su ser los dejó incrédulos. En la fiesta quienes, junto a mí, oían sus relatos no pestañeaban. El pasmo ante su triunfo. Ella, una mujer de unos treinta años, hablaba. Un coro respondía.

Es menester hablar del coro. Todos respondían al unísono, - te botaste mama, wau, too much, qué fabuloso.

Ella hablaba, sus trajes, sus piernas, su busto.

El coro, todo adjetivos, - ¡increíble, fabulosa, majestuosa, aaahhhh!

Ella sonreía, labios rojos, cachetes sumidos, cejas subían y bajaban, mostraba evidencia: fotos, laptop, videos.

El coro, todo sentimientos personales, -¡ no sigas que grito de la histérica envidia, me ahogo de la emoción!

Ella se encorvaba, estiraba el brazo cual cisne en ballet ruso, las piernas de frente, de lado.

El coro flotaba, flotaba, se ahogaba. Un coro de tipos, estereotipos.


Blogueros y sus “senior moments”


No tenia que jurármelo. Estaba más que claro que no era mi genio como crítico  de poesía lo que deseaba como escritor del prólogo para su nuevo libro. Un “senior moment” fue como describió a su error. Me envió un correo electrónico que iba a dirigido a otra escritora. Y ella recibió el que iba dirigido a mí. Me escribió algo sobre una coma antes de un gerundio, o una palabra que no aparecía en Larousse o en el de la academia real, la muy antigua y regidora real academia (nada de mayúsculas con esa gente).

Ya lo sabía. Su “senior moment” lo había delatado anteriormente. Me habia enviado semanas antes el menú que iba a servir en una cena a la cual no me había invitado; y las críticas a un ensayo de mi autoria se las pasó a no sé quien porque de esa no me enteré.  El ensayo no tenía ni patas ni cabezas. Era un borrador que más bien describía lo que yo pensaba sobre un asunto; y no lo que podía compartir sobre lo que sabía sobre, pues, ese asunto.    

“Senior moments” que tenemos todos; entre más avanzada la edad, más asustan; que si pusiste el detergente en la nevera; que si por poco le echas más sal sobre la sal con la cual habías sazonado a las habichuelas; que si se te olvidó  escribirle, o corregir; que si el azúcar te sube y te mareas; que si....., no tomas jugo de parcha para que no te baje o suba la presión; que si por estar en la etapa senil de la tercera, cuarta, quinta edad, se te olvida quitar la coma del “cut and paste” que transferiste de un texto a otro, y las clausulas no concuerdan, no pegan con lo que quieres decir sobre los espacios virtuales de la bloguería y los “senior moments”