Friday, July 13, 2012

Trans Caribbean

No había cangrejos corriendo por los corredores de la difunta línea aérea Trans Caribbean, ni vulgar chusma escandalizando los valores pequeños burgueses de las urbanizaciones de clases medias puertorriqueñas o sus “uropeizados” intelectuales en los pasillos de Humanidades en la UPR. Viajamos desde Puerto Rico a Nueva York en el avión de la mítica línea aérea, personas respetuosas y con muy buenos modales en busca de diferentes horizontes. De parte mía dejaba la vida sofocante y opresiva de un pueblo pequeño de la isla donde la homofobia era pan nuestro de cada día. No me iba por razones económicas. Había terminado la universidad y oportunidades de trabajo se encontraban por doquier. Me fui porque la homofobia, abierta o latente, no permitía una vida tranquila. Nadie quiere salir a la calle con la expectativa de que alguien se va a burlar de ti o quizás atacarte físicamente. Nadie escoge ser homosexual. Se escoge con quien tienes relaciones sexuales.

Me fui de la isla en el sesenta siete, a los veinte y tres años, y tuve la enorme suerte de poder vivir el sesenta y ocho en Nueva York: el de las protestas en las Universidades de Berkeley, Columbia, City College, el de los Young Lords y Black Panthers, El Comité del UWS, las marchas contra la guerra y a favor de los estudios étnicos. Allí me enteré de que los contenidos de los cursos no consistían en verdades universales, que las historias estaban sujetas a intereses que iban más allá de lo académico, que muchas historias distorsionaban y excluían, que había que demandar que la historia, la tuya, la mía fueran estudiadas, discutidas, documentadas. Allí aprendí que no podía separar la colonización nacional rampante que viví en PR (véase otros escritos en este blog sobre ese tema)de la colonización destructiva que vive el homosexual. Allí me doy cuenta de que si yo no escogí ser homosexual porque tenía que sentirme mal.

Cuán linda y paradisiaca puede ser la adolescencia dicen algunos. Cuán triste la alta tasa de suicidios entre jóvenes adolescentes con inclinaciones homosexuales. No me suicidé, pero lo pensé. Tendría alrededor de catorce años cuando por primera vez descubrí que sentía una atracción especial por los hombres., hasta reconocer que lo que sentía era una atracción sexual. Horror fue lo que sentí. De noche no sólo le pedía a Dios que me quitara “eso”, sentía el terror de ser descubierto, y allí empezó mi cuerpo a llenarse de llagas, a sufrir de problemas estomacales, a pretender que me atraían las muchachas, a llorar lleno de miedo mientras le pedía a Dios que me quitara “eso”. Nunca me lo quitó.

En Nueva York las discusiones religiosas no se limitaban a los discursos de reverendos de pandereta o sacerdotes ensimismados en ritos medievales, mandándote a quemar en el infierno. En Nueva York, al ponerme de frente los planteamientos de otras tradiciones religiosas sobre la condición humana, aprendí que mi naturaleza incluía la capacidad para desear hombres y que esta capacidad evolucionaría de la misma manera que ha evolucionado la especie, los individuos. Ningún adulto percibe el mundo como lo percibe un bebé.

Aprendí que no todos los católicos interpretan las palabras de Jesús de la misma manera, que no todos los reverendos de pandereta gritan y te mandan a quemar en el infierno, que ser ateo no excluye el poder ser un gran ser humano, que no todos son profetas, que ser un ser con creencias espirituales no te obliga a estar aceptando religiones sin criticarlas, y que para encontrar tu identidad como parte de un pueblo no tienes que acostarte a lo personaje en Pollito Chicken con otro miembro de tu propia etnia. Amén.




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