Un hombre, culto, bien vestido y con porte de cosmopolita, a la tardía edad de 70 años conversa, entre otros temas, en una cena con dos ex colegas sobre una artista chilena que había muerto no hacía tanto. Una de las comensales comentó que, la ahora fallecida, además de crear joyas hermosas, era extraordinaria “leyendo”, describiendo la personalidad de los demás; y que había comentado sobre los ojos del hombre frente a ella. El hombre abrió los ojos en espera de más datos, pero la comensal no dijo más.
El hombre que llevaba más de cuarenta años asistiendo a todo tipo de terapia emocional y hasta siquiátrica, sabía que sus ojos delataban el miedo que siempre estuvo con él. Después de todo, no era la primera vez que oía sobre sus ojos. Otra ex colega gozaba de decir, que podía manipular al hombre porque él le tenía miedo.
Cualquier hombre lleno de miedo no está necesariamente falto de raciocinio. Cuando has vivido desde que naces hasta que te independentizas, rodeado de violencia, incluyendo suicidios y asesinatos, padres alcohólicos crónicos, en un ambiente de extrema pobreza, y no sabes cuándo viene la próxima paliza, ni quien te la va dar, creces con miedo, mucho miedo, y no hay terapia que te borre las cicatrices.
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