Testigos de mi liviano amor -decís- que escribieron tus amigos. Loca. Testigos y cómplices, hasta me llamaron loca. Tantas veces amé, tantas veces. No te mentí. Qué remordimiento se oculta en mi interior, alivianado por el tiempo, disfrazado con alegrías o devorado por la pena cuando mi corazón llora. Una vez ahogado en vino. el dolor, hoy, entorpecido con pastillas, que a esta edad y en este asilo, en una tierra lejana, no eliminan por completo. Loca. Si a un hombre despreciaba, fingía amores cuando era necio; temores si era cobarde. Loca, yo, que no pertenecía al ambiente donde terminé, no he olvidado lo que he sido: una muchacha que huyó de un tranquilo hogar, y unos viejos que abandoné en busca de la vida y su encanto. Ni la casa, ni los viejos: desde este asilo los veo muy lejos; y vos pensás que me puedes engañar. Las cartas, las fotos conmigo siguen y no las podrás recuperar. La loca.
Perdona mi obstinación, mi descarriado corazón que quiero emborrachar para apagar el loco amor, que más que amor es un sufrir. Obsesión con tu risa loca, con sentir los antiguos besos, borrar otros que no sean los míos, respirar como un fuego su tierna boca; que es causa siempre mía, esta cruel preocupación, y saber que su amor fue flor de un día. Mi copa alzo, para olvidar, y sólo logro volver a recordar. Nostalgias. Angustias. Sentirme abandonado; pensar que otro a su lado le hablará de amor, mientras veo caer las rosas de mi juventud, y mi alma de fantoche desgarra al bandoneón; lo obliga a gemir un tango lento, viejo, triste.
Dejad de escribir, no seas boludo, pidiendo que te olvide, No puedo hacerlo si no parás de escribir. Recibí tu última comunicación, en la cual decís que no es justo que yo me quede con tus discos, cartas y fotos. Macanudo, son mías. Vos me las enviaste, parece que la edad te ha hecho olvidar las palabras que acompañaban las voces, retratos y epístolas: recordatorios para toda la vida; que las guardara, “no me ibas a olvidar”. Luego, me acusás y tratás de extorsionar, como si tuivese miedo de vos, y yo haber sido ligera y descarriada con mi cuerpo; “sedienta, nena, de amar”. Qué bárbaro: que sos hombre y no me vendés. Creído es lo que sos, como si fuese fácil, y me déjase ser mercancía. Siempre fui una mina en cuerpo entero. En La Boca, nadie lo puso en duda. Cretino. “No deseas quebrar mi felicidad”: decís. Te crés muy canchero con el verbo. Chamuyero. Infulas de mártir tanguero: “sacrifico mi cariño por tu apellido y tu amor”. Si fui yo quien te dejó.
Viejo amigo, has mentido, no has tratado inútilmente de alejarte y olvidar. Vuelves sobre los recuerdos, las fotos, la calle en que nos vimos, con arrugas en tu frente, piensas en mí, deseás verme, sientes la soledad, el miedo -dices-. Tal vez, después de un viaje tan largo, al notarte avenjetado -insinúas-, pensaré que vienes a verme, porque estás desesperado. No sé qué pensar; puede que no estés al borde de la locura. Justificas. Añoras, quizás. Los años te enseñaron a templar tu corazón -juras-, que no has viajado para suplicarme, viniste para verme, solo para verme, sin esperar nada a cambio -continùas-, que en la despedida te hundirás en la despeperación, y me dejarás tu felicidad. No pides explicaciones. No tengo que dártelas. No mentí. Tampoco es posible olvidarte.
Volviò. Cómo que por última vez, mintió, si lo sabe todo el barrio. Lo vieron pasar unas cuantas veces. Dijo que no recordaba la casa donde vivíamos, ni dónde quedaban el trébol, los juncos en flor, borrados por el tiempo. Volvió. No lo vi, no podía verlo. Por estar demasiado agobiado, los achaques de viejo, ya no estaba viviendo en La Boca. Además dijo que queria contarme su mal. Un viejo no quiere oir los males de otro. Los nietos, emigrados, me llevaron con ellos a Puerto Rico, porque allí, dijeron ellos, el servicio a los ancianos era más eficiente, como son americanos en su forma de ser, pués, me hiceron agarrar otro camino. Volvió. Me lo contó una antigua vecina con quien me comunico a menudo; sombras la una y la otra. Sombras de lo que fuimos, lo que amamos, antes de bailar un tango, triste; en el caminito abierto de cardos, que a su lado quería caer, triste, el llanto regó.
Lo sabía que nunca me había olvidado, que estaba dentro de su alma, conservando aquel cariño santo que tuvo para mí, recordado con unos pasos de baile torpes, maltrechos, estamos muy viejos, quien sabe si supiera que volviendo al pasado me acordaría también de él o de los amigos, los que hoy no van a consolarlo en su vejez, aflicción, con angustias en el pecho, sueña que regresa a buscarme, no me olvida, canta y baila solo los tangos en el asilo, los tangos que una vez nos unieron, tuve que irme, no puedo amar como si la vida fuese una cumparsita, tocada en todas partes.
Por dios, que no es el tango ni tampoco es un volver sobre libros acumulados por tantas décadas lo que lleva a uno a sentir la mirada febril o adivinar el parpadeo de las luces que a lo lejos alumbran lo que fue un cúmulo de discos que marcaron mi retorno con sus pálidos reflejos de un pasado, sus hondas horas de dolor, y aunque no quise el regreso, tuve que volver, volver a la vieja calle, el primer amor, nombre que no recuerdo, y aquella casa donde me cobijé bajo el burlón mirar de las estrellas, que hoy, por causa de tanta bombilla, no alumbran desde el cielo, indiferentes, me ven volver con la frente marchita, las canas, nieves del tiempo, que platearon mi sien, cansado de tanto ir y venir, volver con un sensación distinta, errante en las sombras, un soplo de vida, que a los setenta años no es nada, setenta y cinco para ser más exactos, parecen ser nada, y por eso es que mi alma aferrada, te busca, te nombra. llena de miedo ante el posible encuentro con el pasado que vuelve, las noches llenas de recuedos, a enfrentarse con mi vida, que setenta y cinco años no es nada, ni es febril la mirada, prueba de que el olvido no todo destruye, porque guardo una esperanza humilde de que mi corazón es toda fortuna, puedo volver con la frente marchita y cantar el tango mientras boto archivos, libros, muebles, fotos,discos. Quedás vos.
Lo sabía que nunca me había olvidado, que estaba dentro de su alma, conservando aquel cariño santo que tuvo para mí, recordado con unos pasos de baile torpes, maltrechos, estamos muy viejos, quien sabe si supiera que volviendo al pasado me acordaría también de él o de los amigos, los que hoy no van a consolarlo en su vejez, aflicción, con angustias en el pecho, sueña que regresa a buscarme, no me olvida, canta y baila solo los tangos en el asilo, los tangos que una vez nos unieron, tuve que irme, no puedo amar como si la vida fuese una cumparsita, tocada en todas partes.
Por dios, que no es el tango ni tampoco es un volver sobre libros acumulados por tantas décadas lo que lleva a uno a sentir la mirada febril o adivinar el parpadeo de las luces que a lo lejos alumbran lo que fue un cúmulo de discos que marcaron mi retorno con sus pálidos reflejos de un pasado, sus hondas horas de dolor, y aunque no quise el regreso, tuve que volver, volver a la vieja calle, el primer amor, nombre que no recuerdo, y aquella casa donde me cobijé bajo el burlón mirar de las estrellas, que hoy, por causa de tanta bombilla, no alumbran desde el cielo, indiferentes, me ven volver con la frente marchita, las canas, nieves del tiempo, que platearon mi sien, cansado de tanto ir y venir, volver con un sensación distinta, errante en las sombras, un soplo de vida, que a los setenta años no es nada, setenta y cinco para ser más exactos, parecen ser nada, y por eso es que mi alma aferrada, te busca, te nombra. llena de miedo ante el posible encuentro con el pasado que vuelve, las noches llenas de recuedos, a enfrentarse con mi vida, que setenta y cinco años no es nada, ni es febril la mirada, prueba de que el olvido no todo destruye, porque guardo una esperanza humilde de que mi corazón es toda fortuna, puedo volver con la frente marchita y cantar el tango mientras boto archivos, libros, muebles, fotos,discos. Quedás vos.
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