Sunday, July 22, 2012

Chelsea

- Cotuuure!- me gritó desde la esquina de la Octava Avenida y la Calle Veintitrés.

 En la Habana, de quien les hablo, era parte de los grupos más atrevidos. Profesor de literatura, de día, en una escuela secundaria. De noche, jinete de caballos extranjeros.

-Too much o back o de rigueur - le hubiesen contestado, mientras chasqueaban las yemas de los dedos, hacían un círculo con el brazo derecho,  los chicos que asistían a las inmensas discotecas neoyorquinas en los años setenta, época de bailes, drogas y Gloria Gaynor.

Chicos Too much.

El llegó en los ochenta, en bote, se certificó como maestro bilingüe, mudó al barrio gay de Nueva York: Chelsea, y dejó de trabajar como jinetero. En Nueva York, también encontró un “fast, fast, fast crowd” entre los muscu-locas de Chelsea.

En la Habana participó en actividades literario subversivas, junto a los grupos dedicados a transformar el contenido del discurso político-cultural.

En Nueva York sus esfuerzos los canalizó hacia los grupos que transforman la forma; el contenido de los discursos subversivos ya no le interesan.

En la Habana, la forma que atacaba era la literaria; siempre supeditada al contenido.

En Nueva York, la físico-personal. Su cuerpo es delineado por los mejores pinceles del Gimnasio Chelsea, y las revistas de modas: pantalones estilizados, recorte de pelo, casi rapado, con patillas.

De la Habana tuvo que salir por haber dicho cosas desestabilizadoras. Lo sacaron a pedradas, los preocupados por la comunidad…..

En Nueva York sólo hace comentarios cínicos y se convierte en otro gay “fast, fast, fast”, un maniquí ambulante.

De la Habana tuvo que salir por leer a Genet.

En Nueva York sus estudiantes solo leen el Siglo de Oro, - y ni eso entienden.

Nuestras conversaciones se convirtieron en monólogos que giraban sobre sí mismos. Yo, en busca de comprobarle sus contradicciones. Él buscaba temporizar mis gustos. Un día, hasta llegamos a gritarnos. Ambos tratábamos de ser los más diestros con el lenguaje, cierto tipo de lenguaje.

La última vez que lo vi, al ver mis enrollados pantalones de hilo, me gritó con voz sumamente estilizada - coutuuuure.

- No, nene, se me rompió el ruedo.

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