La ropa no hace al travesti; su sentido del papel que juega es lo que lo consagra. Quien se atreve vivir y sentir ese borde que define lo que la cultura define como rol tradicional y transgredirlo sin sentirse con culpa, remordimientos o vergüenza no necesita, todo el tiempo, vestirse con las ropas que se exigen para definir el quien eres.
El travestismo supone dejar ambos roles tradicionales, transcenderlos y vivir en el medio, sostener el balance entre ambos polos. Quienes se atreven a ponerse las ropas de la otredad buscan proyectar ese borde más allá de lo que se siente; y vivir una experiencia que es tan completa como lo es para quien no se las pone. Con las ropas reafirman su balance. Quienes no necesitan de vestuarios consiguen el balance con el sentir mismo. A veces puede que recurran a lo que en algunos países hispánicos llaman partirse. Partirse, visto por los no entendidos como una expresión de la loca histérica, es algo más que histeria, es un voto por el derecho a vivir en el borde. Quien se parte, transgrede, “traviste”, y reafirma su más intima identidad.
El travestir puede darse en las relaciones sociales como en las íntimas, en la cama: el hombre que se entrega por completo a la mujer y permite que esta tome control sobre la sexualidad o el hombre que hace lo mismo con otro hombre son tan travestis como el que se viste de mujer o la mujer que se viste de hombre. Ese trascender y dejarte ser en la cama como en la fiesta requiere un fuerte sentido del balance anímico; de lo que los compañeros progresistas de los años sesenta llamaban, “estar claros”.
Tanto dijeron los correligionarios, “hay que estar claro”, que esa claridad ha llegado a alumbrar fuera de sus categorías originales; para aquel entonces, el estar claro se refería a las relaciones de clase o postulados políticos, nunca a la claridad sobre las identidades. Tirarte en la cama y dejar que el significado otro te ame es entregarte en cuerpo y alma, sin penas ni miedos a perder la supuesta fuerza que te otorga el papel tradicional; es travestir sin vestirte. El acto político libera los cuerpos.
Hay quienes hoy fundamentan esa claridad en polos o triadas: femenino, masculino, homo-erótico, en negación de lo fluida que puede ser la identidad y sus bordes. Sentir el cuerpo del otro y guiarlo, sentir el cuerpo que te guía, no está condicionado por los códigos tradicionales, incluyendo los que eran usados por los homo-eróticos: butch, fem, activo, pasivo, mujer, hombre, hembra, macho.
Esta claridad o falta de la misma lleva a la Selena de Mayra Santos Febres a jugar un rol sexual con el militar; y al no entender ella o la autora ese borde, se convierte en una figura trágica. En oposición a la Selena, el manicura Cigala de Eduardo Mendicutti se refiere al Síndrome de Estocolmo para explicar su juego con sus identidades, sin penas ni glorias las trasciende y enfrenta a su muy tradicional entorno.
La Cigala evoca a la Patria, una lesbiana con quien compartí por muchos años, muy dura y de modales rudos, quien gozaba su rol de sumisa frente a su muy femenina compañera. Se reía a carcajada limpia cuando nos invitaba a comer a su casa en Hunts Point, Sur del Bronx, y era ella la que estaba cocinando, limpiando la casa y llevando a cabo el papel que supuestamente le tocaba a la fem.
- Mira como me tiene esta-, nos decía y disfrutaba de su propio “gender fucking”. De la cama no nos hablaba. Ese “gender fucking” es una expresión en inglés que nomina el vivir al borde; travestir sin tener que vestirse; y si hay que vestirse, hay que estar bien claros.
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