Comadrona durante el parto, y bautizo a todo dar, con cuatro y tiple, güiro y maraca. Nada de tambores, que era música jíbara lo que se tocaba y la misma no incluía bongós ni congas. No es hasta hace poco que me enteré que nací en el Alto, y no donde pensaba que mamá dio a luz, en el Bajo; adquirí altura.
Para los que de allí somos, Jájome estaba dividido en dos áreas: el Bajo, también conocido como El Hoyo, y el Alto, también conocido como La Altura. Un Jájome distinto al que hoy es poblado -durante los wikens- por los nuevos ricos, la chicquería, que han comprado las fincas que una vez eran usadas para sembrar café, plátanos, viandas, flores y frutas . "Fresas, fresas, fresas": gritaban los nenes que vendían las algo amargas frutas de los cerros en la orilla de la carretera. (El que se atreva llamarle jibaritos, que se prepare para una descarga, y que se meta el diminutivo por donde salen los residuos de las fresas digeridas. Los "blanquitos" -para comprender este diminutivo despectivo y cargado de despecho véase los escritos del antropólogo Jorge Duany- y sus alcahuetes menos blanquitos de la isla llamaban jibaritos a todos los que lo fuesen, incluyendo a los adultos jíbaros; resultado del paternalismo que todavía marca a la sociedad criolla.)
Si el Alto se convirtió en el "playground of the 'nouveau riche' and powerfull", el Bajo, el Hoyo, fue dividido en parcelas y repartido a precios módicos entre los proletarios, a los cuales los políticos de turno le compran sus votos y allí tampoco ya nadie siembra, ni cosecha.
Cuando los EEUU invadió las islas de Puerto Rico, lo primero que hizo el coloso del norte fue devaluar un 60% la moneda, y no hay que ser un genio para concluir qué lograron con esta medida tan generosa: empobrecieron mucho más al país, y obligaron a los jíbaros a vender sus fincas, que aunque pobres eran autosuficientes. Las fincas de mis abuelos, don Santiago y doña Teresa, forzados a vender -sus hijos termninaron o de agregados en otras fincas como mis padres y otra tía o como mis tios, emigrantes para el norte- las compró quién -se pueden imaginar-: un gringo, para construir el hotel conocido como Jájome Terrace, "tres chic".
Los invasores trataron -siguen tratando- de destruir su dignidad, su orgullo como pueblo, los despojaron de su ciudadanía, les robaron sus tierras (en Vieques y Culebra, miles de residentes de esas dos islas, cual reses en manada, fueron movidos a las Islas Vírgenes) para poner bases militares; trastonaron sus fuentes de recursos; y luego armaron una historia para justificar la explotación y militarización de las islas "en compinche" con los mercenarios locales, del patio. "Asina mesmo": decía abuelo Chago, quien al igual que cientos de jíbaros era parte de la otra historia creada por la "Cédula de Gracia".
El resto de las crónicas de Jájome han sido contadas en otros escritos en este blog, y para datos, fechas y nombres, véase a Fernando Picó, Cayeyanos: Familias y Solidaridades En La Historia de Cayey.
Para los que de allí somos, Jájome estaba dividido en dos áreas: el Bajo, también conocido como El Hoyo, y el Alto, también conocido como La Altura. Un Jájome distinto al que hoy es poblado -durante los wikens- por los nuevos ricos, la chicquería, que han comprado las fincas que una vez eran usadas para sembrar café, plátanos, viandas, flores y frutas . "Fresas, fresas, fresas": gritaban los nenes que vendían las algo amargas frutas de los cerros en la orilla de la carretera. (El que se atreva llamarle jibaritos, que se prepare para una descarga, y que se meta el diminutivo por donde salen los residuos de las fresas digeridas. Los "blanquitos" -para comprender este diminutivo despectivo y cargado de despecho véase los escritos del antropólogo Jorge Duany- y sus alcahuetes menos blanquitos de la isla llamaban jibaritos a todos los que lo fuesen, incluyendo a los adultos jíbaros; resultado del paternalismo que todavía marca a la sociedad criolla.)
Si el Alto se convirtió en el "playground of the 'nouveau riche' and powerfull", el Bajo, el Hoyo, fue dividido en parcelas y repartido a precios módicos entre los proletarios, a los cuales los políticos de turno le compran sus votos y allí tampoco ya nadie siembra, ni cosecha.
Cuando los EEUU invadió las islas de Puerto Rico, lo primero que hizo el coloso del norte fue devaluar un 60% la moneda, y no hay que ser un genio para concluir qué lograron con esta medida tan generosa: empobrecieron mucho más al país, y obligaron a los jíbaros a vender sus fincas, que aunque pobres eran autosuficientes. Las fincas de mis abuelos, don Santiago y doña Teresa, forzados a vender -sus hijos termninaron o de agregados en otras fincas como mis padres y otra tía o como mis tios, emigrantes para el norte- las compró quién -se pueden imaginar-: un gringo, para construir el hotel conocido como Jájome Terrace, "tres chic".
Los invasores trataron -siguen tratando- de destruir su dignidad, su orgullo como pueblo, los despojaron de su ciudadanía, les robaron sus tierras (en Vieques y Culebra, miles de residentes de esas dos islas, cual reses en manada, fueron movidos a las Islas Vírgenes) para poner bases militares; trastonaron sus fuentes de recursos; y luego armaron una historia para justificar la explotación y militarización de las islas "en compinche" con los mercenarios locales, del patio. "Asina mesmo": decía abuelo Chago, quien al igual que cientos de jíbaros era parte de la otra historia creada por la "Cédula de Gracia".
El resto de las crónicas de Jájome han sido contadas en otros escritos en este blog, y para datos, fechas y nombres, véase a Fernando Picó, Cayeyanos: Familias y Solidaridades En La Historia de Cayey.
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