Monday, July 16, 2012

Exactas


- Bajemos de dos en dos – no era la sugerencia que se esperaba dos décadas después del Stone Wall. Eso mismito le dijo el anfitrión al grupo de por lo menos diez hombres gais que nos encontrábamos en una soirée en su apartamento en el San Juan de finales de los años ochenta. La razones para dicha directriz estaban fundamentadas en el miedo a que nos leyesen (leerte en la jerga de la sub-cultura de los gais criados antes de la luchas por los derechos civiles significada que los demás se daban cuenta de que uno era homosexual).

Miedo a que nos leyesen en el ascensor o en el recibidor del edificio. El grupo estaba compuesto por hombres de la generación pre-Stonewall, y con la excepción de uno que otro, la mayoría seguía viviendo como si esta revuelta no hubiese ocurrido. El miedo seguía guiando sus actos. Así lo hicimos, bajamos de dos en dos y evitábamos hablar en el ascensor.

La discusión pública que se estaba llevando a cabo en algunas ciudades de los EEUU y en Europa no se había extendido hasta la generación puertorriqueña, madurada antes de los sesenta. El anfitrión y algunos de sus invitados vivían con los temores y criterios de épocas anteriores.

Desde los grupos más radicales (Act-up) hasta los religiosos (Dignity), desde revistas que exploraban la sexualidad en su contexto político, histórico, científico (la excelente Body Politique) hasta las de corte popular (Gay Times), junto a los nuevos departamentos universitarios y cursos académicos, planteaban que la homosexualidad no es el infierno o un estado estático (se transforma en el grupo, la cultura y en cada uno de nosotros), que los homosexuales no escogen serlo y son ciudadanos responsables que aportan al bienestar de sus comunidades, etc. etc. etc. El clandestinaje de aquel grupo, en la fiesta antes mencionada, era contrario a la discusión seria de la homosexualidad y al respeto hacia los hombres y mujeres gais; atentaba contra la dignidad de cualquier ser.

Que nadie se entere, no salgas con él que es muy partido  pasaron de ser comentarios normalizados a valores, expectativas, tipos y estereotipos de homosexuales estancados en la protección de sus cuerpos, reflejos del miedo a los controles que ejercían los heterosexuales.  Aquellas fijaciones, calabozos mentales y culturales fueron revertidos para convertirse en caminos a explorar, a enriquecer el conocer la condición humana y todas sus manifestaciones.

- ¿Cómo me veo? -, me preguntó uno de los querido amigos que asistía a la fiesta y que ya había comenzado a explorar su sexualidad mas allá del miedo, el clandestinaje.

- Exacta-, le respondí, en femenino, con el humor y transgresión que caracteriza esa brillante e ingeniosa sub cultura. Ni miedo ni vergüenza acompañaron la respuesta; una aceptación del ser distinto sin ser nocivo. Mi amigo sonrió; sabia que a esa edad sesentona no se es tan exacta como cuando se tenía veinte años. Nos reímos porque caminábamos la vereda de la libertad, y es esa la que nos permite estar “exactas”.

Lo gay no es absolutamente un estado sexual, es también un estado de ánimo, un derivado y variación de las otras culturas. Espejo de la otredad dirían los nuevos contenidos estructuralistas, post modernistas. Y por aquello de no asustar al anfitrión, bajamos de dos en dos.

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