Thursday, July 19, 2012

Maestras de Travestis

La Marica Pérez de Inwood

Su corte de pelo y manerismos hubiesen dificultado la identificación, no apuntaban a género sexual específico; el metal de voz era suave pero de hombre joven; los dos tatuajes en el brazo izquierdo y pierna derecha le identificaban como uno más de la nueva fauna tatuada que anda por el mundo. Un hipster, en la jerga de Manhattan. Cuando llegó donde la Luchi no tenía interés en usar pelucas y lo dejó dicho sin miramientos, ni andaba buscando un nombre de actriz fabulosa o ser icono de lo femenino. Si la Luchi había copiado a la Lucha Reyes y la Isadora de Quito a la Duncan, ella, la Marica Pérez de Inwood, tenía como modelo a las nuevas representantes del travestismo en Manhattan.

Este nuevo transgredir el travestismo, lo que de inicio es una transgresión, no tomó de sorpresa a la Luchi; ya estaba al tanto de lo que estaba ocurriendo downtown. Los cambios que se habían generado en el Lower East Side, el notorio barrio-capital de la subversión, aparecían en los periódicos y revistas progresistas y alternativas; documentados en los nombres que habían escogido la nueva generación de travestis y en su uso de vestuarios que no eran ni femeninos ni masculinos. Las luchas por los derechos de los homosexuales y otras identidades sexuales, las no muy tradicionales, no se limitaban a los derechos civiles, se extendieron e influyeron otros aspectos de las sub-culturas gais, incluyendo el travestir.

Miss Miramira, una latina que cantaba con voz desgarrada sin matizar su metal, comenzó esa nueva tendencia, que luego se convertiría en estándar del nuevo travestismo. Su nombre lo tomó de la muy común frase que se oye en los barrios latinos de Nueva York, “miira, ven”. Le siguieron Miss Gracie Mansion en honor a la casa donde vive el alcalde; Miss Alice Tully Hall, el nombre de una sala de conciertos; la Rue Paul, una calle de Nueva Orleans; Miss Step, una que cantaba en silla de ruedas; Miss Placed (no encuentro información que indique de dónde salió su nombre); y la famosa alemana que salía vestida de valkiria: Miss Wurst, Miss Pam Ann, Miss Queta Pando. Todas y todos, los nuevos representantes de la subversión del género, re-conceptualizaron y transformaron el vivir y vestir en el borde.

La Luchi no se sorprendió con la actitud irreverente del joven que en su taller y boutique se presentó a buscar información; quedó desconcertada con el nombre que había escogido, Marica, el muy ofensivo epíteto que tantas veces oyó y odió en su natal Quito. Juzgar ni rechazar eran principios que guiaban el trabajo de la Luchi como maestra de travestis, y se limitó a preguntar por qué había escogido esos nombres. Una famosa muñeca española sirvió de fuente para el nombre y primer apellido, Mariquita Pérez, y el segundo apellido, de Inwood, en honor al barrio latino donde terminó viviendo en el norte de Manhattan.

De la Mariquita Pérez, la muñeca - producto artesanal que fue inicialmente creado por una muy noble señora madrileña, doña Leonor Coello de Portugal, quedaba un ejemplar en la tienda de antigüedades donde trabajaba la madre de la Marica Pérez de Inwood. Por razones comerciales y valores machistas, a la Marica se le tenía prohibido jugar con la muñeca; de lejos, la observaba el muy andrógeno niño. Ni los revólveres ni las pelotas de futbol hacían mella en los deseos de Marica. Era aquella muñeca de porcelana, con cara de querubín, enormes ojos, pelo rizado, vestida con coloridos lazos y volantes, el objeto de sus más íntimos sueños. Deseos que nunca consumió. La venta de la muñeca a un vetusto, rígido y estreñido anticuario quiteño, don Ferdinando de Burbi, la llevó a sentirse como si le hubiesen robado un pedazo de su cuerpo.

Recuperar aquella muñeca era su norte. Su obsesión no le permitía ver más allá de lo que quería poseer, y una vez se enteró que el anticuario subastó la Mariquita en una casa de remates en la ciudad de Nueva York, la Marica decidió viajar y ver como conseguía comprarla o lo que tuviese que hacer, para hacerse de la muñeca. Su viaje por tierra - dirigido por guerrilleros, narcos y coyotes, requiere otra crónica, y esta no es sobre las vicisitudes que sufren las inmigrantes. La Luchi, madurada y paciente maestra, apeló a sus destrezas en el manejo de la dialéctica e indagación estructuralista lacaniana para llevar a la Mariquita a que expandiese sus horizontes, usara sus talentos para crecer como persona, y que aprovechara la habilidad que había demostrado, al tan fácilmente haber podido integrar en su identidad el nuevo travestismo, en la creación de unas estructuras que le permitiese aprovechar aquellas capacidades e intereses.

El lenguaje rebuscado y barroco de la Luchi iba en camino a perder a la Marica, y la Luchi, al ver que sus palabras no surtían el efecto esperado, cambió de estrategia: citó a la mítica Isadora de Quito,

"-...vivir en ese borde es lo que nos hace diferentes y lo que nos da la razón de ser', me dijo nuestra gran madre y maestra; y en mi caso lo conseguí con la integración de mi carácter histriónico y mi formación lacaniana, coordenadas que me llevan a fundar la escuela para travestis. En el tuyo es la muñeca la que te sirve de frontera entre tu yo y tu papel en el mundo. No puedes seguir buscando un objeto con el único propósito de satisfacer tus deseos de poder jugar o poseer. Tienes que integrarla a tu nuevo mundo. Tu borde se encuentra entre el juego con muñecas y tu existencia total. Deja de jugar.-

Isadora de Quito

Sus largas y bien delineadas piernas la llevaban casi flotando por la Avenida Amazonas. Nada intervenía en su paso, ni las miradas de algunos o el insulto de otros. A sus veinte y tanto años, madurados a fuerza de una voluntad de hierro, no temía ni al más guapo ni al más moralista. No la conocí personalmente. Su historia la relató una de sus mejores estudiantes: La Luchi.

A los quince años, La Luchi tenía muy claro lo qué quería hacer con su vida; y su necesidad de transgredir las formalidades de su género. Para lograrlo, necesitaba la mejor y más reconocida maestra de Quito. No podía hacerlo por sí sola, y qué mejor que una reconocida experta: La Isadora de Quito.

Sus primeras palabras las recuerda hoy como si estuviese allí en Quito, donde aprendió su más preciada carrera, y le sirven a La Luchi en su rol como docente de travestis.

- Una voz masculina tiene que ser modulada; unas facciones duras deben ser suavizadas con el maquillaje; un caminar torpe requiere ser reemplazado por un andar seguro y con movimientos suaves pero seductores; y el ajuar no es un disfraz, no quieres imitar a nadie, es lo que va a proteger tu cuerpo y proyectar tu sentido de la estética: tu nueva sensibilidad al borde de lo femenino, y que sirva de velo a lo masculino, lo que nunca debes perder. Es vivir en ese borde lo que nos hace diferente y lo que nos da la razón de ser, lo que te trajo donde mi.

La vida en una ciudad tan conservadora, religiosa y patriarcal no eran las mejores condiciones que se requieren para ejercer tan noble e importante carrera. Un trago aliviaba las dificultades, dos de más sacaban para afuera la ira que tanta represión causaba. Un trago liberaba a uno de sus más preciado deseos, cantar lentas y tristes rancheras mexicanas; y si el público lo permitía, rancheras cantaba. Dos tragos de más le abría las puertas a la ira, y navaja en mano cortaba a quien se atreviese cuestionar su yo o agredir a sus estudiantes. Navaja o no, al otro día estaba siempre listo para ejercer y cumplir con sus dos responsabilidades: peluquera y maestra de travestis.

La Luchi estudiaba letras durante el día, y de noche asistía a los talleres que ofrecía la Isadora de Quito. Sus lecturas en la facultad explicaban y expandían lo que la Isadora presentaba en sus talleres, en la sala de su pequeño apartamento en la Mariscal. Foucault, Barthes le abrían las puertas que separaban los cuartos del mundo que la Isadora construía en sus conferencias y demostraciones; convertían a Quito en un mundo más angosto, provinciano. Al ver la lucha interna que estaba sufriendo la Luchi, en el preciso momento cuando este último conoció al magnate que lo invitó a que se mudara al extranjero, la Isadora aprovechó la ocasión para decirle,

- Va a llegar la hora en que no vamos a caber las dos en Quito, no pierdas esta oportunidad.  Vete.

La Luchi no se había fijado en las lagunas creadas por las diferencias de clase que las separaban. Si la Isadora aprendió fuera de su hogar a ser delicada y tratar de trascender los valores del barrio popular donde se crió, la Luchi había crecido en un ambiente pequeño burgués que hacía de esos valores parte de su diario vivir.

El mundo de la peluquería sostenía conversaciones que se repetían a diario, y no iban más allá de lo pedestre, lo doméstico. El mundo de la facultad de letras obligaba a una continua reflexión que llevaron a la Luchi a hacer comentarios que más de una vez, y bajo dos tragos de más, acercaron los dedos de la Isadora a su continua compañera, la navaja.

Su rubio-oxigenado pelo, estatura alta, espaldas anchas y tez cincelada por el tiempo y la crianza contrastaban con los de la Luchi: pálido, delgadito, y de semblante delicado. Lo pronunciado de la Isadora le restaba posibilidades de ser conquistada por los hombres que deseaba. Cuando ambas se encontraban en los bares donde iban a poner en práctica lo aprendido en los talleres, sus deseados proletarios se inclinaban hacia las más joven y delicada Luchi, y en eso momentos, como buena maestra al fin, nunca pasaba de acariciar su apreciada navaja. Su orgullo por haber conseguido que su querida estudiante manejara las destrezas de una bien realizada travesti frenaba lo que en otras circunstancias hubiese sido motivo de guerra.

- Vete. Y no olvides de vivir en ese borde que separa los dos polos que nos controlan-, fueron sus palabras de despedida el día antes de que la Luchi partiera para el extranjero, - que por ahí vienen mis nuevas estudiantes y no quiero que me vean con la sombra regada por los cachetes.




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