Sunday, July 8, 2012

Lesbianas de derechas

Es que no puedo, no puedo tolerar los homos que apoyan a la derecha. No los entiendo. Y mucho menos cuando una “buchota” (derivado de la palabra inglesa butch, y si quieren saber la definición, vayan al diccionario) forma un círculo con los dedos pulgar e índice de su mano derecha, los alza al estilo de los cantantes de flamenco y mientras los baja, dice, bien macharrana, muy segura de sus postura política, que ella vota por los estadistas.

La vi venir.  Cruzó la de Diego. Venía vestida de hombre, nada anormal desde que la Coco Channel normalizó el uso de ropa de hombres entre las mujeres sin que fuesen vistas como travestis. Su caminar era otra cosa, bordeaba en el swing del “jaquentocito”, guapetón de barrio. Cada paso, un saltito y sus hombros los meneaba en pose de boxeador. Entró al bar, se agarró el pantalón por donde se protegen los "guevos", estilo machito de barriada popular, y se sentó frente a mí en uno de los taburetes.  

- Yo soy estadista.

Quien conoce al partido político que representa a los estadistas en la isla de los espantos sabe que este partido está dirigido y controlado por los talibangélicos, y que si estos fascistoides siguen en el poder, los hombres y mujeres al margen del margen en este gauteriano jardín del mundo van a tener que esconderse o si no, aguantar los atropellos de los nada gentiles políticos de un partido de derechas. La partidocracia parece controlar el cerebro de los votantes en este reguero de país. ¡Por Dios!, que siguen, al igual que muchos otros, defendiendo partidos que no representan sus intereses, y nada que ver con el status político de la islita de los espantos.

- ¿Usted vota?  

Su pregunta, directa y sin miramientos, la formuló inmediatamente después de su muy gesticulada postura.

- No, le dije.

Cachapera pendeja, pensé, pero no lo dije por temor a que me acusara de homofóbico o, peor, me invitara a pelear en la calle. Ya uno sabe como son las lesbianas de derechas.

Y yo que iba en busca de una copita para relajarme en el Tía María de la de Diego, terminé atolondrado por la negación, suicidio político de algunos gais boricuas.

Por cierto, el ron Barrilito con una pizca de naranja agria estaba delicioso. No, no me tomé el Barrilito en el bar Tía María. Me lo tomé en casa mientras escribía este relato sobre cabezas dislocadas, una vez decidí que allí no podía relajarme.


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