Hay quien dice que los motivos por los cuales el presidente de México, López Obrador, recientemente le escribió al Estado español -exigiendo que este último le pida perdón a los pueblos indígenas de México-, tenía tanto que ver con la Conquista y sus consecuencias como con el mercado y las empresa españolas. Eduardo Lalo ha sugerido lo mismo en sus artículos para 80grados y El Nuevo Día. Sostiene el escritor puertorriqueño que el Congreso de Lengua que auspicia el Instituto Cervantes tiene como propósito vender la marca España; y que mejor que el idioma. Después de todo, hay unos cuantos millones de clientes.
No es accidente ni casualidad que los libros de textos en español que se usan en las escuelas de Nueva York son publicados en su gran mayoría por editoriales españolas. Aparte del mercado -en lo que tiene que ver con la educación-, hay un asunto más peligroso y siniestro sobre el tapete: qué leen los estudiantes de español en las escuelas de Nueva York, y quiénes escogen esas lecturas; qué visión de la historia y el español tienen los estudiantes que asisten a las clases que cubren ese idioma y cultura. Y no menos importante, dado el hecho, evidenciado, que demuestra, que entre más libros de textos programados y regulados en cuanto al lenguaje, controlado en serie leen los estudiantes, peores son los resultados en las pruebas de comprensión lectora. Como sugirió la poeta Elizabeth Bishop en una carta al New Yorker (no se refería a este asunto pero se aplica; mi traducción): “están creando lectores más brutos”. Y se le puede añadir: completamente enajenados en cuanto a su idioma y sus vidas en los Estados Unidos.
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